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Ezequiel 10-13 y 2 Timoteo 3-4

“El SEÑOR me dirigió la palabra: ‘Hijo de hombre, ¿qué quiere decir este refrán que se repite en la tierra de Israel: Se cumple el tiempo, pero no la visión?’”
(Ezequiel 12:21-22 NVI).

En un aviso comercial de un periódico leía el comentario de una persona que opinaba así: “… yo digo que es como las religiones, algunas tienen sacerdotes que hablan y hablan del cielo y del infierno pero muy metafóricamente, pero hay otros religiosos que te hablan del bien y del mal pero en los seres humanos, aquí en la tierra; yo me quedo con eso, con las cosas prácticas…”. Al parecer, nos hemos cansado de los vaticinios escalofriantes del fin del mundo, de las epopeyas que las religiones han cantado durante siglos con respecto a un futuro celestial o infernal que siempre tarda más en llegar. Parece que ahora la gente busca algo más práctico, tangible y material; una “religión” que tenga que ver con la vida diaria y menos con las esferas celestiales.

Esto no tiene nada de nuevo porque desde los tiempos bíblicos los hombres siempre han buscado una religión más mundana, como las religiones cananeas del tiempo del Israel antiguo que “cuidaban” el bienestar material y se preocupaban poco del desarrollo espiritual o moral. En nuestra historia reciente, por ejemplo, la revolución francesa proveyó de muchos hombres que se levantaron para anunciar la muerte de la Biblia y sus “funestos” pronósticos. De allí para adelante, escritores, filósofos, poetas, empresarios, y toda una gama de hombres y mujeres con una excelente reputación, han gastado tinta y neuronas para dar por descontado que el paso del tiempo ya ha garantizado que las palabras de la Biblia, sus anuncios, y todo lo que la rodea, no fueron más que supercherías de pueblos ignorantes y atrasados.

Recuerdo cuando en un número de la revista Times apareció en la portada un cuadro que representaba a Abraham. En el número siguiente, varios lectores alabaron a la revista por haber escrito acerca del padre de la fe que vincula a judíos, cristianos, y musulmanes en una sola fuente. Sin embargo, alguien también escribió: “Unificar a cristianos, judíos y musulmanes a través de su amor por Abraham es lo mismo que unificarlos en la creencia de la existencia de Santa Claus”. En el mismo sentido, otro lector comentó: “Más importante que el reconocimiento compartido por ellos ante Abraham, debería estar el reconocimiento de que esta historia es pura ficción. La gente raramente se mataría por las diferencias entre Star Wars y Star Trek”.

La Palabra de Dios sigue siendo actual, dinámica, y certera para seguir constituyendo una luz aún para el hombre del siglo XXI.

A pesar de estos comentarios (que no tienen nada de nuevos) yo sigo creyendo que ahora, y como lo ha sido siempre, la Biblia es un libro pertinente y actual. No en vano el padre Abraham estuvo en la portada de una de las revistas más leídas del mundo muchos siglos después de su partida, y cada cierto tiempo los diarios presentan el último hallazgo arqueológico sobre la figura histórica de Jesucristo de Nazaret. Pero lo que más me sobrecoge, es el hecho de saber que la Palabra de Dios sigue siendo actual, dinámica, y certera para seguir constituyendo una luz aún para el hombre del siglo XXI. Con el paso del tiempo es evidente que el Señor no ha dejado caer por tierra ninguna de sus palabras, tal como se lo dijo a Ezequiel hace unos 2,500 años: “Porque yo, el SEÑOR, hablaré, y lo que diga se cumplirá sin retraso. Pueblo rebelde, mientras ustedes tengan vida, yo cumpliré mi palabra. Lo afirma el SEÑOR omnipotente” (Ez. 12:25 NVI).

Leer la Biblia es tener claridad con respecto a un pasado, presente, y futuro que el Señor había previsto y sigue teniendo entre sus manos. Esto lo confirmamos en la seguridad de un Dios que se mantuvo inalterable en el pasado, que sigue siendo el mismo en el presente y que no cambiará en el futuro. Sin embargo, existe otro engaño mental que también inutiliza la Palabra de Dios y del que fue advertido Ezequiel: “… Hijo de hombre, el pueblo de Israel anda diciendo que tus visiones son para un futuro distante, y que tus profecías son a largo plazo” (Ez.12:27 NVI). Esta falsa concepción proclama que todo lo que Dios dice cobrará significado en una fecha distante y muy lejana a nuestras propias inquietudes y realidades actuales.

Esta supuesta distancia genera una ilusoria tranquilidad o desatención que invita a que nadie se preocupe por leer las Escrituras, ya que sería como leer las noticias locales del Nepal o de una distante provincia africana. Ante una percepción así, la gente piensa que la Biblia no cobra interés para nuestro tiempo y mucho menos para nuestras circunstancias.

Por otro lado, se han levantado tantos supuestos “mensajeros actuales de Dios” que lo único que han hecho ha sido confundir con sus mensajes e interpretaciones, generando un profundo prejuicio al verdadero mensaje de la Biblia. Este tipo de religiosos fue combatido por Jesucristo, y aún en los tiempos de Ezequiel, el Señor fue muy duro con estos falsos profetas profesionales: “Ustedes me han profanado delante de mi pueblo por un puñado de cebada y unas migajas de pan. Por las mentiras que dicen, y que mi pueblo cree, se mata a los que no deberían morir y se deja con vida a los que no merecen vivir… Porque ustedes han descorazonado al justo con sus mentiras, sin que yo los haya afligido. Han alentado al malvado para que no se convierta de su mala conducta y se salve… Yo rescataré a mi pueblo del poder de ustedes, y así sabrán que yo soy el SEÑOR” (Ez.13:19-23b NVI).

La Biblia provee soluciones para los problemas universales y permanentes de la raza humana.

La invitación de esta reflexión es a volver a la Escritura como fuente básica de descubrimiento del corazón de Dios, y también a buscar en ella las respuestas que la actualidad nos está demandando. ¿En dónde radica la actualidad de las Escrituras? En que provee soluciones para los problemas universales y permanentes de la raza humana. Por ejemplo, cuando escribía estas palabras vi en las noticias la captura de un asesino que hizo mucho daño en los Estados Unidos. En un canal de televisión, algunos periodistas estaban tratando de averiguar las razones para tan demenciales actos. Entre los panelistas estaba un psiquiatra, un político, y un experto en comportamiento de veteranos de guerra. ¿Podrá alguien dar alguna explicación a ese comportamiento? Además, lo que ha hecho ese hombre es solo una mínima parte de todas las atrocidades que observamos en el mundo diariamente. ¿Qué dice la Biblia al respecto? Pues, sencillamente dice que el problema tiene que ver con la separación del hombre de su Dios.

Es notable que el Señor relacione el origen de los problemas del ser humano como consecuencia directa de su muerte espiritual. Es así, por ejemplo, que cuando alguien muere, su cuerpo al poco tiempo pierde flexibilidad y se endurece. De la misma manera, la mayor certeza de la muerte espiritual del ser humano es el endurecimiento de su corazón. El corazón petrificado del ser humano hace que todo su desarrollo tecnológico, y todas sus proezas y victorias sobre la naturaleza, sean manchadas por una humanidad que todavía vive bajo los estragos de sus propias desigualdades y atrocidades.

Mucha gente habla del pesimismo de Dios, pero yo creo que ver los noticieros del mundo nos hablan del pesimismo de la humanidad para consigo misma. No tengo ninguna certeza de esto, pero dicen que Albert Einstein dijo unos días antes de morir: “Aquellos que sabemos más, somos los más pesimistas en cuanto al futuro”. ¿Podemos acaso excusarnos o afirmar que lo que dice la Biblia en cuanto a la naturaleza humana está equivocado? Definitivamente no, porque cada noticia mundial que nos estremece al mostrar la maldad humana, y también cada lágrima que derrama una persona cercana por nuestra culpa, son las pruebas palpables de nuestro irrefrenable deseo de autodestrucción y la dureza de nuestro corazón.

Todos nosotros esperamos que nuestro médico nos diga la verdad por más dolorosa que ésta sea, pero siempre acompañada de una posible solución. Dios le habla toda la humanidad y le entrega el terrible diagnóstico de su muerte espiritual, pero también nos dice que solo Él puede proclamar la victoria sobre la misma muerte: “Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un espíritu renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen, y pondré en ellos un corazón de carne, para que cumplan mis decretos y pongan en práctica mis leyes. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios” (Ez. 11:19-20 NVI).

Ignorar las Escrituras es dejar de percibir el corazón de Dios que late con fuerza por la redención de la humanidad.

La gran solución que plantea la Escritura no es una solución “parche” que dependa de circunstancias temporales, sino una que alcance a los hombres en el mismo centro de toda su problemática. Una solución que le fue útil a Abraham, y que de seguro nos será útil a todos nosotros, porque son palabras eternas.  

Ignorar las Escrituras es dejar de percibir el corazón de Dios que late con fuerza por la redención de la humanidad. Es desconocer el remedio de Dios para los males del hombre. ¿Cuál es el propósito de Dios al dejar su Palabra revelada a los hombres? El apóstol Pablo lo expone con claridad: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17 NVI). El tan mentado amor de Dios no es en el cristianismo una expresión vacía y sin significado presente. Es más bien, la ferviente intención del Creador de guiarnos hacia la verdadera libertad: la del ejercicio de la verdad.


Imagen: Lightstock.
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