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La agenda del Señor Jesucristo durante su ministerio estaba saturada de la proclamación de la Palabra. Es común ver en los evangelios el verbo “salió”, refiriéndose al Señor saliendo de un lugar privado o de un momento con sus discípulos para poder predicar a las multitudes. También se le puede ver “saliendo” de una ciudad a otra luego de haber terminado una enseñanza a muchas personas (Mt. 13:1; Mr. 6:34).

La actividad externa o visible del Señor era compartir el evangelio, además de alimentar a los hambrientos y sanar a enfermos. Algunos estudiosos han dicho que Jesús recorrió más de 5,000 kilómetros en sus tres años de ministerio sanando a personas y predicando la Palabra.

¿Alguna vez te has preguntado qué motivaba al corazón de Jesús?

La compasión del Señor

Así como podemos ver la actividad del Señor por medio de la repetición del verbo “salió” en los evangelios, podemos ver la motivación de su corazón por medio de sus declaraciones. En varias ocasiones el Señor manifiesta a sus discípulos: “Tengo compasión de la gente”, o “tengo compasión de las multitudes”, y concluía diciendo: “porque tienen hambre, porque están enfermos y porque son como ovejas que no tienen pastor” (Mr. 8:2; Mt. 9:36).

El Señor manifestó su amor compasivo a personas a las que nadie quería mostrar compasión.

Jesús sabía que muchas de las personas que le seguían no le amaban, sino que estaban con Él solo por comida y sanidad (Jn. 6:26). Pero Él tuvo compasión de ellos. Incluso obró milagrosamente ante aquellos que no le pidieron un milagro (cp. Lc. 7:11-17). El Señor manifestó su amor compasivo a personas a las que nadie quería mostrar compasión. Sobre esto, el Dr. Frank Davey escribió:

“Uno no puede imaginar a Hipócrates mostrando algún interés en una prostituta en problemas, un mendigo ciego, el esclavo de un soldado de la potencia ocupante, un extranjero psicótico claramente sin dinero, o en una anciana con una condición espinal crónica. Jesús no solo lo hizo; esperaba que sus seguidores hicieran lo mismo”.[1]

Si bien es cierto que el Señor obró para ayudar a personas en sus necesidades terrenales, podemos ver un clamor especial cuando se trata de las “ovejas sin pastor”, aquellas personas que están desamparadas y perdidas espiritualmente (Lc. 19:41-42).

El corazón del Señor se aflige cuando ve a personas que no han recibido la luz del evangelio. Esto también se manifestó en sus discípulos, como se puede observar en la vida de Pablo cuando dice: “El amor de Cristo nos constriñe” (1 Co. 5:14). El amor de Dios debe impulsarnos a vivir para Él y proclamar su mensaje, “para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (1 Co. 5:15).

¿Por qué a menudo nuestra compasión no es como la de Jesús?

Crezcamos en compasión

Una de las razones principales por las que no desarrollamos compasión es que no estamos dispuestos a “ver a las multitudes” que pasan una vida de sufrimiento, incomodidad, enfermedad, o hambre. Por lo general, ellas viven en lugares incomodos, en comunidades pobres, en hospitales, en pueblos alejados de la ciudad, o están en lugares donde una catástrofe ha ocurrido. En tales lugares no hay atractivos turísticos ni algo delicioso o bonito para comprar. Son lugares para dar sin esperar recibir.

Si todo lo que aprendemos en la Palabra no nos conduce a mayor compasión, no estamos conociendo a Dios.

En vez de ir a esos lugares, con frecuencia preferimos la comodidad. No te culpo por eso, porque también he fallado a menudo en esto, pero necesitamos comprender que ahora somos nuevas criaturas en Cristo (2 Co. 5:17). Los ojos ciegos a las necesidades y el dolor del prójimo endurecen el corazón, sin embargo, los ojos atentos y compasivos lo ablandan. No olvidemos a los ancianos desamparados, las viudas, los huérfanos, los que pasan necesidad económica, los que sufren una enfermedad, o los que han experimentado una catástrofe.

Sigamos el ejemplo de nuestro Señor que “salió”, “fue”, “vió”, “sintió compasión”, y “obró”. Jesús es nuestro mayor ejemplo de entrega (Fil. 2:2-8). Él llegó a ir a lugares donde no fue bien recibido por ser judío, como cuando fue a Samaria porque su corazón compasivo le llevó a predicar, a pesar del cansancio, a la mujer junto al pozo y después a más samaritanos (Jn. 4).

Cuando salgamos a esos lugares llenos de necesidad, estaremos más expuestos a experimentar una de las cosas más hermosas y avivadoras que un cristiano puede experimentar: la bendición de poder guiar a alguien, por medio de la enseñanza bíblica, a los pies del Buen Pastor.

La mayor motivación a la compasión

En nuestra generación, muchos estamos sumergidos en nuestros planes, en la comodidad, el descanso, el trabajo, los estudios, e inclusive en nuestros ministerios. Así hemos dejado de lado la proclamación del evangelio entre los perdidos al olvidarnos que hubo un tiempo en que nosotros fuimos ovejas sin pastor y estábamos apartados del pueblo de Dios.

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó… nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef. 2:4-5). Ahora somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que [anunciemos] las virtudes de Aquél que [nos] llamó de las tinieblas a Su luz admirable” (1 P. 2:9-10).

Habiendo experimentado la salvación, ¿no procuraremos la salvación de nuestro prójimo?

No podemos separar nuestra teología de nuestra practica. Si todo lo que aprendemos en la Palabra no nos conduce a mayor compasión, no estamos conociendo al Dios compasivo que nos rescató. El evangelio debe ser nuestra mayor motivación para la compasión.


[1] John Stott, The Incomparable Christ, p. 134.


Imagen: Lightstock.
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