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¿Cuántas veces hemos herido a otros con nuestras palabras para rápidamente retractarnos? “¡No quise decir eso!”, exclamamos mientras nos llevamos una mano a la boca. A veces parece que algo horrible se apodera de nosotros y nos obliga a espetar insultos o reclamos a las personas que más amamos.

Pero nadie nos está obligando. Aunque no nos gusta admitirlo, decimos lo que queremos decir; como lo expresó Jesús: “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). Aunque es posible que otros nos estén provocando, la respuesta ante esa provocación siempre revela lo que hay dentro de nosotros. Después de todo, Cristo fue profundamente “afligido, [pero] no abrió su boca” (Is. 53:7).

De eso trata Guerra de palabras, un libro de Paul Tripp que nos ayudará a tratar con el corazón de nuestros problemas con la comunicación. ¿Y cuál es el problema? Bueno, el problema es justamente nuestro corazón.

Tripp resume este libro en cuatro verdades que nos ayudarán a tener una panorámica general de por qué tenemos tantos problemas con nuestras palabras y de la solución de los mismos:

  1. “Dios tiene un plan maravilloso para nuestras palabras, uno mucho mejor que cualquier plan que se nos pueda ocurrir a nosotros mismos.
  2. El pecado ha alterado radicalmente nuestros propósitos en relación con nuestras palabras, trayendo mucho dolor, confusión y caos.
  3. En Jesucristo encontramos la gracia que nos provee todo lo que necesitamos para hablar como Dios quiere que hablemos.
  4. La Biblia nos enseña simple y llanamente cómo llegar desde donde estamos hasta donde Dios quiere que estemos” (p. 13).

Tú y yo hablamos porque Dios habla. Nos comunicamos porque Él se comunicó primero. Abrió su boca y el universo existió. Como escribe Paul Tripp, “desde el momento de la creación, Dios no ha estado distante ni apartado. No está escondido ni en silencio. Se acerca y usa palabras para revelarse y explicar todo lo demás” (p. 16). En su misericordia, el Señor nos hizo a Su imagen, con la capacidad de utilizar las palabras para expresar y edificar. Pero esa habilidad de comunicarnos no nos fue dada para hacer con ella lo que queramos. El Creador dispuso que las palabras se utilizaran con un objetivo especial.

“Primero, todas nuestras palabras deben darle a Dios la gloria que Él merece. Y segundo, nuestras palabras deben ser usadas para el bien de aquellos a quienes Dios ha puesto a nuestro alrededor. Este es el llamado supremo para nuestras palabras: adoración y redención” (p. 87).

Si te pareces a mí, tus palabras suelen estar muy lejos de alcanzar ese llamado supremo. Si pudiéramos escuchar una grabación de las últimas semanas de tu vida, ¿escucharíamos más adoración y redención, o más idolatría y condena?

Cuando todo está bien, es fácil repetir las respuestas correctas. Es fácil seguir la letra de tu himno favorito en la reunión dominical, y responder con amabilidad a las palabras amables. Pero ¿qué sale de nuestra boca cuando nuestra vida se derrumba? ¿Cuando nuestros planes son frustrados? ¿Cuando alguien nos insulta? Es ahí, en el fuego de la prueba, donde se revela de qué estamos hechos. Donde se revela el más grande deseo de nuestro corazón.

“Los problemas con las palabras revelan los problemas del corazón. La gente y las situaciones que nos rodean no nos hacen decir lo que decimos; son solo la ocasión para que nuestros corazones se revelen con palabras. […] Un corazón idolátrico producirá palabras idolátricas. […] No resolveremos nuestro problema con las palabras airadas hasta que nos humillemos y lidiemos con el adulterio y con la idolatría que hay en nuestros corazones” (pp. 61 y 65).

No hay tres pasos sencillos para tener una comunicación perfecta con tu cónyuge o con tus hijos. Ninguna técnica de resolución de conflictos hará que terminen de una vez por todas los pleitos con tu jefe o que se evapore la amargura que tienes contra tu vecina. Las palabras transformadas vienen de corazones transformados. Y el único capaz de transformar nuestros corazones es el Señor.

La buena noticia es que Él desea transformar nuestros corazones. Dios ha provisto todos los medios que necesitamos para vencer los problemas de comunicación. Su evangelio nos libera del pecado y el Espíritu Santo renueva nuestros corazones para que podamos andar como Dios desea que andemos. De este lado de la eternidad, nuestra comunicación nunca será perfecta, pero no debemos desfallecer, porque el Señor que empezó la obra en nosotros promete completarla (Fil. 1:6). 

Usemos las palabras como la Palabra encarnada, nuestro Señor Jesucristo (Jn. 1:14). Vayamos a la Escritura y empapémonos del plan que Dios tiene para nuestra comunicación; seamos embajadores del Reino, usando cada palabra para adorar y redimir. Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues “Jesús es la Palabra y la única esperanza para nuestras palabras! Solo en Él tendremos victoria en nuestra propia guerra de palabras” (p. 13).

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