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Ezequiel no fue el primero en ver la nube de la gloria de Yahweh. El Señor había descendido sobre el monte Sinaí en una nube de tormenta (Éx. 24:16). Cuando Moisés terminó el tabernáculo, la nube se movió del monte hasta el lugar santísimo, descansando sobre las alas del querubín que estaba encima del arca (Éx. 40:34-35). Más tarde, la misma gloria llenó el templo de Salomón, consagrando la casa del Señor (1 R. 8:11). Los sacerdotes y ancianos en Sinaí miraron a través de un pavimento de zafiro para ver al Dios de Israel y a Moisés entrar en la nube. 

En su mayoría, Israel vio la gloria de Yahweh de lejos y por fuera; Moisés no dejó una descripción de su interior.

Ezequiel es diferente. Él consigue ver el interior de cerca y lo comparte con nosotros.

La teología bíblica de la dirección

Desde la distancia, Ezequiel ve lo que veía Israel, un viento de tormenta y una gran nube resplandeciendo con relámpagos y fuego. Incluso desde la distancia, ve algo “como un metal refulgente en medio del fuego” (Ez. 1:4). Cuando la nube se acerca, ve lo que hay dentro: seres vivientes, que luego son identificados como “querubines” (Ez. 10:1). Tienen forma humana (Ez. 1:5), pero piernas de bronce, pies con pezuñas (Ez 1:7), y cuatro alas (Ez. 1:6). Cada querubín tiene cuatro caras: cara de toro, de león, de águila, y de hombre (Ez. 1:10). 

Estas caras siempre miran hacia la misma dirección (Ez. 1:12), y sabemos cuál es esa dirección. La nube viene del norte (Ez. 1:4) y la cara que está delante es la del hombre; eso significa que la cara de hombre mira hacia el sur. A la derecha de la cara de hombre está la cara de león, mirando al oeste, y a la izquierda está la de toro, girada hacia el este. Eso significa que la cara de águila debe estar mirando hacia el norte, hacia el trono del Señor al extremo de la esfera del cielo (cf. Sal. 48:2).

Las indicaciones direccionales de Ezequiel pueden parecer extrañas, pero señalan conexiones en la Biblia con otras organizaciones de cuatro esquinas. Cuando Israel acampaba en el desierto, las 12 tribus se dividían en cuatro grupos, con tres tribus giradas hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales (Nm. 2). El tabernáculo estaba en el centro del campamento, con mobiliario en cada punto de la brújula: el altar de bronce en el patio hacia el este, el arca en el lejano oeste, la mesa del pan de proposición en la pared norte del lugar Santísimo, y la lámpara en la pared del sur. Pudiéramos estar tentados a pensar que David y los tres valientes forman una réplica humana de la gloria, y entonces podemos recordar que Jesús, el hijo de David, también tenía a sus tres: Pedro, Jacobo y Juan. 

Las indicaciones direccionales de Ezequiel pueden parecer extrañas, pero apuntan a conexiones con otras organizaciones de cuatro esquinas que contiene la Biblia

Los paralelismos entre estas diferentes estructuras son sugestivas. La gloria original de Yahweh incluye cuatro querubines de cuatro caras, con cada cara mirando a una sola dirección. Pero la gloria de Yahweh también se muestra como un santuario de cuatro esquinas, como la nación de Israel con cuatro caras, y como un séquito real de cuatro hombres. Podemos concluir que Israel es una nación angelical, llamada a permanecer vigilante en la casa de Dios, tal como los querubines estaban estacionados en la puerta del Edén (Gn. 3:24). Podríamos conjeturar que David y sus hombres son la gloria en forma humana.

La gloria y carruaje de Yahweh

Al lado de cada uno de los seres vivientes se encuentra una rueda de crisólito resplandeciente, ruedas que se mueven según la dirección de las criaturas vivientes, ya que “el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas” (Ez. 1:21). La famosa frase “ruedas dentro de ruedas” es tentadoramente vaga. Quizás significa que las ruedas eran esferas que podían cambiar de dirección sin girar. El punto clave, sin embargo, son las mismas ruedas, que indican que la nube es también un carruaje: el carro de Yahweh, que normalmente estaba “estacionado” en el lugar Santísimo del templo (cf. 1 Cr. 28:18). Juntos, los seres y las ruedas forman el palanquín móvil de Yahweh.

Sobre las cabezas de los querubines hay una expansión, un firmamento deslumbrante como el hielo (Ez. 1:22), y por encima del firmamento, Ezequiel ve un trono de zafiro, ocupado por una figura semejante a un hombre de fuego y metal (Ez. 1:26-27). Este es el centro de la visión. Los querubines, las ruedas, y el firmamento son solamente mecanismos para mover a la persona entronizada de un lugar a otro. En el centro de la visión está el mismo Yahweh, que se aparece al profeta como un hombre glorificado cerca del río Quebar. 

En conjunto, la gloria es un microcosmos. Debajo, hacia la tierra, están cuatro seres vivientes que representan las categorías principales de las criaturas de la tierra y el cielo: animales salvajes, ganado domesticado, aves, y hombres. Por encima está el firmamento, como una expansión del cielo, y por encima del cielo está el trono de Yahweh. El carro es la gloria original de Dios, y el mundo mismo toma como modelo el patrón de dicha gloria.

Existe un hilo de misticismo judío basado en el carruaje de Ezequiel o “Merkabah”. Se piensa que Ezequiel describe un camino ascendente a los lugares celestiales hacia el trono de Dios. En Ezequiel, sin embargo, el movimiento es el opuesto. En lugar de ascender, ve un descenso, el trono viviente original de Yahweh acercándose del cielo a la tierra. El carruaje puede elevarse (Ez. 1:19), pero las ruedas están sobre la tierra (Ez. 1:15). El carruaje no es un medio de ascenso místico en primera instancia; es un medio para el descenso divino. No lleva a Ezequiel al cielo, sino que trae el cielo a la tierra.

Podemos dejarnos envolver tanto con los extraños detalles de la visión de Ezequiel, que nos pudiéramos perder de vista el escenario concreto. Ezequiel ve la gloria que vieron Moisés y Salomón, pero no la ve en el Sinaí, en Silo, o en Jerusalén. Cuando Ezequiel ve esta visión es el quinto año del exilio de Joaquín (Ez. 1:2). El templo sigue en pie en Jerusalén (cf. Ez. 33:21-22). Pero la gloria no está en el templo. Está con los exiliados en Babilonia que se reúnen cerca del río Quebar. Ya había sucedido algo parecido antes. Cuando los filisteos destruyeron el tabernáculo en Silo, se llevaron el arca de Yahweh de vuelta a casa como un trofeo de guerra, y allí Yahweh hizo la guerra a los enemigos de Israel (1 S. 4-6). Vuelve a suceder en tiempos de Ezequiel. La partida de Yahweh del templo es un juicio sobre Judá, pero también un acto de compasión. Cuando Yahweh envía a Israel al exilio, Él se va al exilio con ellos. Él entra en territorio babilónico montando su carruaje, sobre las alas de los querubines.

La verdadera comisión profética del profeta

Para comprender todo el efecto de la visión, es necesario notar que Ezequiel 1 es solo el primero de tres capítulos en una secuencia durante la cual Ezequiel recibe la comisión como profeta. Cuando Ezequiel ve la visión, cae como un hombre muerto (Ez. 1:28). Una voz desde el trono lo revive (Ez. 2:1), el Espíritu entra en él, él come un libro, y luego es enviado a hablar las palabras de Yahweh y estar en pie como centinela sobre la casa de Israel (Ez. 3:16-21). Como la visión de Isaías de la gloria de Dios (Is. 6), la de Ezequiel forma parte de su ordenación como profeta. Es un preludio adecuado para una comisión profética. Un profeta es alguien con acceso al salón de juicio de Yahweh y a su consejo divino (Jer. 23:18-22). Ezequiel le da un vistazo al interior del salón del trono porque Yahweh está a punto de invitarle a tomar su lugar entre los seres vivientes.

La partida de Yahweh del templo es un juicio sobre Judá, pero también un acto de compasión. Cuando Yahweh envía a Israel al exilio, Él se va al exilio con ellos

Ezequiel nos dice que “los cielos se abrieron”. Es algo único y destacable en las Escrituras. En el Antiguo Testamento, los cielos normalmente se abrían para que Yahweh pudiera hacer llover sus bendiciones sobre Israel (Dt. 28:12; Sal. 78:23; Mal. 3:10). Pero los cielos se abren para dar la bienvenida a Ezequiel, el “hijo del hombre” (Ez. 2:1, 3, 8; 3:1, 3, 4, 10). Y siglos más tarde, los cielos se abren de nuevo cuando otro profeta, otro “Hijo de Hombre”, recibe la comisión a los 30 años de edad para ver visiones de Dios (Lc. 3:21-24; cf. Ez. 1:1). Jesús es el profeta (Lc. 4:24; 7:16; 24:19), pero es más que un profeta. Él es tanto el profeta que ha sido comisionado y la gloria comisionada, es el Hijo del Hombre y el que está en llamas sentado en el trono de Yahweh en medio de los seres vivientes. Él es el carruaje viviente de Dios, que viene del cielo a vivir entre los exiliados, cuyo rostro brilla con la luz de la gloria de Dios.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Manuel Bento Falcón.
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