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El miedo a la contaminación y a la impureza nos parece tan extraño, tan primitivo. Los antiguos judíos, en obediencia a la ley mosaica, trataban a las mujeres como inmundas durante sus ciclos mensuales (Lv. 15:9-24), y todavía hoy los musulmanes creen que los fluidos corporales contaminan la ropa. Las culturas tribales están llenas de “tabúes” y los hindúes de ciertas castas evitan el contacto con las personas de castas inferiores. Creemos que hemos superado estos miedos, y creemos que los fariseos son niños que trataron a otros judíos como si tuvieran piojos.

En cierto sentido, la palabra correcta es “infantil”. La ley fue dada como un ayo para conducirnos a Cristo (Gá. 3:24), era un guardián y protector de Israel durante su infancia hasta el momento de su madurez (Gá. 4:1-7). En ese período, expresa Pablo, la filiación de Israel tomó forma de una especie de esclavitud. Hay algo infantil en las reglas de contaminación: son reglas para niños.

Las leyes de pureza eran protocolos para entrar en la presencia de Yahweh y dirigirnos a Él. A través de la Torá, Israel fue entrenada para recibir al Rey venidero.

Sin embargo, simplemente desestimar estas reglas como infantiles seria no tomar en cuenta algunas de sus características importantes. Un educador no cuida a los niños para mantenerlos en una infancia permanente. Él guía a los niños hasta que son capaces de guiarse ellos mismos. Y eso, dice Pablo, era el propósito de la ley. La intención de la Torá era preparar a Israel para la llegada del Mesías.

En particular, las leyes de pureza del Antiguo Testamento desarrollaron ciertos instintos en Israel hacia la vida, Dios, y el mundo. Al abstenerse de la sangre, la verdad de que la vida pertenece a Dios y debe ser devuelta a Él fue “insertada en la médula” de los fieles israelitas. Las leyes de pureza eran los protocolos para entrar en la presencia de Yahweh y también para dirigirse a Él. A través de la Torá, Israel estaba siendo entrenada para recibir al Rey venidero.

Tabúes de la pureza moderna

Desestimar las regulaciones de pureza como infantiles también deja a un lado las muchas maneras en que la gente de hoy todavía es movida por preocupaciones sobre pureza. Esto es más evidente en sociedades no occidentales como India, donde “intocable” sigue siendo una poderosa categoría religiosa y social.

Aunque no seamos capaces de reconocerlo, nuestro propio comportamiento aún está formado por un miedo profundo a la contaminación. ¿Cómo reaccionas cuando un indigente se te acerca en la calle y te pide dinero? ¿Qué tipo de emociones experimentas? Puede que tengas miedo, y en algunos casos temor por tu seguridad. Pero frecuentemente nuestra reacción es repulsión y miedo a algo más que un ataque físico. Nuestro primer pensamiento es: qué asco, vete. ¡No toques!

¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a sostener la mano de un paciente con SIDA o de un leproso? Han pasado varias décadas desde las leyes de Jim Crow, pero no han quedado en la historia. ¿Qué motivó inodoros, fuentes de agua, y comedores separados? Racismo, sí, pero racismo en forma de miedo a la contaminación. ¿Por qué algunos reaccionan tan fuertemente a los matrimonios de razas mixtas? ¿Será porque ese matrimonio podría ser imprudente, o es porque algunos siguen teniendo una repulsión a lo que creemos que son mezclas abominables?

A los modernos nos gusta pensar que hemos superado todos estos tabúes primitivos, pero la sociedad, filosofía, y la cultura moderna están motivadas de muchas maneras por un estímulo a la pureza.

A los modernos nos gusta pensar que hemos superado todos estos tabúes primitivos, pero la sociedad, filosofía, y la cultura moderna están motivadas de muchas maneras por un estímulo a la pureza. El objetivo de la filosofía moderna ha sido aislar un área que sea de razón pura, no contaminada por las incertidumbres del lenguaje, la historia, y la religión. La política moderna se basa en el imperativo de evitar “mezclas” de religión y política, iglesia y estado. El diseño urbano moderno persigue la claridad geométrica y la limpieza, y resiste el desorden orgánico de las ciudades antiguas y medievales. Aislamos enfermos y moribundos en los hospitales, incluso cuando no son contagiosos. ¿Por qué?

Tal vez la pregunta no es si una cultura tendrá estándares de pureza y contaminación, sino cuáles deben ser esos estándares.

De dónde provienen realmente la pureza y la contaminación

Esa, al menos, parece ser la suposición de Jesús. Muchos cristianos piensan que Jesús rechazó toda preocupación por la pureza, que la pureza era una antigua categoría que ya no pertenecía a sus discípulos. Eso no es lo que dice Jesús. Jesús estaba tan preocupado con la pureza y la profanación como lo estaban los fariseos, igual de estricto en cuanto a evitar la profanación y mantener y recuperar la pureza.

Lo que es diferente no es el papel de la pureza, sino su contenido. ¿Qué contamina? Para Jesús, no se trata de alimentos, emisiones corporales, o tocar cadáveres. En cambio, tiene que ver con lo que sale del corazón (Mt. 15:17-20).

Si estás contaminado por lo que sale de tu corazón, necesitas limpiarte, no lavándote las manos, sino a través de la confesión y la sangre de Jesús.

Una vez que hacemos esa superposición, vemos que las normas de pureza de Israel aún son instructivas. Alguien contaminado por el asesinato, el adulterio, y la calumnia propaga la contaminación, al igual que una mujer en su menstruación transmitía contaminación según la ley. Jesús quiere que reaccionemos con repulsión al asesinato, la calumnia, el adulterio, y la lujuria, tal como un fariseo lo hacía alrededor de una persona que tenía un flujo de sangre o enfermedad de la piel. Si estás contaminado por lo que sale de tu corazón, necesitas limpiarte, no lavándote las manos, sino con la confesión y la sangre de Jesús.

Jesús deja claro que las contaminaciones que vienen desde nuestro interior son las que deberían causarnos repulsión. Debemos ser repelidos por nuestro propio pecado, usando todas las estrategias que conocemos para evitarlo y limpiarlo. Las contaminaciones del corazón son mucho más virulentas que cualquier cosa que pueda venir de fuera. Mátalas antes de que te maten a ti.

Siguiendo a Jesús en un mundo de impureza

En el fondo, el cambio que Jesús trae es más radical y es parte del corazón del evangelio: Jesús neutraliza el poder de la impureza. Piensa en su ministerio: Él frecuentemente toca a los ceremonialmente inmundos y es amigo de los recaudadores de impuestos y pecadores. Sin embargo, Jesús no está contaminado. Por el contrario, limpia a través de su tacto y purifica a través de su presencia. Y Él nos ha dado su Espíritu para que podamos llevar a cabo su misión purificadora.

Jesús limpia a través de su tacto y purifica a través de su presencia.

Los fariseos pensaban que la contaminación era un poder, una fuerza, o un contagio que los amenazaba desde fuera. Ellos levantaron sus defensas, se limpiaron constantemente, y evitaron contaminar a las personas y a las circunstancias, porque podría haber contaminación en cada esquina. Los temores farisaicos de impureza conducen a un estilo de vida de miedo; miedo a la contaminación y al contagio, miedo a los demás, miedo a propagar la muerte. Era un estilo de vida de evasión; evasión de gentiles, de judíos impuros, de lugares, personas, y circunstancias que podrían contaminarlos.

Jesús no vivió con miedo y nos llama a seguirlo sin miedo. No estamos llamados a quedarnos en nuestra zona limpia para mantener nuestra aislada, pero pura comunión. Debemos ser como Jesús, que entró en un mundo contaminado por malos pensamientos, asesinatos, adulterios, fornicación, robos, falsos testimonios, y calumnias, con el fin de revertir el flujo de impurezas. Estamos llamados a seguir a Jesús en el mundo contaminado para llevar el mensaje del reino en el poder del Espíritu Santo que santifica, limpia, y renueva.


PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE GOSPEL COALITION. TRADUCIDO POR Felipe Ceballos Zúñiga.
Imagen: Lightstock.
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