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“Vamos a empezar el 2021 calladitos y sin tocar nada”, dice el joven mirando directamente a la cámara. Su voz es tensa; no da ganas de levantar ninguna objeción a sus palabras.

El video dura unos cuantos segundos y ha sido visto por miles de personas en plataformas como TikTok e Instagram. Representa la respuesta de una generación a la tragedia del 2020: “Nada de que ‘este es mi año’. Empecemos tranquilos y a ver cómo salen las cosas”.

¿Quién puede culpar a ese joven (y a los miles que han hecho eco a su mensaje compartiendo el video en las redes sociales)? Después del 2020, no es de extrañar que lo único que deseemos sea sobrevivir… y, si no es mucho pedir, que este año sea un poquito mejor que el anterior.

Pero no parece que eso sucederá. Al menos no en el futuro inmediato. Los semáforos rojos continúan y la política es un caos. La primera plana de los periódicos ofrece todo menos esperanza.

La buena noticia es que los cristianos no encontramos nuestra esperanza en la primera plana de los periódicos.

Sí, 2020 nos dejó claro que nuestra vida no está en nuestras manos. Que un organismo microscópico es capaz de derrumbar absolutamente todos nuestros planes. Que nadie puede estar seguro de lo que sucederá mañana.

Pero 2020 también nos recordó lo que los cristianos nunca debimos olvidar. Que nuestra vida no está en nuestras manos, sino en las de Aquel que sostiene el Universo desde el principio. Que nuestros planes son microscópicos al lado de los planes de Aquel cuyo propósito jamás puede ser frustrado. Que no necesitamos estar seguros de lo que sucederá mañana, porque descansamos en Aquel que declara el fin desde el principio (Is 46:10).

La esperanza nos impulsa

La esperanza que Dios nos ofrece no es una esperanza que debe quedarse en la teoría… es una esperanza que nos impulsa. No es una esperanza que meramente debemos repetir como pericos, sino una que debemos vivir en lo cotidiano.

“Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:19-20).

Si estamos aquí todavía, estamos aquí por una razón. Estamos aquí con una misión. El trabajo de los creyentes en la tierra no ha terminado. Por terribles que sean las circunstancias que nos rodean, nuestra misión es la misma de siempre: hacer discípulos de Cristo, amando a Dios y amando a otros como Él nos ha amado. Nuestro llamado es obedecer los dos grandes mandamientos y cumplir la gran comisión, en donde estamos ahora y con los recursos que tenemos disponibles en nuestras manos. Independientemente de las dificultades que nos quieran derribar, en Cristo tenemos todo lo que necesitamos para andar la misión que Él nos ha mandado.

La esperanza que Dios nos ofrece no es una esperanza que debe quedarse en la teoría… es una esperanza que nos impulsa

Con demasiada frecuencia, sin embargo, las adversidades hacen que olvidemos la realidad de que hay mucho trabajo por hacer. El desánimo nos lleva a simplemente sobrevivir, “calladitos y sin tocar nada”, en lugar de buscar utilizar nuestro tiempo, energía, habilidades y atención para glorificar a Dios y servir a las personas que nos rodean.

Planea para la gloria de Dios

Si no queremos caer en la trampa de meramente sobrevivir, necesitamos planear. Planear, desde una perspectiva bíblica, es simplemente buscar administrar nuestra energía, atención y habilidades para invertir nuestro tiempo de la mejor manera posible, glorificando a Dios y sirviendo a nuestro prójimo. Planear es trazar un mapa basado en la Escritura para hacer lo mejor que podemos con los recursos que tenemos, buscando utilizar nuestros dones para hacer a este mundo florecer y mostrarle a los demás quién es nuestro Señor.

Aunque Dios no necesita nuestros esfuerzos, Él se deleita en usarlos (¡incluso los esfuerzos torpes!). Lo sabemos porque la Biblia nos llama una y otra vez a esforzarnos (Col 3:23-24; Ro 12:11; Pr 16:3). Por eso planeamos. No lo hacemos pensando que nuestros planes son los que prevalecerán. Lo hacemos buscando sabiduría de lo alto y sometiéndonos a la voluntad soberana de Dios.

No te canses

Sin importar quién seas ni de dónde vengas, tú tienes algo que ofrecer a las personas que te rodean. Dios te ha dotado de inteligencia, habilidades, fuerza e influencia. Todas esas cualidades, sean “muchas” o “pocas” delante de tus ojos, son para mostrarle al mundo quién es Dios y qué es lo que Él ha hecho en Jesucristo. Un padre puede hacerlo mientras lee a sus pequeños; una joven puede hacerlo mientras escribe un ensayo para la universidad; un pastor puede hacerlo mientras expone un sermón; una anciana puede hacerlo mientras prepara una comida para la nueva familia del barrio. Dios establece su reino a través de nuestras palabras y acciones en los hogares, oficinas, barrios, iglesias, y cualquier otro lugar. Palabras y acciones planeadas con sabiduría y preparadas con diligencia.

¿Significa esto que no podemos estar tristes o que no podemos descansar? ¡Por supuesto que no! Dios también nos llama a llorar con los que lloran (Ro 12:15); es correcto dolernos por el quebrantamiento de este mundo caído y anhelar que Cristo venga pronto a remediar todas las cosas. Jesús mismo reposó apartándose de las multitudes con frecuencia para orar y después continuar enseñando y sanando. ¡Que tus planes incluyan buenos tiempos de descanso y refrigerio! Dios se glorifica en eso también.

Venga lo que venga, no nos cansemos de hacer el bien. En Cristo segaremos, eso está garantizado

No es en vano

Podemos esforzarnos aún cuando todo se derrumbe. Aunque no nos toque ver los frutos, el trabajo jamás es en vano.

Dios está llevando la historia a su culminación. Nosotros tenemos el privilegio de ser parte de su obra en la tierra. No planeamos ni nos esforzamos pensando que el resultado depende de nosotros, sino gozándonos en que el Señor prometió llevar a la plenitud todas las cosas.

No, 2021 no será “nuestro año”. Como todos los demás, este año le pertenece a nuestro Dios. Él hará y nos usará. Así que, venga lo que venga, no nos cansemos de hacer el bien (Gá 6:9). En Cristo segaremos, eso está garantizado.

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