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Definición

Las objeciones actuales sobre la doctrina bíblica de la inerrancia incluyen asuntos de palabra y acto, la adaptación del Autor divino a los autores humanos, conocimiento e incertidumbre, y objeciones morales al texto de las Escrituras.

Sumario

Prácticamente todas las doctrinas cristianas han sido puestas en duda por algunas personas, pero nada ha sido tan comprometido más repetidamente que lo que Dios ha dicho, comenzando desde Génesis 3:1. Históricamente, ha sido común relativizar la autoridad de las Escrituras agregando otras fuentes autorizadas. En tiempos recientes ha sido más común cuestionar la veracidad, confiabilidad histórica, probidad moral y coherencia interpretativa de la Biblia, al quitarle a la Escritura sus cualidades transparentes. Responder a tales desafíos no es el pasatiempo escogido de defensores excéntricos, sino el resultado inevitable de tener el mismo punto de vista de las Escrituras reflejado por Jesús mismo.[1]

Perspectiva histórica

En los primeros siglos de la era cristiana, los cristianos entraron en debates detallados y prolongados con los paganos. Parte de este debate giró en torno a la credibilidad de la Biblia. El foco de ese debate cambió con el tiempo. Tradicionalmente, los católicos romanos han pensado en la revelación cristiana sobre Jesús como un depósito confiado a la Iglesia, en dos partes: (1) Escritura y (2) Tradición. Por el contrario, los protestantes —aunque valoran la tradición como algo que debe ser respetado y evaluado— sostienen que la revelación final autorizada es solo la Escritura misma.

En otras palabras, tradicionalmente los católicos sostienen que las Escrituras dicen la verdad, pero que la verdad complementaria se encuentra en la Tradición extrabíblica, según lo determina el Magisterio, la autoridad de enseñanza de la Iglesia Católica. Los protestantes sostienen que solo las Escrituras dicen la verdad de manera confiable. Pero tanto católicos como protestantes sostienen que las Escrituras dicen la verdad.

Al introducir una fuente adicional de verdad, los católicos tienden a incorporar las Escrituras a la Tradición, mientras que al adherirse exclusivamente a las Escrituras, los protestantes tienden a incorporar la Tradición a las Escrituras. Estas distinciones se complican por diferentes entendimientos de lo que está incluido en el Canon y por debates complejos sobre la suficiencia y claridad de las Escrituras. Sin embargo, para nuestros propósitos, el enfoque debe permanecer en la veracidad de las Escrituras, particularmente dentro de la historia más reciente.

Perspectiva histórica más reciente

A lo largo de los siglos XVIII y XIX (aunque las raíces van de mucho antes y el fruto continúa hasta nuestros días), surgió un enfoque escéptico de las Escrituras, especialmente en las universidades francesas y alemanas, que puso en duda la veracidad de las Escrituras. Debido a que el clero se educó comúnmente en las universidades, la incredulidad pronto se extendió por las iglesias. Por lo general, estos desarrollos no fueron presentados como ataques directos a las Escrituras, sino como una lectura más profunda y erudita de las Escrituras.

Por ejemplo, en lugar de seguir la historia del Pentateuco, los eruditos delinearon cuatro “fuentes” tardías, etiquetadas como “JEPD” (o hipótesis documentaria: Yahvista, Elohista, Sacerdotal y Deuteronomista), lo que resultó en una reconstrucción radical de la historia del Antiguo Testamento y un rechazo implícito de muchas de las afirmaciones históricas que se encuentran en la superficie del texto. En el Nuevo Testamento, la asombrosa influencia de F. C. Baur (1792-1860) en la Universidad de Tubinga convenció a muchos de que la datación, procedencia, y autenticidad de los libros del Nuevo Testamento deben ser determinadas a saber por un solo criterio donde debería colocarse en el eje de la creciente tensión entre los cristianos judíos y los cristianos gentiles.

Todas las pruebas compensatorias (¡y hay muchas!) fueron descartadas como mentiras, ya sea que la mentira haya sido motivada por error o por engaño. Aunque algunos cristianos conservadores pensaron que Baur debería ser despedido, él fácilmente resistió las tormentas ya que no se opuso a la extensión del confesionalismo cristiano.

Sin embargo, la opinión académica sospechaba cada vez más de la credibilidad de los milagros del evangelio. De hecho, muchos eruditos dieron mayor credibilidad histórica a Juan que a Mateo, Marcos y Lucas, con el dudoso fundamento de que Juan informa menos milagros y rápidamente los convierte en discursos: así como, la alimentación de los cinco mil que genera el discurso del pan de vida (Jn 6), y la curación del ciego de nacimiento establece que Jesús da luz y vista.

El impacto de David Friedrich Strauss (1808-1874) cambió todo eso. Su enorme obra escrita en alemán, en tres volúmenes, sobre la vida de Jesús, Das Leben Jesu (1835-1836), adoptó la posición de que el Evangelio de Juan simplemente no era creíble ni como obra histórica ni como historia cargada de símbolos que favorecieran los teólogos liberales. Más bien, cayendo en el materialismo y el naturalismo, los milagros atribuidos a Jesús deben entenderse como creaciones de la iglesia primitiva. Los cristianos inventaron estas historias, creando mitos para transmitir las convicciones teológicas a las que se habían convencido.

En sus escritos posteriores, Strauss rechazó sin ambigüedades todo lugar para la realidad espiritual. Aquí el asalto a las Escrituras fue tan descarado que se establecieron reacciones que le costaron a Strauss su nombramiento en la Universidad de Zúrich. Cuando Das Leben Jesu apareció por primera vez en inglés en 1846,[2] un crítico notable llamado Anthony Ashley Cooper, séptimo conde de Shaftesbury, declaró que era “el libro más pestilente jamás vomitado de las fauces del infierno”.

Lo que debería quedar claro en este punto es que los cristianos preocupados por defender la veracidad de las Escrituras encararon oponentes en dos frentes: los de la herencia de la iglesia medieval, que tendían a incorporar la veracidad de las Escrituras apelando a la Tradición, y los herederos del creciente naturalismo filosófico, que tendía a negar que Dios en las Escrituras ha dicho la verdad.

Significado

Los lectores atentos habrán notado que aunque el título de este ensayo se centra en los desafíos contemporáneos sobre la inerrancia de la Biblia, el ensayo se ha centrado en la veracidad de la Biblia. Esto se debe a que, correctamente entendida, la palabra inerrancia en el ámbito teológico se ha convertido en una forma de hablar sobre la veracidad de la Biblia. Ocho breves puntos pueden aclarar los problemas:

    1. A pesar de los argumentos en contra, las fuentes patrísticas dan evidencia de la convicción cristiana primitiva de que la Biblia no tiene errores, es decir, es inerrante. En el siglo IV, por ejemplo, Jerónimo y Agustín entablaron correspondencia con el fin de mostrar que los evangelios no tienen error, es decir, son inerrantes, un punto importante en su apologética hacia los paganos.[3]
    2. Ciertamente, el término inerrante se vuelve más frecuente durante los últimos dos siglos. Pero a pesar de las afirmaciones contrarias, el aumento en la frecuencia del término inerrancia no indica una nueva restricción en la comprensión cristiana de la naturaleza de las Escrituras, sino una preocupación creciente por mantener la comprensión histórica cristiana de la naturaleza de las Escrituras, frente a las múltiples facetas en que el liberalismo teológico la estaba negando.
    3. Durante mucho tiempo, la palabra preferida fue infalibilidad: se hablaba de la infalibilidad de las Escrituras con más frecuencia que de inerrancia. Entendidos correctamente, son términos complementarios útiles: la infalibilidad afirma que las Escrituras no pueden fallar o evidenciar falsedad, mientras que la inerrancia insiste en que no hay errores en las Escrituras. Entendido así, ambas expresiones hablan de la veracidad de las Escrituras. A mediados del siglo XX, sin embargo, la infalibilidad en algunos círculos llegó a asociarse con la veracidad del mensaje espiritual de las Escrituras, aunque delataba muchos errores históricos y de otro tipo. Contra esto, muchos cristianos insistieron en la inerrancia de las Escrituras, no porque estuvieran agregando una nueva restricción, sino porque mantenían la posición histórica que afirmaba que la Biblia dice la verdad sobre cualquier tema que decida abordar.
    4. Sin embargo, la inerrancia no debe confundirse con el precisionismo. No pocos rechazan el término inerrancia basándose en que les suena pedante, demasiado preciso, demasiado centrado en lo de poco valor. Pero quienes usan el término con conciencia histórica saben que no especifica un cierto grado de precisión, sino que afirma la veracidad, sea cual sea el grado de precisión o imprecisión (que está determinada en gran medida por el contexto).
    5. La inerrancia no impone ninguna restricción al uso legítimo de metáforas, hipérboles, relatos parabólicos, otras figuras retóricas y diversos géneros literarios. En otras palabras, rechazar la inerrancia —sobre la base de que es demasiado literal— traiciona la ignorancia en cuanto a lo que es la inerrancia, de hecho, en cuanto a qué es la verdad y las muy diversas formas en que puede ser transmitida.
    6. Los últimos cincuenta años han sido testigos de la proliferación de la “teoría del acto del habla”. Aquí hay más énfasis en lo que hacen los textos que en lo que dicen. Considere dos pasajes: “Lo que estás a punto de hacer, hazlo pronto” (Jn 13:27, donde Jesús se dirige a Judas Iscariote); “Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito” (Jer 20:14, donde Jeremías lamenta su propia existencia). ¿Alguno de los pasajes dice la verdad? ¿Es inerrante? Por supuesto, uno podría argumentar que es cierto que Jesús y Jeremías, respectivamente, dijeron estas cosas, pero ¿son verdaderas las palabras mismas? Es inmediatamente obvio que “verdad” es la categoría incorrecta para un mandamiento, como el primer pasaje, o un lamento, como el segundo. Debido a tal razonamiento, algunos infieren que, por lo tanto, es inapropiado afirmar que toda la Escritura es inerrante, ya que la veracidad y la inerrancia no son propiedades de ciertos tipos de textos bíblicos. Pero esta es una postura ligeramente perversa. Una cosa es decir que un pasaje es un imperativo y, consecuentemente, no está apropiadamente etiquetado como una proposición inerrante y, por otro lado, decir que tal o cual texto dice algo que no es verdad y, por tanto, no puede apropiadamente ser llamado inerrante. Para decirlo de otra manera, la afirmación cristiana es que toda la Escritura es inerrante dondequiera que esté en juego su veracidad.
    7. En esta coyuntura, algunos críticos se resisten y argumentan que una categoría como inerrancia no es particularmente útil si debe definirse con tanto cuidado. Seguro que es mejor abandonar la categoría. Pero en la panoplia de términos teológicos cristianos, apenas hay un sustantivo que no tenga que ser definido cuidadosamente: por ejemplo, Dios, Cristo, justificación, fe, justicia, pecado, idolatría, etc., todos los cuales necesitan una definición cuidadosa. Si debemos abandonar todos los términos que requieren una definición cuidadosa, nos quedarán muy pocas palabras para usar.
    8. Finalmente, debemos recordar que estamos discutiendo la revelación de un Dios que habla y que elige dirigirse con palabras humanas que se pueden entender, creer, obedecer, desobedecer, aprender, memorizar: de hecho, las palabras de las Escrituras se tratan comúnmente como las palabras de Dios.[4] Hablar sobre la autorevelación verbal de Dios en las Escrituras hace que no solo sea posible sino necesario hablar acerca de la veracidad de esa autorevelación. Y esto nos lleva a mencionar cuatro objeciones más comunes a la inerrancia, todas las cuales giran en torno a una comprensión inadecuada de la verdad.

Acciones y palabras

Primero, muchos académicos comparan acciones con palabras para priorizar las primeras y disminuir las segundas. Esta bifurcación ha surgido de varias formas. Por ejemplo, hace varias décadas, un grupo de eruditos enfatizó las acciones de Dios como el centro de su revelación, minimizando las palabras de Dios.[5] La revelación de Dios está en el evento de la zarza ardiente, el evento del éxodo, el evento de la resurrección de Jesús. Las palabras que describen esos eventos no son en sí mismas revelación, sino simplemente “recitales” de la revelación.

A pesar de que existen algunos seguidores persistentes de este programa, no muchos lo apoyan hoy. Para empezar, no muchos eventos manifiestos son muy significativos a menos que las palabras los expliquen. Jesús fue crucificado, murió y resucitó: inusual, sin duda, pero ¿y qué? ¿No necesitamos palabras para explicar que al morir Jesús cargó con nuestros pecados y que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos para nuestra justificación? Con mucha frecuencia se requieren palabras para asignar significado a los eventos.

Hoy, la forma más común de esta bifurcación coloca a Jesús, el Verbo encarnado (Jn 1:1, 14), frente a las palabras escritas: “Prefiero”, dicen los críticos, “el Verbo personal a las meras palabras escritas”. La inerrancia tiene que ver con las palabras, por lo que puede minimizarse o descartarse. Pero, ¿qué justifica oponer el Verbo escrito al Verbo encarnado? Aquello que empieza sonando vagamente espiritual (“prefiero al Verbo personal”) de repente se revela como una especie de incredulidad. Además, el término “Verbo” se usa para referirse a Jesús (es decir, el uso “personal”) un puñado de veces, mientras que se refiere al evangelio o a la palabra o a la Escritura misma, muchos cientos de veces. Además, ¿no sería extraño decir que el evento de la encarnación es revelador y luego ignorar el hecho de que el Encarnado es el que insiste en que “la Escritura no puede dejarse de lado” (Jn 10:35)?

Adaptación

En segundo lugar, se ha señalado, con razón, que en la intrincada y compleja dinámica entre el Autor divino y el autor humano que genera la Sagrada Escritura, tanto Dios como los seres humanos están realmente involucrados en la producción del texto. Pero algunos han llegado a inferir, erróneamente, que si nuestra comprensión de cómo se escribe la Escritura va más allá del mero dictado divino (reduciendo el papel del escritor humano para escribir), entonces uno debe admitir que se han introducido errores. Después de todo, dicen: “Errar es humano”, y Dios se ha acomodado a la debilidad humana. De ello se desprende, dicen, que defender la inerrancia es exprimir las dimensiones humanas de la Escritura sagrada. Prácticamente todos los teólogos cristianos usan el lenguaje de la adaptación para describir cómo Dios usa a los escritores humanos, incluidas sus experiencias y su uso del lenguaje, para describir los diferentes modos de inspiración. Sin embargo, los cristianos confesionales insisten en que el error no es parte de la esencia de lo que significa ser humano: cualquier ser humano individual puede decir algo que sea inequívocamente veraz, aunque no sea una declaración exhaustiva. Los numerosos textos bíblicos que atestiguan la gloriosa bondad de Dios al adaptarse a nuestras limitaciones también atestiguan que en su providencia Él preserva su Palabra en su veracidad.

“El arte de la ignorancia imperiosa”

El tercero de nuestros cuatro desafíos finales contra la inerrancia y, por lo tanto, a la verdad, es un desafío a la capacidad de uno para conocer la verdad sobre algo. “El arte de la ignorancia imperiosa” es una expresión acuñada en un importante ensayo del difunto Michael J. Ovey.[6] Está bien ejemplificado, dice Ovey, en el Concilio de Sirmio (357 d. C.). Sirmio debatió los pros y los contras de una determinada posición teológica y concluyó no solo que no podían decidir, sino que era imposible decidir. En otras palabras, Sirmio no solo confesó su propia ignorancia, sino que insistió en que la ignorancia era la única posición correcta a tomar, lo que por supuesto significaba en la práctica que las personas podían elegir cualquier posición que quisieran, siempre que no la promovieran como la correcta. La ignorancia del Concilio no fue un agnosticismo humilde sino una imposición imperiosa. Algunas corrientes de pensamiento posmoderno siguen una ruta similar. Afirman saber, más imperiosamente, cuánto no podemos saber sobre lo que dice la Biblia. Si estuvieran menos seguros sobre su epistemología, podrían estar más seguros sobre su capacidad para leer.

Desafíos morales

Finalmente, en diferentes períodos de la historia de la iglesia y, especialmente durante el último medio siglo, algunos críticos han tratado de socavar la veracidad (y por lo tanto la inerrancia) de las Escrituras. Esto lo han hecho al ridiculizar varios elementos de la ética bíblica, incluyendo relatos de genocidio y lo que dice la Biblia sobre el infierno, la homosexualidad, los derechos de la mujer, y el exclusivismo religioso. Algunos de estos temas se tratan brevemente en otro lugar. Es suficiente para nuestros propósitos aclarar cuantos desafíos a la inerrancia son en realidad una incomodidad con la verdad bíblica en sus propios términos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por John Chávez.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

1On Jesus’s understanding of Scripture, see the important book by John Wenham, Christ and the Bible, 3rd ed (Grand Rapids: Baker, 1994).
2The Life of Jesus, Critically Examined. It was the fourth German edition that was translated by George Eliot, the pen name of Marian Evans. That English edition, edited and introduced by Peter C. Hodgson, appeared again more than a century later in a Fortress edition (1972).
3See the detailed treatment by John D. Woodbridge, Biblical Authority: A Critique of the Rogers/McKim Proposal (Grand Rapids: Zondervan, 1982).
4Cf. Wayne Grudem, Scripture’s Self-Attestation and the Problem of Formulating a Doctrine of Scripture, in Scripture and Truth, ed. D. A. Carson and John D. Woodbridge (Grand Rapids: Zondervan, 1983), 19–59.
5E.g., G. Ernest Wright, God Who Acts: Biblical Theology as Recital, SBT 8 (London: SCM, 1962).
6“The Art of Imperious Ignorance,” Themelios 41 (2016): 5–7. Cf. D. A. Carson, “Editorial: But That’s Just Your Interpretation!” Themelios 44 (2019): 25–32.