×

Cuando leemos la Biblia nos encontramos con relatos de personas que vivieron vidas largas, llenas de años, y que a esto se le refiere como un bien. Lo que quiero preguntar es: ¿en qué sentido es un bien? Podemos leer de Abraham, Isaac y Jacob, quienes vivieron vidas largas y bendecidas por Dios, pero no lo hacemos sin antes pasar por el quinto capítulo de Génesis.

En el capítulo cinco tenemos la genealogía en la que personas vivieron muchísimos años, pero también es la genealogía en la que se enfatiza, como en ninguna otra, la muerte. Se repite una y otra vez: “Y murió, y murió, y murió…”. Podemos ver además que las vidas son cada vez más cortas. Este también es el caso con Abraham, Isaac y Jacob. ¿Qué dice Jacob? “Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn. 47:9).

Y al fin vemos a José que vive menos que todos los demás, y el libro cierra con la descripción de una momia que reposa en su ataúd. Obviamente, esta perspectiva negativa no es la única que se toma. Y la verdad es que no solemos ver la mención de larga vida como algo negativo. Pero debo decir que me sorprende que sea algo tan positivo en la Biblia; que la vida prolongada se vea como una bendición de Dios.

Creo que esto depende mucho de qué tan miserable es la persona durante ese largo tiempo. Si vives mucho tiempo y no tienes tranquilidad y felicidad, ¿de qué te sirve? ¿Qué garantía tienes de que no vaya a caer sobre tu vida una calamidad? ¿Cómo puedes estar seguro de que la guerra, el hambre, o una epidemia no vaya a venir? ¿Quién asegura que el sistema económico mundial no se vaya a colapsar uno de estos días? Pero, ¿no se puede confiar en el Señor para que me dé una vida buena? Pues es en este punto cuando se pone difícil el tema, porque el Dios al que sirvo no es servido para que me libre de problemas, calamidades, enfermedad y ni siquiera del insomnio.

Esas cosas me pueden pasar por cualquier razón. Pueden ser las consecuencias de mi necedad, irresponsabilidad o comportamiento perezoso, y no creo que Dios tenga obligación alguna de librarme de esas cosas, aunque no dudo que Él puede y muchas veces lo hace. Y esto no quiere decir que no confió en Dios, confío que Jesucristo es mi única esperanza y mi consolación en vida y muerte; y sé que puedo morir por circunstancias que involucran grande y larga miseria.

No sirvo a un Dios al que puedo manipular. Confío que aunque, por ejemplo, Él a través de circunstancias horribles me quite mi preciosa esposa, que aunque me la quite como a Job sus hijos, no me quite a sí mismo, y que a través de la circunstancia Él se volverá más precioso para mí. ¿Pero no sería difícil para mí enfrentar esa situación? Yo no vivo pensando que eso me vaya a suceder, aunque es posible. Podría pasar, y sí que sería difícil; y no hay que pensar que Dios no lo podría soberanamente ordenar para mi vida.

Dios lo ha hecho antes, Dios lo puede hacer aún hoy, y puede que Dios quiera eso para mí. Me parece que una de las conclusiones que resulta de estas consideraciones es que lo que gozó Abraham en cuanto a su vida larga tenía algo que ver con la calidad y no solo la cantidad o duración. Y si alguien quiere ver un contraste, considere el ejemplo de Jacob. Así que vemos esto en el Antiguo Testamento: la cantidad de vida pero con algo negativo mezclado, y la inferencia que calidad es más importante que mera cantidad.

Y así llegamos al Nuevo Testamento, a la vida del Señor, y vemos que es muy corta su vida: ¡Él muere joven! Y a su venida, Él no habla de larga vida; todo lo contrario, ¡habla de perder la vida! Su enfoque no es una larga vida, sino la vida eterna, vida sin fin. Y sabemos que está hablando de la calidad también porque no está hablando de la duración eterna de la existencia de los que son castigados en el infierno. Esa duración de su ‘vida’ eterna es miseria absoluta: es muerte eterna. “Vida abundante” es el término que más indica la calidad de esta vida que Cristo trae.

Nos espera una vida sin calamidades cuando quede conquistada la última calamidad. Es una vida no interrumpida por la muerte jamás. Y creo que esto es algo que esos relatos de larga vida en el AT nos quieren indicar. El punto no es que vivir mucho tiempo aquí es gran cosa—no tiene que irnos tan bien. Mira la vida de Pablo—prefería irse porque sería mejor para él.

La Biblia usa figuras en el Antiguo Testamento para hablarnos, y yo creo que esta bendición de larga vida es una figura; es una figura de la vida eterna. Es interesante buscar en el NT alguien que vive una vida larga. Que yo sepa, no se halla ninguno que muera colmado de años como Abraham. Y es porque ya no necesitamos la figura: sabemos lo que indica, que es vida eterna.

Parece casi raro gozarse mucho de una vida larga aquí ahora. No digo que no sea un bien, pero comparado con un bien mayor, ¿qué es? No es tan gran cosa. Hay una advertencia en el Nuevo Testamento que nos llama a purificar nuestros deseos. Se halla en Colosenses 3: “Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”.

La vida ahora es una lucha, una carrera, una labor ardua. Así lo dice el Nuevo Testamento. No descansemos en esperanzas de vivir bien o mucho aquí, esperamos una vida mucho superior después de esta presente labor. ¡Estamos muertos! Anhelemos más que vida aquí, vida abundante de la que está ahora escondida con Cristo en Dios.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando