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Definición

El canon bíblico es la colección de libros que conforman las Escrituras que Dios entregó a su iglesia, las cuales se distinguen por sus cualidades divinas, la recepción por el cuerpo colectivo, y su conexión apostólica, sea porque fueron escritas por ellos o por su asociación a ellos.

Sumario

El canon bíblico es la colección de libros que conforman las Escrituras que Dios entregó a su pueblo. Estos libros fueron agrupados por la iglesia de Dios relativamente temprano. El Antiguo Testamento (AT) fue establecido a más tardar en el período del nacimiento de Jesús, y el Nuevo Testamento (NT) fue aprobado desde antes de que terminara el segundo siglo. A pesar de que no fue hasta el cuarto siglo en donde el NT fue oficialmente conformado, existen buenas razones para tener confianza histórica en su proceso de formación. Estos libros fueron elegidos en gran parte por tres factores: sus cualidades divinas, las iglesias los reconocieron y su conexión con un apóstol. La mayoría de los libros en el NT fueron compuestos por uno de los apóstoles (incluyendo a Pablo), y aquellos que no lo fueron tenían vínculos cercanos al testimonio de los mismos apóstoles (como Juan Marcos y Lucas).

La Biblia es un libro inusual. A diferencia de la mayoría de los libros modernos, la Biblia está compuesta por varios libros escritos por distintos autores en diferentes tiempos y lugares. Esto nos lleva a preguntarnos cómo estos libros fueron recopilados para formar un solo volumen. ¿Cuándo sucedió esto? ¿Quién tomó estas decisiones críticas? ¿Y por qué debemos confiar en que lo hicieron bien? Todas estas preguntas competen a lo que se conoce como “el canon bíblico”. Este término se refiere a la colección de libros de las Escrituras que Dios le ha dado a su iglesia.

Preguntas relacionadas con el canon pueden ser divididas en dos categorías amplias: histórica y teológica. Las preguntas históricas con respecto al canon tratan con el cuándo y el cómo. ¿En qué momento de la historia vemos los libros de nuestro AT y NT reunidos en un corpus funcional? ¿Y cuáles fuerzas o individuos influenciaron ese proceso? Las preguntas teológicas se enfocan más en la legitimidad y autoridad. ¿Tenemos razón para pensar que estos son los libros correctos? ¿Podemos siquiera saber si tenemos los libros correctos? Este ensayo tocará brevemente ambas categorías.

 

Preguntas históricas

En cuanto al AT, existen buenas razones para pensar que ya existía un corpus establecido de libros cuando nació Jesús. El historiador judío del primer siglo, Josefo ofrece una lista de 22 libros del AT aceptados por los judíos los cuales parecen encajar con nuestra colección de 39 libros actuales (Contra Apion, 1.38-42). Para Josefo, al menos, el canon del AT parecía ser consistente: “Porque a pesar de que mucho tiempo ha pasado, nadie se ha atrevido a agregar, remover o cambiar una sola sílaba” (Contra Apion, 1.42).

Los comentarios de Josefo son confirmados con Filón de Alejandría, otra fuente judía del primer siglo. Filón habla de una división en tres partes del canon del AT: “Las leyes y los oráculos de Dios enunciados por los santos profetas… y los salmos” (Sobre la vida contemplativa, 25). Esta división en tres partes parece encajar con las mismas palabras de Jesús con respecto al AT compuesto de “la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lc 24:44). Otros ecos de la división en tres partes del AT pueden ser encontrados en el trabajo judío de Ben Sira (Eclesiastico) y un texto fragmentado de Qumran identificado como 4Qmmt.

Otra de las maneras para cerciorarse sobre el estado del canon del AT en el primer siglo es considerar la manera en que los escritores del NT utilizan los libros del AT. A pesar de que el AT es citado con frecuencia por autores del NT, no hay indicación de ninguna disputa sobre los límites del canon del AT. De hecho, no hay una sola instancia en donde un autor del NT cite un libro —como Escritura— y que no forme parte de uno de los 39 libros que actualmente componen el canon del AT. A pesar de que el mismo Jesús tuvo muchos desacuerdos con los líderes judíos de su día, no parece haber ni una sola indicación de que habían desacuerdos sobre cuáles libros eran considerados como parte de la Escritura. Esta es una realidad que sería difícil de explicar si el canon del AT estuviera todavía en proceso.

En resumen, podemos estar de acuerdo con Stephen Chapman cuando dice: “para el inicio del milenio, el canon judío de la Escritura ya estaba practicamente en su lugar, si no absolutamente definida y delimitada en alcance”.

Con respecto al canon del NT, parece que había una colección central de libros, aproximadamente 22 de los 27, considerados como Escritura para mediados del segundo siglo. Es probable que esta colección temprana hubiera incluido los cuatro Evangelios, Hechos, las trece epístolas de Pablo, Hebreos, 1 Pedro, 1 Juan y Apocalipsis. Los libros que fueron “disputados” son los libros más pequeños como 2 Pedro, Judas, Santiago y 2 y 3 Juan.

Aún así, parece que los cristianos ya estaban utilizando los libros del NT como Escrituras, antes del segundo siglo. El libro de 2 Pedro se refiere a las cartas de Pablo como “Escrituras” (2 P 3:16), mostrándonos que un corpus de las cartas de Pablo ya estaban en circulación y eran consideradas como de la misma autoridad de los libros del AT. De la misma manera, 1 Timoteo 5:18 cita un dicho de Jesús como Escritura: “El trabajador merece que se le pague su salario”. El único otro lugar en donde encontramos este dicho es en Lucas 10:17.

En el segundo siglo, vemos que continúa el uso de las escrituras del NT. Papías, obispo de Hierápolis, parece recibir al menos los Evangelios de Marco y Mateo, al igual que 1 Pedro, 1 Juan, Apocalipsis, y tal vez alguna de las epístolas de Pablo (ve Eusebio, Historia Eclesiástica 3.39.15-16). Al término del segundo siglo, Justino Mártir tiene establecido el Evangelio en una colección de cuatro partes que es leída en la alabanza junto con los libros del AT (ve su 1 Apología, 47.3). Y para finales del segundo siglo, en el tiempo de Ireneo, obispo de Lyon, vemos ya casi completo el corpus del NT. Su canon consiste de 22 de los 27 libros del NT, a los cuales trata como Escrituras y cita por más de mil veces.

En resumen, los cristianos tenían la misma opinión sobre los libros del NT en una fecha notablemente temprana. A pesar de que no fue hasta el siglo IV que las disputas sobre algunos de los libros periféricos fueron resueltas, el núcleo del canon del NT ya estaba en su lugar mucho antes.

Preguntas teológicas

A pesar de que la evidencia histórica que hemos evaluado hasta ahora responde preguntas sobre el cuándo y el cómo el canon fue formado, todavía nos quedan preguntas sobre su autoridad y su veracidad. ¿Cómo sabemos que estos son los 66 libros correctos? ¿Existe la manera en que la iglesia sabe cuando un libro es dado por Dios? Aquí examinaremos brevemente tres atributos que todos los libros canónicos comparten. 

Cualidades divinas

El primer atributo para considerar, uno que muchas veces es ignorado, es que tenemos buenas razones para pensar que los libros de Dios tienen dentro de ellos mismos evidencia de su origen divino. Los reformadores se referían a estas como cualidades divinas o indicadores. Si Dios es genuinamente el que está detrás de estos libros, entonces es de esperarse que estos libros también compartan las cualidades mismas de Dios. 

Después de todo, sabemos que la creación es de Dios cuando vemos sus atributos revelados en ellos (Sal 19, Ro 1:20). De la misma manera esperaríamos ver hacer lo mismo en la revelación especial de Dios, su palabra escrita. Ejemplos de tales cualidades en la Palabra de Dios serían la belleza y excelencia (Sal 19:8; 119:103), poder y eficiencia (Sal 119:50, He 4:12-13), y unidad y armonía (Nm 23:19, Tit 1:2, He 6:18).

A través de estas cualidades divinas, los cristianos reconocen la voz del Señor en las Escrituras. Como Jesús mismo declaró, “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10:27).

Por supuesto, la gente que no es cristiana no aceptaría la idea de cualidades divinas en las Escrituras porque ellos mismos no ven tales cualidades. Pero debemos recordar que los humanos son corrompidos por la caída y oscurecidos por el pecado. Para poder ver estas cualidades de manera correcta, ellos necesitan lo que los reformadores llamaban el testimonio interno del Espíritu Santo. Para aquellos que pertenecen a Cristo, el Espíritu abre nuestros ojos para ver las cualidades divinas de estos libros que están objetivamente presentes.

Recepción corporal

Es importante mencionar que el trabajo del Espíritu no sucede únicamente de manera individual, sino también de manera corporativa. Es por eso que existen buenas razones por las cuáles podemos pensar que la gente de Dios en conjunto, la gente de su pacto, reconocerían eventualmente los libros que son de Él. Si es así, entonces podemos mirar al consenso de la gente de Dios (tanto en los tiempos del Antiguo como del Nuevo Testamento) como una guía confiable para saber cuáles libros vienen de Él.

Esto no significa que debemos esperar que la gente de Dios tenga unidad de opinión sobre los libros canónicos de manera instantánea y absoluta. Siempre habrán lugares de desacuerdo y disensión (de la misma manera que lo habría sobre cualquier doctrina). Pero sí podemos esperar un consenso predominante o general a través de los años, lo que en efecto encontramos. Como dijo Herman Ridderbos: “Cristo establecerá y edificará su iglesia haciendo que ella acepte este canon y, mediante la ayuda y el testimonio del Espíritu Santo, la reconozca como suyo” (H.N. Ridderbos, Redemptive History and the New Testament [Historia Redentora y la Escritura del Nuevo Testamento], 37).

Escritores autorizados

Un atributo final de los libros canónicos es que están escritos por los agentes escogidos de Dios, sus profetas y apóstoles inspirados. En pocas palabras, no cualquiera puede hablar por Dios; solo aquellos que han sido comisionados para ser su portavoz. En el AT esto incluyó a los profetas y otros portavoces inspirados (Ro 1:2; 2 P 3:2). En el NT incluía a los apóstoles, testigos autorizados de Cristo (Mr 3:14-15, Mt 10, 20, Lc 10:16).

Tenemos una buena evidencia histórica (que no se puede explorar aquí) de que los libros de nuestra Biblia pueden ser rastreados directamente a apóstoles o profetas o al menos a una situación histórica donde ese libro podría razonablemente retener las enseñanzas de un apóstol o profeta. Por ejemplo, aceptamos el Pentateuco (primeros cinco libros de la Biblia) como de Dios porque creemos que Moisés fue el autor. Asimismo, aceptamos los libros como 1 y 2 Corintios porque pensamos que el apóstol Pablo fue el autor. Incluso aceptamos libros anónimos como Hebreos porque tenemos buenas razones para pensar que el autor recibió su información directamente de los apóstoles (He 2:3 -4; 13:23).

En conclusión, podemos tener gran confianza en el estado de nuestros cánones del AT y NT. No solo sabemos mucho acerca de los procesos históricos que trajeron a la existencia esos cánones, sino que Dios nos ha dado maneras de reconocer los libros que provienen de Él, es decir, aquellos que tienen cualidades divinas, recepción corporativa y autores autorizados.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition.  Lauren Charruf Morris.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.