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— ¡Hola, amigos! Estoy buscando un libro que me explique qué es la justificación por fe, ¿me ayudan?.
— Te recomiendo el libro de Romanos, ahí encontrarás la verdad del evangelio para tu vida.

Esta escena me resulta demasiado familiar. Particularmente en Internet. Un cristiano pide que le recomienden un libro y otro cristiano le responde que vaya a leer la Biblia. Es una escena que suele desanimarme. Permíteme explicar por qué.

Espero que sea obvio que la razón por la que este tipo de intercambio me entristece no es que alguien recomiende la lectura de la Biblia. Animar a otros a acercarse continuamente a la Escritura no tiene nada de malo. Tiene todo de bueno. La Escritura es la revelación del Creador a las criaturas; a través de sus páginas podemos conocer quién es Dios y qué es lo que Él ha hecho a nuestro favor. La Biblia es luz a nuestro camino y miel a nuestro paladar (Sal 119:103, 105). Leerla no es una opción para los cristianos… es una necesidad en la que nos deleitamos, como un suculento estofado después de un arduo día de trabajo o como un vaso de agua fresca después de pasar horas bajo el sol. 

No, animar a los creyentes a acercarse a la Escritura no tiene nada de malo. La manera en que los animamos, sin embargo, puede revelar algo que sí es malo: nuestra postura antagónica frente a la lectura en general.

¿Qué es leer?

La razón por la que ver intercambios como el de arriba suele desanimarme es que me recuerda que muchos cristianos suelen pensar que leer cualquier cosa que no sea la Biblia es innecesario o incluso peligroso.

Detrás de un comentario inocente como “lee la Biblia” puede haber un creyente que por décadas ha pensado que la lectura en general es una pérdida de tiempo o un engaño del maligno. Quizá nunca habías escuchado algo así (¡espero que así sea!), pero muchos cristianos han crecido en comunidades que sospechan de cualquiera que lea libros además de la Biblia. En estos lugares se ha llegado a pensar que sola Scriptura significa “solo la Escritura”. Ellos concluyen afirmando que, si la Biblia es suficiente, entonces nada más es necesario.

Esta manera de pensar sobre los libros sería razonable solo si tenemos un concepto equivocado de lo que significa la lectura. Técnicamente, leer es “pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”. Pero muchos han añadido a esa definición: ya que los libros son escritos por personas que dicen ser autoridad en cierta área, leer es escuchar a esa autoridad. Ya que se nos ha hecho costumbre escuchar autoridades y obedecer sin detenernos a pensar, pensamos que leer significa abrazar todo lo que el autor afirma. 

Para el creyente, leer es escuchar las ideas de otra persona y reflexionar en ellas a la luz de la verdad eterna de Dios

Pero leer no es caer a los pies de una persona y aceptar sus argumentos sin consideración alguna. Leer no es pasar la mirada por las palabras e imprimirlas sin más en tu corazón. Leer no es absorber un montón de información; leer es tener una conversación con el autor. Para el creyente, leer es escuchar las ideas de otra persona y reflexionar en ellas a la luz de la verdad eterna de Dios.

Esto, por supuesto, es trabajo duro. Sospecho que esa es una de las razones principales por las que lo evitamos. Es mucho más fácil elegir a unas cuantas personas de confianza y decir “sí y amén” a cualquier cosa que salga de sus labios. Pero a eso también podríamos llamarlo idolatría.

Si nos rehusamos a hacer el trabajo duro de utilizar nuestra mente para examinarlo todo y retener lo bueno (1Ts 5:21) a la hora practicar la lectura en general, probablemente también nos rehusaremos a hacer ese mismo trabajo duro al atender a nuestros pastores o predicadores favoritos, al tener conversaciones con las personas que nos rodean y al escuchar las palabras de nuestro propio corazón engañoso (Jr 17:9).

Adora con tu mente

La única voz perfecta es la voz de Dios. Las palabras de los seres humanos, habladas o escritas, son propensas al error. Incluyendo las que vienen de nuestro interior. Pero que las personas puedan equivocarse no significa que ellos no pueden ser usados por Dios para apuntarnos a la verdad. Querer guardarnos de la confusión rechazando los libros es como rehusarte a ser atendido por un médico solo porque, en su humanidad, él también es capaz de enfermarse: no te protege de la enfermedad, solo te hace perder la oportunidad de recibir ayuda.

Si estamos buscando guardarnos del error, lo que necesitamos no es aislarnos de todo aquello que pueda fallar, sino conocer profundamente la verdad. Antes de ir a los libros, debemos llenarnos del Libro.

Que haya libros terribles no significa que la lectura en general sea terrible. Que sea sabio evitar algunos libros no significa que sea sabio evitar todos los libros

Es sabio cuidar que nuestra mente no se llene con cualquier basura. Después de todo, justo después de llamarnos a examinarlo todo y retener lo bueno, el apóstol nos manda a abstenernos de toda clase de mal (1Ts 5:22). Hay cosas en las que no vale la pena invertir tiempo.

Pero que haya libros terribles no significa que la lectura en general sea terrible. Que sea sabio evitar algunos libros no significa que sea sabio evitar todos los libros.

¿Por qué? Alejarte de la lectura hará que pierdas la oportunidad de ejercitar tu capacidad de escuchar a otros desarrollar temas complejos, pensar por ti mismo y buscar la verdad, adorando a Dios con tu mente. Alejarte de la lectura hará que pierdas la oportunidad de aprender y ser edificado por personas más maduras y sabias. Alejarte de la lectura hará que pierdas la oportunidad de entrar en la mente de alguien más y ver el mundo desde su perspectiva, para poder amar mejor a tu prójimo. Alejarte de la lectura hará que pierdas la oportunidad de conocer cuáles fueron los errores de nuestros antepasados y cómo amenazan repetirse hoy. Alejarte de la lectura hará que pierdas la oportunidad de conocer cómo piensa la cultura en la que vives y cómo el evangelio puede responder a ella. 

Gózate en la verdad

Puede que la actitud antagónica hacia la lectura en general provenga de una búsqueda de prudencia genuina; no queremos perdernos, así que nos aislamos pensando que eso nos guardará del error. Pero reconocer que el error no está solo “allá afuera”, sino también en nuestro propio corazón nos ayudará a correr continuamente hacia la Fuente de toda verdad. Esto es lo único que realmente nos protege de las artimañas del engañador.

Así que gózate en la verdad, en la Escritura y fuera de ella. Aprende de otros. Escucha a las personas que no piensan como tú e intenta entenderlas, poniendo sus ideas a la luz de la Palabra. Ora por sabiduría. Si no sabes si un libro vale la pena o no, pide consejo a alguien piadoso. Pero hagas lo que hagas, no te escondas. Usa tu mente para la gloria de Dios, cuando leas la Biblia y cuando leas cualquier otra cosa.

Por mi parte, he decidido cambiar mi enfoque cuando vea una escena como la de arriba. En lugar de desanimarme porque alguien parece menospreciar la lectura en general, me alegraré porque otra persona está valorando la ayuda que puede encontrar entre las páginas de un libro. Que más de nosotros estemos dispuestos a hacerlo, afilándonos unos a otros para seguir usando nuestra mente para la gloria de Dios y el bien de otras personas.

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