Todos los cristianos decimos que deseamos conocer más a Dios. ¿Cuántos, sin embargo, somos diligentes en ir a las Escrituras constantemente, aún en medio de frustraciones y de las muchas ocupaciones del día a día, para llenarnos cada vez más de Su Palabra? ¿Cuántos pasamos tiempo contemplando en silencio los cielos que cuentan la gloria de nuestro Señor, reflexionando en Su poder y majestad, sin distraernos en menos de cinco minutos?
Hemos de admitir que demasiadas veces nuestros «buenos deseos» no corresponden con nuestras acciones.
Si estamos en Cristo, tú y yo tenemos todo lo que necesitamos para contemplar a Dios, deleitarnos en Él y amarlo cada vez más. Esa es la buena noticia. La vida eterna que Jesús adquirió a precio de sangre —conocer a Dios (Jn 17:3)— está disponible para nosotros. Antes estábamos ciegos (2 Co 4:3-4), pero ahora podemos ver la gloria del Señor en Su Palabra y en Su creación. No vemos perfectamente, pero por gracia sí podemos entender mejor cada día quién es este Dios tan asombroso que nos amó.
La no tan buena noticia (y una de las principales razones por las que nuestros buenos deseos de conocer a Dios no corresponden con nuestras acciones) es que el proceso de profundizar en el conocimiento de Dios no siempre será fácil. Cualquiera que haya alcanzado Levítico en su lectura anual de la Escritura podrá reconocerlo. Necesitamos guía y ayuda. Necesitamos ánimo para perseverar. Afortunadamente, el Señor ha levantado a muchos maestros que pueden acompañarnos mientras buscamos crecer a través del estudio cuidadoso de la Biblia y de la creación.
Agustín de Hipona fue uno de esos maestros. Sus escritos nos animan y enseñan incluso muchos siglos después de su muerte. En el prefacio del Libro II, de su tratado sobre la Trinidad, encontramos nueve ideas que todo cristiano debe abrazar acerca del estudio de la Palabra de Dios y el mundo de Dios. Este es solo un vistazo de la riqueza que Agustín tiene para enseñarnos.
1. Todos somos débiles para comprender a Dios.
Graves dificultades han experimentado los hombres al buscar a Dios en la medida de su debilidad humana y aplicar su inteligencia al conocimiento de la Trinidad…
Algunos hemos llegado a pensar que la razón por la que no podemos entender ciertos aspectos de la Escritura es que simplemente no tenemos la capacidad de hacerlo, a diferencia de ese hermano que estudió en el seminario y domina el griego. Lo cierto es que, si bien hay muchos aspectos de la persona y obra de Dios que Él ha revelado de manera bastante clara en las Escrituras, hay otros asuntos que han dejado perplejos a los teólogos más brillantes durante siglos. La naturaleza de la Trinidad es uno de ellos.
Si venimos delante de la Palabra más emocionados por demostrar nuestra habilidad que por ser deslumbrados por la verdad, perdemos el tiempo
Una pintura del pintor barroco italiano Guercino nos ofrece un destello de la angustia intelectual de Agustín. Guercino plasma una escena de leyenda: mientras caminaba por la playa meditando en la Trinidad, el obispo africano se encontró con un niño intentando vaciar el mar en un agujero utilizando una concha. Cuando el teólogo afirma la imposibilidad de la tarea, el niño revira: «Si lo que estoy haciendo es imposible, es todavía más imposible intentar entender el misterio de la Santa Trinidad».
Si Dios fuera fácil de comprender de manera exhaustiva para las mentes finitas, entonces no sería Dios. Agustín estaba consciente de que la tarea a la que se estaba disponiendo —comprender y explicar la naturaleza trina de Dios— no sería tarea fácil. Con todo, perseveró, y muchos siglos después, su trabajo sigue dando fruto.
2. Para aprender, debes humillarte.
…ya sea por parte de la mirada de la mente en afanes de contemplar la luz inaccesible, ya a causa de las múltiples y diversas expresiones de los Libros santos, ante las cuales, a mi entender, el alma ha de humillarse, para que, iluminada por la gracia de Cristo, se adulzore.
La postura adecuada para empezar a crecer es reconocer nuestra pequeñez. Job declaró «he sabido de Ti solo de oídas, / Pero ahora mis ojos te ven» (Job 42:5), después de enmudecer delante del Creador y ser confrontado por las glorias de Su poder y majestad (Job 38-41).
Si Dios fuera fácil de comprender de manera exhaustiva para las mentes finitas, entonces no sería Dios
Si venimos ante la revelación de Dios en la Palabra y la creación con una actitud de arrogancia y superioridad, más emocionados por demostrar nuestra habilidad que por ser deslumbrados por la verdad, perdemos el tiempo. Estaremos demasiado ocupados escuchando el sonido de nuestra propia voz en lugar de enmudecer para descubrir lo que el Creador desea revelarnos.
3. No seas impaciente con aquellos que no saben lo que tú sabes.
Los que, disipadas las dudas, lleguen a la certeza, deben perdonar con facilidad al que en la búsqueda de misterio tan insondable errare.
Es desafortunadamente común dar unos cuantos pasos en el camino del conocimiento de Dios para olvidarnos de dónde hemos venido. Miramos con desprecio a aquellos que vienen detrás, que no dominan cierta doctrina o que la comprenden de manera distinta a nosotros, olvidándonos de que poco tiempo atrás éramos igual o peor de ignorantes que ellos.
Que el Señor nos libre de que nuestro aprendizaje esté motivado por el sentirnos superiores a otras personas. Más bien, que nuestro deseo más grande sea amar a otros apuntándoles a las glorias que hoy podemos contemplar, siendo pacientes, recordando que a nosotros también nos tomó tiempo y esfuerzo ver aquello en lo que hoy nos deleitamos.
4. No te apresures a llegar a conclusiones.
Dos son los defectos, difícilmente tolerables, en el error de los mortales: la presunción antes de conocer la verdad…
La abundancia de información del siglo XXI es un regalo para los amantes del conocimiento. Pero no todo es color de rosa. Como escribe el científico Michael Desmurget: «Es verdad que la red contiene (en teoría) todo el saber del mundo. Pero al mismo tiempo también contiene (por desgracia) todos los absurdos del universo».1 Damos unos cuantos clics y tenemos un montón de respuestas, lo que puede hacernos sentir seguros de que sabemos sin haber estudiado con diligencia.
Necesitamos que Dios haga Su obra en lo más profundo de nuestros corazones. La buena noticia es que, si estamos en Cristo, Él ya la empezó y la completará
Si nuestra búsqueda de la verdad es sincera, estaremos topándonos constantemente con asuntos que nos dejan perplejos. Eso está bien. Podemos decir «no sé». No necesitamos rendirnos ante el impulso de abrazar lo primero que encontramos en Google o aferrarnos a una conclusión simplemente porque la escuchamos de alguien a quien admiramos sin haber evaluado la evidencia. Reconozcamos cuando algo es una mera opinión, un dato razonable que escuché o una idea que sostengo con convicción porque estoy justificado en hacerlo.
5. No te aferres a tu necedad.
…y la testarudez en defender el error una vez demostrada la verdad.
El necio dice en su corazón «no hay Dios» (Sal 14:1), aunque los cielos cuentan la gloria del Creador (Sal 19:1) y aunque es obvio que «de la nada, nada sale». Hay cosas que simplemente no deseamos que sean ciertas. Son verdades que nos incomodan. No importa la mucha evidencia que se nos presente, nos rehusamos a aceptarlas.
Examinemos nuestros corazones y evaluemos si lo que atesoramos es al Dios de toda sabiduría o una visión del universo construida de acuerdo a nuestra propia inteligencia. ¿Deseamos conocer la verdad o tener la razón?
6. Ora, ora, ora.
De estos dos vicios, tan opuestos a la verdad y a la reverencia debida a las Escrituras inspiradas, espero yerme libre, si el Señor me defiende, como se lo suplico y espero, con el pavés de Su bondad y la gracia de Su misericordia…
Aunque podemos (y debemos) esforzarnos por luchar contra nuestras debilidades de carácter —nuestra pereza, presunción y necedad—, si somos honestos nos daremos cuenta de que necesitamos intervención divina para sostenernos en medio de la batalla. Necesitamos que Dios haga Su obra en lo más profundo de nuestros corazones. La buena noticia es que, si estamos en Cristo, Él ya empezó ese trabajo y lo completará (Fil 1:6).
Roguemos por Su ayuda, yendo delante de Él cada día reconociendo que los buenos hábitos de estudio no son suficientes para vencer nuestras limitaciones y llevarnos a contemplar las maravillas de Dios (Sal 119:18).
7. Reconoce que el estudio requerirá tiempo y dedicación.
…y prometo no ser indolente en la investigación de la esencia divina a través de la creación visible y de las Sagradas Escrituras.
Que el Señor nos ayude a cultivar corazones que deseen conocerle y amarle por sobre todas las cosas
Sí, Dios hace Su obra en nuestros corazones, pero nos invita a participar. Nuestros esfuerzos también son parte de Su obra. Él nos llama a ser diligentes y observar con cuidado, a evaluar, a reflexionar. No es en vano que el apóstol Pablo exhortó a Timoteo diciendo: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2 Ti 2:15).
Ser diligente en el estudio de la Palabra y la creación de Dios requiere tiempo, energía y atención. Requiere un compromiso. Requiere decir «no» a otras cosas. ¿Estamos dispuestos?
8. El propósito de nuestro estudio es conocer a Dios y amar a Dios.
Estos dos medios se nos proponen a nuestra consideración, con el fin de llegar al conocimiento y amor de Aquel que inspiró estas y creó aquellas.
Conocer más profundamente al Señor me lleva a amar más profundamente al Señor. Por eso estudiaba Agustín y por eso debe estudiar cada creyente. No se trata de resolver misterios, ganar en la trivia bíblica o coleccionar diplomas. Se trata de contemplar al Dios que nos amó y deleitarnos en Él cada día.
9. Debes estar dispuesto a ser corregido.
No vacilaré en exponer mi sentencia, pues amo más el examen crítico de los rectos que temo la dentellada de los impíos.
Agustín reconocía sus limitaciones; no presentaba su trabajo asumiendo que era perfecto, sino que estaba dispuesto a ser corregido. La crítica podría ser dolorosa, pero valdría la pena exponerse para que sus ideas fueran refinadas por los que amaban a Dios como él lo hacía. El deseo de conocer mejor a Dios vencía el temor de ser humillado por la crítica, incluso la crítica mal intencionada de la gente que no honra al Señor.
Que el Señor nos ayude a cultivar corazones que deseen conocerle y amarle por sobre todas las cosas. «Grandes son las obras del SEÑOR, / Buscadas por todos los que se deleitan en ellas» (Sal 111:2). Deleitémonos en ellas.