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Vivimos en una sociedad escéptica que suele ser agnóstica en la cuestión de la existencia de Dios. A primera vista, el agnosticismo parece ser prudente. No niega la existencia de Dios, sino que dice que no podemos estar seguros de si existe o no. Pero otra mirada, una a la luz de la Biblia, nos confronta con que no hay verdadera prudencia o humildad en el agnosticismo.

La Biblia toma por sentado la existencia de Dios. Las Escrituras enseñan no solo que se le puede conocer, sino que en realidad todo ser humano ya conoce a Dios (aunque no lo conoce completamente). Esto contradice el espíritu agnóstico de nuestro día, y tiene implicaciones importantes para el diálogo entre el creyente y el no creyente.

Para saber algo sobre Dios, dependemos de su iniciativa en darse a conocer. Como criaturas, no podemos subir al cielo para descubrir a nuestro Creador. Más bien, Él tiene que acercarse a nosotros y mostrarnos lo que quiere que sepamos de Él. ¡Esto es justamente lo que hizo!

En la teología cristiana, hablamos sobre dos clases de revelación: general y especial. La revelación general (o natural) nos es transmitida por medio de la creación, y se llama así porque todo ser humano la recibe (Sal. 19:1-4). La revelación especial está relacionada con la obra divina de redención (Ro. 1:17). La revelación especial se encuentra registrada en la Biblia.

La eficacia de la revelación general

Si Dios existe y tomó la iniciativa de revelarse, ¿por qué hay tanta gente que dice que no podemos estar seguros de su existencia? Consideremos brevemente un texto del apóstol Pablo:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres , que con injusticia restringen la verdad. Pero lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no tienen excusa”, Romanos 1:18-20.

Todo lo que existe testifica de una manera u otra acerca de Dios

En este pasaje, y hasta el final de Romanos 1, el apóstol acusa a la gente de “cambiar la verdad de Dios por la mentira” (v. 25), y dice que están sin excusa porque lo hacen con pleno conocimiento (v. 20). Para justificar esta acusación, explica que Dios se da a conocer a todos, manifestándose por medio de las cosas creadas. En este texto, Pablo habla de la extensión de la revelación general, su claridad, y su recepción:  

  • Extensión. Todo el mundo tiene acceso a la revelación general. Podríamos decir que nadamos en ella. Todo lo que existe testifica de una manera u otra acerca de Dios. ¿Cómo lo sabemos? Porque Pablo dice que la ira de Dios se revela contra “toda impiedad e injusticia de los hombres”. No habrá nadie en el último día que le pueda decir a Dios en el juicio: “donde yo vivía, no me llegaba la revelación de tu persona y tu ley” (Ro. 1:32; 2:11-15). Nadie tiene excusa por su incredulidad, lo cual significa que la extensión de la revelación general es universal. Toda la creación lleva la firma de Dios.
  • Claridad. Pablo dice que lo que se conoce de Dios es “manifiesto” (“evidente” o “claro”) por medio de las cosas creadas. Añade que hay atributos invisibles de Dios que se hacen claramente visibles. ¡El Dios invisible se conoce en lo visible de la creación! Ciertamente es paradójico, pero es una realidad. De nuevo, las personas no tienen excusa al rechazar esta verdad. No hay tinieblas en la revelación general.
  • Recepción. La revelación de Dios en la creación no es hallada solo por aquellos que la buscan. Más bien, es inevitable que todos la vean, quieran o no. “Lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó” (v. 19). La recepción de esta revelación no depende del ser humano, sino de Dios. Todos perciben esta revelación sin importar la disposición que tengan hacia ella.

La revelación general y el agnosticismo

¿Estás de acuerdo con que todo el mundo percibe la revelación general de Dios? Según nuestra experiencia podría parecer que no, porque hay muchos agnósticos y ateos que andan por ahí. No obstante, creo que Pablo diría que en realidad no existen ni ateos ni agnósticos.

El apóstol dice que los que no creen dan la espalda a Dios habiéndole conocido (v. 21). Es decir, ¡los no creyentes “conocen” a Dios también! No le conocen de la misma manera que el creyente le conoce: como amigo, como su Padre celestial (Gá. 4:9; Fil. 3:8). Pero sí saben que existe y tienen una “relación personal” con Él, aunque no de amor y amistad, sino de ira y de enemistad (Ro. 8:7). El creyente conoce a Dios como amigo; el no creyente como enemigo.

Esto se evidencia cuando los no creyentes niegan o, en el lenguaje de Pablo, “cambian” la verdad de Dios. No puedes cambiar algo de lo cual no tienes conocimiento. No puedes negar una verdad que no sabes. Cuando pienso en esto, recuerdo que hace unos años un amigo mío se arrepintió de su ateísmo, dándose cuenta de que Dios existe porque siempre se quejaba contra Él. ¿Por qué quejarse contra alguien que dices que no existe?

El agnóstico más inteligente y sofisticado se equivoca y, lejos de ser humilde, está en rebelión contra la revelación divina

Lejos de ser prudente —como piensa el agnóstico, rechazar la abundante y clara revelación de Dios en el mundo es insensato (Sal. 14:1). Pablo dice que las personas que le dan sus espaldas a Dios tienen un corazón necio y entenebrecido (v. 21), y “cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (v. 23). Es necio sustituir la comunión con el creador de nuestras almas por el disfrute de los placeres pasajeros de la idolatría.

El problema del agnosticismo es moral

En cuanto al conocimiento de Dios, el problema que el ser humano caído tiene no es una falta de evidencia sino un problema moral.

El pecado lleva a la gente a pensar irracionalmente sobre Dios. El agnóstico más inteligente y sofisticado se equivoca y, lejos de ser humilde, está en rebelión contra la revelación divina. ¡Él mismo ya conoce a Dios! No obstante, rechaza el conocimiento verdadero que tiene de Él en un intento de domesticarlo y no tener que pensar en el juicio divino que le espera fuera de Cristo.

Esto nos enseña que el evangelismo es una batalla espiritual. Tenemos que hablar, tenemos que hacer apologética, tenemos que predicar el evangelio a los no creyentes. Pero también tenemos que orar que Dios dé ojos para ver y oídos para oír. La gente se convierte solo cuando Dios vence las barreras de la incredulidad, como hizo con nosotros por Su gracia.

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