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La morada del Espíritu de Dios en el creyente es la prueba más concreta del cristianismo verdadero. Aunque parece paradójico, ya que el Espíritu no es tangible ni palpable, su fruto sí es tangible (Gál. 5:16-26). Ese fruto es visible en una persona en quien el Espíritu mora. Es decir, la morada del Espíritu Santo se hace visible en vidas santificadas. De ahí que dice Pablo, “Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Rom. 8:9). Y de igual modo, “Nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:4).

El pregón apostólico de que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo no es de Él es como decir: “Si alguno no muestra el fruto del Espíritu, es porque no es de Cristo”. Dicho de otra manera: tener el Espíritu es evidenciado por vivir en santidad.

El verdadero creyente no vive en la carne

Por eso pasajes como 1 Corintios 6:9-11 son tan categóricos:

“No se dejen engañar: ni los inmorales… ni los adúlteros… ni los avaros… heredarán el reino de Dios. Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”.

Este texto hace eco con pasajes como el salmo 15 y salmo 24, por ejemplo, donde el salmista se pregunta: “¿Señor, quién habitará contigo en tu santa morada?”. La respuesta es única (en resumen): “Aquel que vive en integridad”. En otras palabras, el que camina en santidad. Este caminar no es caprichoso, sino según la fe y conforme a la Escritura. O sea, “en la voluntad revelada de Dios” (ver Rom. 12:1-2; Jud. 3).

Examinemos bien el siguiente texto, el cual es perfectamente claro:

“Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él”, Romanos 8:9.

Vale la pena notar aquí que en el pensamiento de Pablo, “carne” no se refiere al cuerpo humano, sino el ser humano completo, pero sin Dios. Es también descrito como “vieja naturaleza”, y “pasada manera de vivir”. El término “carne” incluye los pensamientos, decisiones, deseos, etc., que son característicos de la vida del impío.

El creyente ha escapado de la impiedad y ahora es piadoso. La condicionante es fuerte: “si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes”. La paráfrasis sería algo así:

La manera concreta de confirmar que eres de Dios es porque no vives según la pasada manera de vivir (la vieja naturaleza).

El verdadero creyente tiene al Espíritu

La morada de Dios por su Espíritu en el creyente es muy descriptiva en el libro de los Hechos. Hechos es, probablemente, el documento bíblico más fidedigno sobre cómo luce el creyente en quien mora el Espíritu de Dios.

La permanencia del Espíritu, para los creyentes del Nuevo Testamento, era un elemento de confirmación. De hecho, era la prueba evidente de que alguien era creyente en verdad. Se asumía como premisa. La razón era evidente: “Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gál. 5:24). De ahí la fuerza de lo que Pablo dice en Romanos 5:9, “Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él”.    

Esta promesa dada por Dios era confirmativa. O sea, que cuando viniera esa promesa a una persona, la diferencia sería marcada entre un creyente y un no creyente. La marca es muy visible. ¿Cuál? Andar en novedad de vida, en santidad, en contraste con vivir según la voluntad propia.

Por eso, por ejemplo, cuando se tiene que elegir líderes en la iglesia, la comunidad de fe debe cerciorarse que en esos hombres existen las marcas de la morada de Dios el Espíritu. ¿Cómo? Mediante el “buen testimonio” y “la fe” de ese hermano (Hch. 6:1-3; 1 Ti. 3; Tit. 1:1-5). Los apóstoles establecieron esta prueba determinante para reconocer al verdadero cristiano. Es una prueba perpetua. La morada del Espíritu de Dios en una persona se evidencia mediante su fe bíblica y su buen testimonio.

El verdadero creyente vive por el Espíritu

¿Cómo se aplican estos pasajes de los requisitos del liderazgo cristiano al creyente en general? Sencillamente, estas son evidencias de un creyente verdadero y maduro en la fe. Brillan las expresiones: “irreprochable”, “de buena reputación”, “llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, “prudente”, “que gobierne bien su casa”, entre otros. Son evidencias tangibles de la residencia del Espíritu Santo en cualquier verdadero creyente.

Se entiende entonces por qué constituye una gracia inmerecida la morada de Dios por su Espíritu en nosotros los creyentes. A saber, es el Espíritu quien capacita al creyente para poder andar en la voluntad de Dios, en vida nueva. Y es esa misma Persona quien nos faculta para caminar con Dios. Sin el Espíritu no podemos escapar de nuestra pasada manera de vivir que estaba viciada conforme al hombre pecaminoso o carnal, sin Cristo.

Gracias a la persona del Espíritu morando en nosotros los cristianos, poseemos “poder”. ¿Poder para qué? Para andar en vida nueva, en la voluntad de Dios, en el Espíritu. O sea, el creyente ya tiene el poder de vivir para Dios y de serle fiel (hacer lo que Dios pide al pie de la letra, ser un buen y fiel siervo, siervo inútil), e íntegro (irreprensible en todo). El no creyente está impedido para este estilo de vida piadoso y agradable a Cristo.

Por la fe en Cristo el creyente fue limpiado, lavado, santificado, glorificado, y justificado. La fe sola en Cristo es suficiente para lograr tanto la justificación como la fidelidad a la voluntad de Dios en nuestro día a día, generando en nosotros cada vez más un eterno peso de gloria en los creyentes. Esa morada Dios en el Espíritu nos lleva tanto a acomodar lo espiritual a lo espiritual, como a vivir santa y piadosamente en todo. ¡Aleluya!


Imagen: Lightstock
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