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Hace años tuve la triste experiencia de ver cómo un joven que parecía ser un cristiano comprometido, respetuoso de sus autoridades, puntual, amable, que manejaba muy bien el lenguaje bíblico, y que incluso tenia un liderazgo innato, de pronto se apartó del Señor. Dejó todo lo que en un momento pareció ser su principal deleite.

Cuando conversé con este joven y le pregunté qué había pasado en su vida, me comentó que nunca había creído el evangelio, pero que le resultaba fácil fingir que sí. Desde muy pequeño había aprendido buenos modales, valores, cómo ser amigable. Esto, junto a su gran capacidad para memorizar lo que aprendía, lo llevó a dar una buena apariencia de piedad.

Su brutal honestidad era escalofriante. No pude evitar preguntarme: ¿estoy viviendo mi espiritualidad superficialmente, como este joven?

Yo estaba seguro de mi salvación, y aún lo estoy gracias a Dios, pero en aquel momento entendí algo espeluznante. Vi que hay cosas que podemos hacer que pueden lucir piadosas, aunque realmente no surjan de un corazón agradecido que quiera agradar a Dios.

Un Dios que mira el corazón

Piensa en las siguientes palabras: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones” (Pr. 21:2 RV60).

Este versículo dice que hay caminos que pueden verse correctos, pero Dios no solo ve esos caminos, sino que también Él mira más profundamente: Él ve y evalúa las intenciones del corazón detrás de todos nuestros actos.

Nuestro Dios no desea que simplemente luzcamos piadosos; Él desea que lo seamos en lo interior.

Dios no solo quiere que nuestras palabras sean correctas; Él quiere que nazcan de un corazón sincero. Dios no quiere que solamente aprendamos a repetir oraciones que suenen piadosas; Él quiere que oremos en lo íntimo con un corazón contrito y humillado. Nuestro Dios no desea que simplemente luzcamos piadosos; Él desea que lo seamos en lo interior.

El Señor pesa los corazones.

Un Dios que nos llama a sinceridad

El moralismo es enemigo de la fe sincera. Por eso Jesús confrontó a los fariseos: “Ustedes son los que se justifican a sí mismos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios” (Lc. 16:15).

¿Vives una vida de apariencias ante Dios? ¿Has aprendido a actuar ante los demás como si tuvieras una relación profunda con Él?

Si es así, ven a la luz de Dios. Él es grande en misericordia y perdón. Él dice: “Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14). También dice: “Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con Mis ojos puestos en ti” (Sal. 32:8).

Dios quiere darse a conocer en tu vida. Si has vivido en hipocresía ante Dios, puedes arrepentirte y creer en la obra del Señor Jesús en la cruz. Él ha resucitado y hoy, a la diestra de Dios, intercede por sus redimidos (Ro. 8:34).

Avivemos nuestro deseo de ser más sinceros en nuestra fe mirando a Cristo. Él vió a las multitudes y sintió compasión por ellas (Mt. 9:36). Él sabía amar, y era manso y humilde de corazón (Mt. 11:29). Él es nuestro máximo ejemplo de amor, humildad, y servicio honesto.

Pidamos en oración que todos los días podamos caminar en una fe sincera delante de Aquel que dio su vida por nosotros: el Señor que pesa nuestros corazones y nos ama a pesar de eso.


Imagen: Lightstock.
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