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El antinomianismo toma varias formas. Las personas no siempre encajan perfectamente en nuestras categorías, ni necesariamente tienen todas las implicaciones lógicas de sus presuposiciones. Aquí estamos usando el “antinomianismo” en el sentido teológico: rechazar la naturaleza obligatoria de los Diez Mandamientos para aquellos que están en Cristo. El antinomianismo, que se creía ampliamente en el siglo XVIII, es esencialmente una falla de comprender y apreciar el lugar de la ley de Dios en la vida cristiana. Pero así como hay más en el legalismo de lo que se ve a primera vista, lo mismo puede decirse del antinomianismo.

¿Los opuestos se atraen?

Tal vez el mayor error al pensar sobre el antinomianismo sea pensar de manera simplista que es lo opuesto al legalismo.

Sería un experimento interesante para un estudiante de doctorado en psicología crear una prueba de asociación de palabras para los cristianos. Puede incluir:

  • Antiguo Testamento: respuesta anticipada Nuevo Testamento
  • Pecado: respuesta anticipada Gracia
  • David: respuesta anticipada Goliat
  • Jerusalén: respuesta anticipada Babilonia
  • Antinomianismo: respuesta anticipada ?

¿Sería justo suponer que la respuesta instintiva allí al final sería “legalismo”?

¿Es la respuesta correcta “legalismo”? Puede ser la respuesta correcta a nivel de uso común, pero sería insatisfactorio desde el punto de vista de la teología, ya que el antinomianismo y el legalismo no son tan antitéticos entre sí, pues ambos son antitéticos a la gracia. Esta es la razón por la cual las Escrituras nunca prescriben una como antídoto para la otra. Más bien, el antídoto para ambos es la gracia de Dios en Cristo, en nuestra unión con Cristo.

Esta es una observación de gran importancia, ya que algunos de los antinomianos más influyentes en la historia de la Iglesia reconocieron que estaban huyendo del descubrimiento de su propio legalismo.

Así escribe John Gill, el primer biógrafo de Tobias Crisp, una de las figuras paternas del antinomianismo inglés: “Partió primero de la manera legalista de predicar, de la que era excesivamente celoso”.

Benjamin Brook establece esto en un contexto más amplio:

Las personas que han adoptado sentimientos que luego les parecen erróneos, a menudo piensan que nunca pueden alejarse demasiado de ellos; y cuanto más alejados están de sus opiniones anteriores, más cerca están de la verdad. Este fue lamentablemente el caso con el Dr. Crisp. Sus ideas de la gracia de Cristo habían sido extremadamente bajas, y había absorbido sentimientos que produjeron en él un espíritu legalista y fariséico. Impresionado por el recuerdo de sus puntos de vista y conducta anteriores, parece haber imaginado que nunca podría correr lo suficientemente lejos de ellos.

Pero Crisp, al igual que otros, tomó la medicina equivocada.

El antinómico es por naturaleza una persona con un corazón legalista. Él o ella se convierte en un antinómico en reacción a algo. Pero esto solo implica una visión diferente de la ley, no una más bíblica.

Los comentarios de Richard Baxter son por lo tanto perspicaces:

El antinomianismo surgió entre nosotros de una oscura predicación de la gracia evangélica, e insistió demasiado en las lágrimas y los terrores.

La eliminación a gran escala de la ley parece proporcionar un refugio. Pero el problema no está en la ley, sino en el corazón, y este no cambia. Pensando que su perspectiva ahora es la antítesis del legalismo, el antinómico ha escrito una receta médica espiritual inapropiada. Su enfermedad no está completamente curada. De hecho, la causa raíz de su enfermedad ha sido enmascarada en lugar de ser expuesta y curada.

Solo hay una cura genuina para el legalismo. Es la misma medicina que el evangelio prescribe para el antinomianismo: comprender y probar la unión con Jesucristo mismo. Esto conduce a un nuevo amor y obediencia a la ley de Dios, la cual es mediada por Jesucristo en el evangelio. Solo esto rompe los lazos del legalismo (la ley ya no está divorciada de la persona de Cristo) y el antinomianismo (no estamos divorciados de la ley, que ahora nos llega de la mano de Cristo y en el empoderamiento del Espíritu, quien la escribe en nuestros corazones).

Sin esto, tanto el legalista como el antinómico permanecen incorrectamente relacionados con la ley de Dios, y están relacionados inadecuadamente con la gracia de Dios. El matrimonio del deber con el deleite en Cristo todavía no se celebra en ellos correctamente.

Ralph Erskine, un líder de la “Hermandad Marrow”, una vez dijo que el mayor antinómico era en realidad el legalista. Su afirmación también puede ser verdad al revés: el mayor legalista es el antinómico.

Pero pasar del legalismo al antinomianismo nunca es la forma de escapar del marido con el que nos casamos la primera vez. Porque no estamos divorciados de la ley al creer que los mandamientos no tienen fuerza vinculante, sino que solo al estar casados ​​con Jesucristo, en esa unión es nuestro placer cumplirlos. El propio Thomas Boston está de acuerdo con este análisis general:

Este principio antinómico el cual dice que es innecesario para un hombre, quien está perfectamente justificado por la fe, esforzarse por guardar la ley y hacer buenas obras, es una evidencia manifiesta de que el legalismo está tan arraigado en la naturaleza corrupta del hombre, que hasta que un hombre no llegue realmente a Cristo, por fe, la disposición legalista seguirá reinando en él; permitirá que él se vuelva a sí mismo en la forma que quiera, o por los principios que tenga en la religión; aunque se encuentre con el antinomianismo, llevará consigo su espíritu legalista, que siempre será un espíritu esclavo e impío.

Un siglo después, el pastor y teólogo presbiteriano James Henley Thornwell (1812-1862) señaló el mismo principio:

Cualquiera que sea la forma, no obstante, que pueda asumir el antinomianismo, surge del legalismo. Ninguno se apresura a un extremo, sino solo aquellos que han estado en el otro.

Aquí, nuevamente, está John Colquhoun, hablando de la manifestación de esto en la vida del verdadero creyente:

Un cierto grado de un espíritu legalista o de una inclinación de corazón a la forma del pacto de las obras todavía permanece en los creyentes y, a menudo, prevalece contra ellos. A veces les resulta extremadamente difícil resistir esa inclinación, la de confiar en sus propios logros y actuaciones, y así hacerse merecedores del favor y el disfrute de Dios.

Si el antinomianismo nos parece una forma de liberación de nuestro espíritu legalista natural, necesitamos refrescar nuestra comprensión de Romanos 7. En contraste con Pablo, tanto legalistas como antinómicos ven la ley como el problema. Pero Pablo se esfuerza por señalar que el pecado, y no la ley, es la raíz del problema. Por el contrario, la ley es “buena”, “justa”, “espiritual”, y “santa”. El verdadero enemigo es el pecado que mora en nosotros. Y el remedio para el pecado no es ni la ley ni su derrocamiento. Es la gracia, como Pablo exhibió tan maravillosamente en Romanos 5:12-21, y esa gracia se estableció en el contexto de su exposición de la unión con Cristo en Romanos 6:1-14. Abolir la ley, entonces, sería ejecutar al inocente.

Por esta razón, es importante notar la dinámica del argumento de Pablo en Romanos 7:1-6. Hemos estado casados ​​con la ley. Una mujer es libre de casarse nuevamente cuando su esposo muere. Pero Pablo tiene cuidado de no decir que la ley ha muerto para que podamos casarnos con Cristo. Más bien, es el creyente que estaba casado con la ley quién ha muerto en Cristo. Pero al levantarse con Cristo, ella es ahora (¡legalmente!) libre para casarse con Cristo como el esposo con quien el fruto de Dios nacerá. La consecuencia de este segundo matrimonio es, en el lenguaje de Pablo, que “el justo requisito de la ley se cumpliría en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el Espíritu”.

¡Este es el sentido de la relación del cristiano con la ley! No estamos relacionados directamente con la ley por así decirlo, o a la ley aisladamente como simples mandamientos. La relación depende y es fruto de nuestra previa relación con Cristo. En términos simples, así como Adán recibió la ley del Padre, de cuya mano nunca debería haber sido sacada (como lo fue por la Serpiente y luego por Eva), así el creyente del nuevo pacto nunca mira la ley sin entender que su relación con ella es el fruto de su unión con Cristo.

Bunyan vio el significado de Romanos 7. Una “inclinación al primer Adán” permanece en todos nosotros. El creyente ha muerto a la ley, pero la ley no muere. La ley todavía existe para el creyente. Pero unido a Cristo, ¡el creyente ahora puede cumplir la ley del matrimonio y dar fruto!

Así la gracia, no la ley, produce lo que la ley requiere; pero al mismo tiempo es lo que la ley requiere que la gracia produzca.

Cabeza y corazón

Esta es una lección pastoral fundamental. No es solo una cuestión de cabeza. Es una cuestión del corazón. El antinomianismo puede expresarse en términos doctrinales y teológicos, pero al hacerlo, tanto se traiciona como se enmascara el disgusto del corazón por la obligación divina absoluta o el deber. Es por eso que la explicación doctrinal es solo parte de la batalla. Estamos lidiando con algo mucho más elusivo: el espíritu de un individuo, un instinto, una tendencia temperamental pecaminosa, un divorcio sutil del deber y el deleite. Esto requiere un cuidado pastoral diligente y amoroso y, especialmente, un fiel y unido proceso de unión con Cristo, de la Palabra de Dios para que el evangelio disuelva la obstinada legalidad en nuestros espíritus.

Estamos tratando aquí con una disposición cuyas raíces van directo al suelo del jardín del Edén. El antinomianismo entonces, como el legalismo, no es solo una cuestión de tener una visión equivocada de la ley. En última instancia, se trata de una visión equivocada de la gracia, revelada tanto en la ley como en el evangelio, y detrás de eso, una visión equivocada de Dios mismo.


Tomado de The Whole Christ (El Cristo completo) por Sinclair B. Ferguson, © 2016, pp. 155-162. Usado con permiso de Crossway.

Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Jaquie Tolley.
Imagen: Lightstock.
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