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Al leer la pregunta, puede ser que la respuesta rápida sea un no.

Tal vez ya resuena en nuestra memoria la pregunta de Santiago: “¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios?”. O el mandamiento de Pablo, “no estén unidos en yugo desigual con los incrédulos” (Stg. 4:4; 2 Co. 6:14). Pero a la hora de aplicar estos textos, el asunto no es tan mecánico.

Quizá tienes en mente a un ateo con quien has tenido conversaciones interesantes o has compartido lindas experiencias. Y te preguntas: ¿Acaso debo alejarme de toda persona que no crea en Dios, sea cual sea el ámbito? Esta pregunta parece sencilla, pero aplicada en ciertos escenarios merece una reflexión.

En la esfera de la amistad, un ateo no tendrá la intención de fomentar nuestro crecimiento espiritual, por más buena persona que sea

Empecemos aclarando lo que deberíamos entender por “ateo” y “amigo”, para evitar confusiones. Luego, pasemos a lo más importante: abordar la preocupación por mantener un balance entre dos aspectos de la vida cristiana. Por una parte, el llamado a la santidad, a alejarnos del mal; y por otra parte, el llamado a involucrarnos en este mundo, a ser luz y dar testimonio del evangelio.

La pregunta de si puedo ser o no amigo de un ateo, plantea una genuina preocupación por mantener un balance entre estos dos mandamientos: ser santos y predicar el evangelio.

Aclarando los términos

Creo que lo mejor sería realizar una distinción entre un incrédulo, un agnóstico, y un ateo:

El incrédulo. La mayoría de las personas no creyentes realmente no tienen nada en contra del cristianismo, simplemente no profesan la fe y estarían dispuestos a escuchar sobre Dios.

Los agnósticos, en cambio, tienen una postura más distante al respecto, pues al no poder asegurar que Dios exista o no, prefieren evitar tomar una posición.

Un ateo tiene una postura bien definida acerca de Dios y la religión, casi siempre de oposición. Demostrar que Dios no existe puede ser un propósito en su vida, algo de lo que quisiera hablar cada vez que tiene la oportunidad. Tal vez no con ánimo de atacar, pero por lo menos con la idea de persuadir, lo cual ya debería ponernos alertas al respecto. ¿Por qué permanecer en una relación en la que constante y abiertamente se nos quiere persuadir de abandonar nuestra fe? Esto me lleva a considerar qué es un amigo.

Un amigo nos brinda sus mejores consejos y desea dirigirnos hacia el bien; un verdadero amigo nos ayuda a ser más como Cristo

La amistad es una de las relaciones más profundas e íntimas que podemos llegar a tener, una relación reservada para unos pocos en nuestra vida. Es mucho más que llevarnos bien con alguien. Un amigo ama en todo tiempo, y es como un hermano en tiempo de angustia, alguien con quien podemos derramar el corazón (Pr. 17:17). Un amigo nos brinda sus mejores consejos y desea dirigirnos hacia el bien; un verdadero amigo nos ayuda a ser más como Cristo.

Un ateo no tendrá la intención de fomentar nuestro crecimiento espiritual, por más buena persona que sea. Si queremos madurar en nuestra fe, necesitaremos buenos amigos cristianos. En su libro Pensamientos para hombres jóvenes, J.C. Ryle afirma:

“Escoge amigos que beneficien tu alma, amigos que realmente puedas respetar, amigos que quisieras tener junto a ti en tu lecho de muerte, amigos que viven la Biblia y no tienen miedo de hablar de ella contigo, amigos de los cuales no te avergonzarás cuando venga Cristo, y llegue el Día del juicio”.

Manteniendo un balance

Si nos guiamos por la enseñanza bíblica, podemos comprender que no es sano para un cristiano tener amistades con personas ateas. Sobre esto, J. C. Ryle aconseja: “Nunca te hagas amigo de alguien que no es amigo de Dios”. Debemos vivir buscando la justicia, el amor y la paz, acompañados de otros que también invocan al Señor (2 Ti. 2:22).

Nuestros amigos influyen en nosotros para bien o para mal, por eso Proverbios nos exhorta dejar las malas compañías (Pr. 1:8-19; 4:14-15). ¿Quiere decir esto que debemos cortar todo tipo de relación con los incrédulos? Claro que no; la oración de Jesús era que seamos guardados del mal, no quitados del mundo (Jn 17:15).

Recuerda que también nosotros fuimos ateos, enemigos, sin esperanza y sin Dios, pero Cristo nos acercó al Padre por su sangre

Nuestro deber es ser luz predicando las buenas nuevas y practicando buenas obras para que nuestro Padre celestial sea glorificado (Mt 5:16). Pedro también nos recuerda que ser una nación santa, llamada a heredar bendición, implica que seamos fraternales con todas las personas, y que la esperanza —que tenemos en Cristo— se refleje en nuestras vidas para que otros deseen conocer de dónde proviene (1 P. 3:8-9,15).

Mantener un trato cordial, ser un buen colega, o tener conversaciones sanas y un testimonio limpio, pueden provocar que muchos ateos se cuestionen su propia “anti-fe” y sean persuadidos del evangelio. Tal como la iglesia de Jerusalén se ganaba el favor de todo el pueblo (Hch 2:47), nosotros también procuremos hacer el bien a todos (Gá. 6:9-10).

Para cuidar tu corazón, rodéate de buenos amigos cristianos, que te alienten a madurar en la fe. Por amor a los perdidos, muéstrate amigable con todos, y eso incluye a los ateos. Recuerda que también nosotros fuimos ateos, enemigos, sin esperanza y sin Dios, pero Cristo nos acercó al Padre por su sangre (Ef 2:12).

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