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Durante años, creí, enseñé y celebré el evangelio de la prosperidad. Pertenecí a una congregación numerosa que también predicaba este evangelio falso.

Aunque existen diferentes expresiones de este fenómeno, lo que une a las iglesias «de la prosperidad» es el pobre manejo de las Escrituras, una predicación carente de Cristo y un entendimiento defectuoso del evangelio bíblico. El común denominador de estos lugares es un enfoque en el bienestar físico-material y no en las riquezas celestiales. El pecado del evangelio de la prosperidad es poner al ser humano en el centro de su mensaje y de esta manera oscurecer la gloria de Dios. La iglesia de la que formé parte tenía un poco de todo esto.

Aunque el Señor me salvó en la ciudad de Nueva York, cuando mi esposa y yo nos mudamos al sur de la Florida nos unimos a la que fue nuestra congregación por más de trece años (y en la que trabajé casi siete años). Mis tres hijos crecieron en esa iglesia. El Señor nos dio la bendición de servir como familia, de caminar con otros creyentes y de hacer buenas amistades.

Pero años después, Dios nos sacó de esa congregación.

Estos fueron los cuatro factores que contribuyeron a mi rompimiento con el «evangelio» de la prosperidad y a mi descubrimiento de una visión verdaderamente bíblica de Dios.

1) El factor Tozer

No sé cómo fue que ese libro amarillento, pequeño, viejo y maltratado llegó a mis manos. El título decía La búsqueda de Dios y fue escrito en 1948 por el pastor americano A.W. Tozer. Luego supe que el texto era un clásico de la literatura cristiana. El autor busca ayudar al creyente a encontrar solo en Dios el agua que sacia su alma. Es un llamado a una devoción del corazón. Mientras lo leía, me encontré con una frase muy provocadora que quedó grabada en mi retina: «La religión ha aceptado la monstruosa herejía de que el ruido, el tamaño, la actividad y el estrépito hacen estimable al ser humano ante Dios».[1]

Estaba habituado a medir la espiritualidad y la madurez cristiana en términos de números y recompensas terrenales

Memoricé estas palabras con precisión. Fue como un primer golpe, porque en mi visión del cristianismo, la bulla y la actividad eran las ofrendas que presentábamos ante Dios para ser aceptos y más dignos de sus beneficios. Estaba tan habituado a medir la espiritualidad y la madurez cristiana en términos de números, de recompensas terrenales y de lo mucho que hacemos, que la frase resonó en mi mente por mucho tiempo.

Pero esto no fue lo único. La manera en que Tozer abordaba la vida cristiana y su forma de ver la Escritura crearon una gran inquietud en mi alma. Fue una etapa de incertidumbre, pero también de revisión. Fue un proceso silencioso; inicialmente no compartí nada de esto ni con mi esposa. No tenía idea de que ella, a través de otros medios, también estaba siendo inquietada por Dios.

Los argumentos de Tozer eran confrontadores, persuasivos, pero sobre todo bíblicos. Fue tal el impacto de ese primer libro, que luego leí todo lo que este autor había escrito (Fe más allá de la razón, El conocimiento del Dios santo, y más). Tozer también me introdujo a autores como Agustín, Edwards y otros. Estos escritores me apuntaban hacia una conciencia más viva de mi pecaminosidad y hacia una visión más elevada de la gracia, la santidad y la gloria de Dios. Sus escritos esparcían un aroma de solemnidad y trascendencia. Esto es algo que nunca había percibido en ningún sermón, conferencia o libro con los que me había encontrado hasta este momento. Menos aún en los predicadores que conocía.

2) El factor de la inconsistencia y la decepción

Otro factor decisivo en mi rompimiento con el «evangelio» de la prosperidad fue la inconsistencia y la decepción. O mejor dicho, una inconsistencia que me llevó a la decepción. Pasé de reconocer lo absurdo de este «evangelio» a la desilusión. La buena noticia es que esa amarga decepción inicial me dio ocasión para saborear el dulce fruto de Cristo.

Aunque es difícil apuntar a un solo error (porque en este «evangelio» las inconsistencias son muchas y variadas), creo que podemos resumirlo de la siguiente manera:

Inconsistencia con lo que la Biblia enseña: Lo que se predica desde el púlpito en las iglesias «de la prosperidad» pocas veces corresponde con lo que dice el texto. El significado del pasaje en su contexto brilla por su ausencia. Con frecuencia se ignora el punto central de los versículos . La indiferencia a la intención del autor del texto bíblico pasa desapercibida.

El pasaje solo parece cumplir una función de despegue: se usa un verso para dar inicio y justificación a lo que se quiere decir, pero las ideas o experiencias del predicador parecen más importantes que el versículo mismo. El regreso al texto es algo incidental y en ocasiones no sucede.

En algunos lugares, las historias, anécdotas e ilustraciones del predicador son el punto central de los sermones. En otros contextos se valora más la experiencia que la Escritura. Las visiones, los sueños o la supuesta «voz de Dios» que oye el predicador gozan de la misma (¡o mayor!) autoridad que la Palabra de Dios. Esto es así incluso si estas experiencias no corresponden a lo que encontramos en la Biblia.

Lo anterior es la razón por la que muchos dentro de la iglesia tienen una gran fascinación por las visiones, las profecías, las voces y lo sobrenatural. Este falso evangelio ha resultado en un pueblo más cautivado por las experiencias que por la enseñanza bíblica, y más emocionado con los temblores y las caídas que con el aprendizaje de la sana doctrina (Tit 2:1). No sorprende el analfabetismo bíblico en muchos de esos creyentes. 

La amarga decepción inicial con el «evangelio» de la prosperidad me dio ocasión para saborear el dulce fruto de Cristo

Inconsistente con la realidad que vivimos: El «evangelio» de la prosperidad promueve una enseñanza desconectada de las luchas que experimentamos en este mundo caído. Las promesas de abundancia material, salud, bienestar, una vida libre de problemas y éxito terrenal, no encajan con lo que todo creyente experimenta en esta tierra. Las promesas de un matrimonio feliz, una familia ideal y crecimiento financiero parecen una fantasía inalcanzable para muchos. El mundo ideal y romántico que esta teología ofrece es una estafa.

Por otro lado, en clara contradicción con las Escrituras, la aflicción es entendida como síntoma de pecado o evidencia de falta de fe (cp. Job 1:1-12; Jn 9:1-3). La constante lucha con un pecado en particular también es vista como señal de inmadurez y poca espiritualidad. Por eso, en muchas iglesias «de la prosperidad» la rendición de cuentas no es una práctica común. En esos contextos no hay sinceridad sobre las luchas personales y familiares, porque eso pone en peligro la reputación de muchos. Se prefiere evitar la transparencia y honestidad por temor a ser vistos como «débiles espirituales» o «viles pecadores».

Todas estas son solo algunas del universo de inconsistencias que existen en el «evangelio» de la prosperidad.[2]

Decepción

La teología de la prosperidad es un «evangelio» sin buenas noticias, porque le dice al creyente que su obediencia, piedad y virtud determinarán su bendición. Es un «evangelio» humano, porque subordina todos los beneficios celestiales a la perseverancia, fidelidad y generosidad de hombres y mujeres. Es un «evangelio» legalista, pues hace al pecador el factor determinante de su salvación, de su bendición y de su crecimiento en la fe. Es un «evangelio» terrenal, porque su énfasis está en la sanidad, provisión y prosperidad financiera, y no en los beneficios celestiales que Cristo aseguró. Es un «evangelio» estéril, pues no engendra fe, paz, piedad, contentamiento, humildad ni esperanza en el creyente. Finalmente, es un «evangelio» vil, que atenta contra la gloria divina, presentando a Dios solo como el medio para alcanzar algo mejor. Describe a Dios como Aquel que hace cumplir nuestros sueños, metas y ambiciones. Es un «evangelio» que no tiene la gloria de Dios como su meta más alta. 

La teología de la prosperidad es un «evangelio» sin buenas noticias

El «evangelio» de la prosperidad no tiene nada que ofrecer para los días de aflicción, ni para la lucha con el pecado, el orgullo, el egoísmo o la ira. Es un «evangelio» que permanece mudo en la unidad de cuidados intensivos, que no tiene nada que ofrecer al que llora en un funeral, ni palabras de consuelo para el condenado a cadena perpetua. Es un «evangelio» que no sabe qué hacer con los días malos ni con las pasiones pecaminosas. Es un «evangelio» que tarde o temprano decepciona a sus adeptos. Así lo hizo conmigo y con cientos que conocí.

3) El factor Priscila y Aquila

En Hechos, Lucas nos relata la experiencia de Apolos, el predicador judío que llegó a Éfeso. Aunque este hombre era de espíritu fervoroso y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, solo conocía el bautismo de Juan. Un día, mientras predicaba en una sinagoga, recibió la visita de Priscilla y Aquila, compañeros de ministerio del apóstol Pablo. La Biblia nos dice que «cuando Priscila y Aquila lo oyeron, lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios» (Hch 18:24-26). Esta pareja fue el instrumento que el Señor usó para llevar a este creyente fiel a una mejor comprensión de su fe.

Hubo muchos autores, pastores y teólogos que el Señor usó para enseñarme «con mayor exactitud el camino de Dios». Mis Priscila y Aquila primero confrontaron y corrigieron muchas de mis convicciones. Luego me expusieron más precisamente el evangelio y me orientaron en la dirección correcta. Me presentaron una visión más elevada de Dios y una perspectiva más coherente con la Escritura. Ellos también me estimularon a volver a la Biblia con una ilusión y expectativa renovada para encontrarme con el Dios verdadero.

Leí la teología sistemática de Louis Berkhoff y de Grudem, escuché sermones de John McArthur y de Paul Washer, y estudié las exposiciones de R.C. Sproul. Tiempo después descubrí que en español también había un pequeño pero militante grupo de heraldos de la sana doctrina. Entre ellos estaban los pastores Otto Sánchez, Miguel Nuñez y Sugel Michelén, cuyos sermones me nutrieron y fueron de mucho provecho para mi alma.

Hechos 18 nos testifica que los creyentes verdaderos y los líderes de la iglesia también pueden errar en su entendimiento de la Escritura y que necesitan la ayuda de otros hermanos para una comprensión más clara del evangelio. Los Priscila y Aquila siguen activos como instrumentos de Dios al servicio de la iglesia.

4) El factor de la belleza de Cristo

La combinación de los primeros tres factores tuvo un peso cada vez mayor; mi rompimiento con el «evangelio» de la prosperidad era inminente. Aunque la desilusión con este «evangelio» fue la parte inicial de este proceso, siguieron la ilusión y el entusiasmo al comprender mejor el evangelio de Cristo. Dios abrió mis ojos no solo al error del «evangelio» de la prosperidad, sino también a la suficiencia de nuestro Señor manifestada en el evangelio bíblico.

A este respecto, debo agradecer a Dios por la vida de Martin Lloyd Jones, en especial por su libro La cruz, el camino de la salvación según Dios. Este recurso es una exposición de las palabras de Pablo: «Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo» (Gá 6:14).

Dios abrió mis ojos, no solo al error del «evangelio» de la prosperidad, sino también a la suficiencia de nuestro Señor

El autor inglés me confrontó con una pregunta penetrante al inicio del libro: «Cuando observas la cruz de Cristo, ¿qué ves?». La pregunta también fue una invitación a volver la mirada al madero para contemplar a Cristo glorioso, triunfante y suficiente. Lloyd-Jones me exhortó a volver a las Escrituras con entusiasmo, para encontrar al Cristo que había ignorado… el Cristo que puede saciar enteramente nuestras almas.

El factor de la belleza de Cristo fue el más decisivo en todo este proceso. Más que un despertar intelectual, fue un mundo nuevo que se abrió ante mis ojos. Una nueva gloria. Desde ese momento, nació una preciosa emoción que me acompañó cada vez que escuché un sermón que presentaba al Cristo bíblico. Pude saborear con un gusto renovado la dulzura del Señor.

Cristo en el centro

Muchos predicadores «de la prosperidad» hablan de Cristo y su muerte en la cruz. Esto es cierto. Pero el problema no reside en si mencionan o no a Cristo en su predicación, sino en si Cristo es el centro y la meta del sermón.

No nos confundamos. Cuando la cruz es anunciada solo como el medio para una mejor vida y cuando Cristo es predicado como el que cumple nuestros sueños, entonces Él no es el centro y su cruz no es admirada. En esos púlpitos, Cristo es un medio y no el fin. Eso no es predicar a Cristo.

Cuando el Señor de gloria es ofrecido como el que trae bendición y dicha terrenal, entonces lo hemos eclipsado. Cuando su muerte es presentada como el sacrificio que asegura salud, riquezas y prosperidad, entonces la cruz se menosprecia, la gracia se abarata y la gloria de Dios se profana. Exaltar a Cristo es presentarlo como el bien más valioso y la posesión más preciada. Es superior a la salud, la riqueza y la prosperidad material. Más precioso incluso que una vida sin problemas.

Entender esto fue como descubrir un gran tesoro que me cautivó tanto que vendí con gozo todo lo que tenía para comprar el terreno donde estaba enterrado (Mt 13:44). Cristo se presentó ante mis ojos como admirable, deseable y, sobre todo, irresistible. Más que abandonar el «evangelio» de la prosperidad, mi alma fue sedienta tras el Cristo presentado en el evangelio bíblico.

Atesora la dulce compañía del pastor

Ser parte de una iglesia «de la prosperidad» como verdadero creyente era como ser una oveja en un rebaño que tiene más estima por la provisión y protección, que por la dulce compañía de su pastor. Fue ver ovejas enamoradas de los delicados pastos y de las aguas de reposo, antes que del pastor que las ama y dio su vida por ellas. ¡Qué engaño y qué desperdicio!

Desde una perspectiva humana, uno lamenta haber estado tanto tiempo engañado y no haber sido antes expuesto a la belleza del evangelio bíblico. Sin embargo, descanso en que Dios, en su providencia, ordenó que así fuera. Cuando confiamos en la soberanía divina, dejamos de estimar algunas etapas de nuestra vida como tiempos pérdidos. En Dios no hay pérdida de tiempo. Eso de que «todas las cosas cooperan para bien» (Ro 8:28) también incluye los años que desperdicié en el evangelio de la prosperidad.

Más que abandonar el «evangelio» de la prosperidad, mi alma fue sedienta tras Cristo

Lo que me entristece de toda esta situación es el daño que se hace a miles de verdaderos creyentes que son parte de estas congregaciones. Una comprensión defectuosa de la Escritura trae una teología defectuosa y, en consecuencia, una vida defectuosa. Además, cuando la Escritura no es predicada correctamente, cuando el evangelio es distorsionado y cuando la gloria de Dios es oscurecida, entonces el testimonio de la iglesia queda empañado y su efectividad reducida.

Por otro lado, lo que me motiva es saber que muchos han sido despertados al evangelio bíblico. Ahora son más los creyentes que no se conforman y están hambrientos por una predicación más bíblica. Me motiva ver que hay un gran número de cristianos que han abrazado la vocación de Berea, ese impulso por confirmar si lo que oyen está en conformidad con la Escritura (Hch 17:10-12).

También me llena de esperanza saber que Dios no ha dejado de edificar a su iglesia. Él sigue llamando a salvación por medio del evangelio y él sigue iluminando los corazones para que la luz venga después de las tinieblas. Así como Dios me sacó de este «evangelio», lo seguirá haciendo con muchos.

Mi oración es que este testimonio sirva para inquietar el alma de aquellos que se identifican con mi experiencia. Que Dios pueda despertar un deseo por entender mejor la Palabra y que eso se convierta en un impulso renovado por buscar al Señor, por conocer y experimentar mejor la profundidad y la anchura del amor de Cristo que excede todo conocimiento.

Quiero también decirte, creyente de Jesucristo, que no temas. Hay vida después del «evangelio» de la prosperidad. Hay vida en Cristo. Si has notado inconsistencias, si estás desilusionado y reconoces que algo falta en tu vida, el Señor está abriendo tus ojos. Esa inquietud puede ser Dios despertándote al evangelio y produciendo una nueva hambre por Cristo.

Haz un esfuerzo responsable y diligente por entender mejor el evangelio bíblico. Ora para que Dios te ayude a ver lo infinitamente glorioso que es Jesucristo. Pídele que toque tu interior con la fuerza de su amor y su gracia. Quizá tus ojos vean a Cristo tan irresistible que tu alma le seguirá donde sea que te lleve.


[1] La búsqueda de Dios, p. 80.
[2] Otras inconsistencias que se enseñan y promueven en el «evangelio» de la prosperidad: Se enseña que el valor de nuestra fe se demuestra por las ofrendas que la acompañan, o que la efectividad de la misma depende de los “pactos” monetarios. Se enseña que salir de la iglesia a la que perteneces acarrea el juicio de Dios. Se enseña que discrepar con el líder de la congregación es señal de rebeldía y hasta puede acarrear el juicio divino. Se sugiere que los pastores tienen un poder o unción especial que no goza el común de los creyentes. Se sugiere que los problemas y la aflicción son siempre fruto de un pecado no confesado en el creyente. Se sugiere que si Dios no sana una enfermedad o no responde una oración es una señal de falta de fe. Se escucha a los predicadores prometer lo mismo cada fin de año: «El año que viene será tu año de rompimiento, el año de la explosión, temporada de cosecha…». Muchos de los ministerios que promueven estas enseñanzas parecen negocios o imperios familiares, donde el predicador y sus familias ocupan los lugares más prominentes y de autoridad en la iglesia.
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