Muchos científicos no cristianos consideran que la religión, además de falsa, es dañina. Creen que merma el intelecto y crea personas que no piensan por sí mismas. También hay quienes con menos arrogancia consideran que la religión, a la que tienen cierto respeto como institución, es una disciplina completamente apartada de la ciencia.
Por otro lado, algunos cristianos consideran que la ciencia es prácticamente otra religión y no quieren tener nada que ver con ella. Incluso piensan que los hermanos que estudian ciencia están a un paso de caer por el precipicio de la apostasía.
¿Qué nos enseña la historia sobre eso? La relación entre la ciencia y la fe es enredada, pero hay mucho que podemos aprender del pasado. En Magisteria, libro de Nicholas Spencer, aprendí al menos tres lecciones que quiero compartirte sobre esta historia.
1. La ciencia y la fe pueden (y en cierto punto, deben) estar unidas.
Para nosotros en el siglo XXI, hablar de ciencia y fe puede tener una connotación de separación inmediata. Nos parece obvio que las dos materias no van juntas: no es una y la otra, es una o la otra. Pero esta forma de pensar es bastante moderna, pues recién en el siglo XIX la sociedad comenzó a entenderlo así.
La ciencia moderna es naturalista metodológicamente, lo que quiere decir que todas las explicaciones de lo que ocurre en la naturaleza provienen de ella misma y se descartan las explicaciones (o las excepciones) sobrenaturales. Sin embargo, como señala Spencer,
Nuestra palabra moderna «ciencia» deriva de scientia, que significa, simplemente, conocimiento. Scientia era un paso en el camino de Sapientia, que significa sabiduría o discernimiento. El estudio de la naturaleza y el cosmos se relacionaba con los objetivos más amplios de la filosofía, como la identificación de la verdadera manera de vivir y de rendir culto. Especialmente en el mundo de la Antigüedad tardía, en el que dominaba la filosofía neoplatónica de Hypathia, scientia significaba captar las verdades eternas y necesarias del cosmos para acercarse a la perfección trascendente en esta vida (p. 18).1
La ciencia clásica daba por hecho que todo lo que ocurría en la naturaleza —sus fenómenos y las reglas que los regían— estaban intrínsecamente causados o, al menos, relacionados con su cosmología religiosa. Lo mismo ocurría en la cosmovisión judía y, luego, judeo-cristiana. La Biblia nunca intenta «demostrar» que Dios existe, solo asume que todo lo que ocurre en la naturaleza está causado, guiado o sostenido por el Creador (Gn 1:1; Col 1:16-17).
Para el cristiano, la ciencia y la fe van de la mano, complementándose la una a la otra, nutriendo nuestra adoración diaria
Debemos recuperar el presupuesto de que estudiar la creación y maravillarse con ella es parte de lo que puede hacer un creyente. Este es alguien que alaba a Dios por Sus obras y entiende que nada de lo que existe sería posible sin Su poder y bondad. Podemos entender la naturaleza a través de las capacidades que Dios nos ha dado. Esto es un don maravilloso que debemos abrazar y usar con diligencia, en lugar de temer o rechazarlo.
Para el cristiano, la ciencia y la fe van de la mano, complementándose la una a la otra, nutriendo nuestra adoración diaria.
2. La ciencia y la fe tienen objetivos diferentes.
Que dos disciplinas vayan de la mano, por supuesto, no significa que sean lo mismo. La ciencia, por definición, trata de buscar la explicación de los fenómenos naturales. Intenta usar lo mejor posible las capacidades cognitivas y métodos científicos; es decir, sigue procesos que sean lógicos para entender las reglas de la naturaleza.
Por otra parte, la fe —en nuestro caso específico, la fe cristiana— es una convicción que da sentido a toda nuestra vida, la cual tiene que ver no solo con nuestro cuerpo «natural», sino también con nuestra alma y el destino eterno de esta. Nuestra fe es una convicción personal no solo acerca de que Dios existe, sino también de quién es Él, cómo nos sometemos a Su soberanía y cómo podemos acercarnos a Él por medio de Cristo. En general, nuestra fe nos hace mirar con «lentes» bíblicos todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Además, una característica esencial de la fe cristiana es que incluye elementos de sobrenaturalidad, es decir, afirma eventos que sobrepasan lo material y que al parecer rompen las reglas naturales.
Spencer dedica casi todo un capítulo a comentar lo que Margaret Cavendish, científica del siglo XVII, pensaba acerca de otros intelectuales de su época. En una parte deja ver lo que ella notó acerca del problema de querer estudiar temas que pertenecen al campo de la fe desde la ciencia:
Cualquier intento de «probar la existencia o la inmortalidad del alma», escribió, «es hacer dudar al hombre de cualquiera de las dos cosas». Solo cuando los filósofos naturales intentaron demostrar la existencia de Dios a través de la ciencia, la gente empezó a dudar de ello. A la manera pascaliana, afirmó que Dios «debía ser admirado, adorado y venerado», en lugar de que los hombres vanidosos y ambiciosos hablaran de Él sin gloria (p. 200).
Nuestra fe es una convicción no solo de que Dios existe, sino también de quién es, cómo nos sometemos a Su soberanía y cómo nos acercamos a Él por Cristo
Gran parte del conocimiento específico que se gana tanto en la teología como en la ciencia no afecta en nada a la otra disciplina. Por ejemplo, el conocimiento que tengas de la kenosis de Cristo no afecta a lo que sabemos de cómo se forman las uniones entre diferentes moléculas. El hecho de que seas un excelente teólogo no te convierte automáticamente en un gran científico, ni ser un gran científico autoriza tu teología. No podemos simplemente extrapolar una conclusión que sacamos desde un estudio biológico y asumir algo similar en teología.
Debido a que cada disciplina tiene sus propias demandas y objetivos, debemos ser muy cuidadosos a la hora de estudiarlas. Si queremos hablar con propiedad de la ciencia y la fe, entonces nuestra tarea es intentar estudiar ambas disciplinas a profundidad y diligencia en el tiempo que disponemos.
3. La ciencia y la fe no son las únicas disciplinas en constante controversia.
El ser humano es la única especie terrenal que tiene distintas dimensiones. Es decir, no solo se comporta de acuerdo a su biología, sino que tiene una parte espiritual (mente y corazón) que le hace ser también un ser religioso, político, ético y moral. En el ser humano conviven todas estas dimensiones juntas y es un error pensar que cada área camina por un carril separado. De modo que, lo que creemos acerca de la política está afectado por nuestra religión y nuestra ética y moral pueden estar afectados por nuestra biología. Todo se relaciona, ninguna es completamente independiente la una de la otra.
Stephen Jay Gould se hizo famoso por proponer justamente que la religión y la fe pertenecen a «magisterios» diferentes que no se tocan en ningún momento. Esta idea se conoce hoy como NOMA (por sus siglas en inglés de Non-Overlapping Magisteria). Pero Spencer argumenta lo siguiente:
No significa que se trate simplemente de magisterios que no se solapan, como dijo Stephen Jay Gould. Hay muchos ámbitos en los que eso es cierto, en los que la ciencia y la religión no tienen mucho (o nada) que decirse y no se solapan. En algunos lugares, NOMA tiene sentido. Pero el ser humano no es uno de ellos (p. 408).
Ya que en el ser humano se unen la política, la moral, la ética, la ciencia y la religión, debemos tener mucho cuidado cuando pensamos que las «batallas» entre la ciencia y la religión son simplemente eso. En la mayoría de los casos lo que está ocurriendo son batallas entre las distintas dimensiones de varias personas.
Además, aunque algunas personas pueden creer que el ser humano es producto de millones de años de evolución ciega, ni siquiera ellas pueden negar que es profundamente interesante que los seres humanos seamos los únicos seres que se pregunten acerca de su propósito final y de su futuro. Todas las personas intentan trascender y buscan significado, de alguna forma, en sus vidas. Como también reflexionaba el salmista:
Digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
Y el hijo del hombre para que lo cuides?
¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles,
Y lo coronas de gloria y majestad! (Sal 8:4-5).
La historia continúa…
Al considerar la historia de la relación entre la ciencia y la fe, nos damos cuenta de que debemos ser diligentes ante lo que tenemos por delante. Por ejemplo, con el advenimiento de la inteligencia artificial hemos comenzado a preguntarnos nuevamente cuestiones profundas acerca de qué significa realmente ser humano. Hablaremos largamente de un concepto vital en el cristianismo, pero también cada vez más estudiado desde la neurología: la conciencia. Tenemos que estar preparados para enfrentar estas conversaciones como creyentes maduros. Por lo que, espero que considerar algunas lecciones del pasado nos ayuden a enfrentar de mejor manera el futuro.
Sabemos que la Biblia es la verdad, pero también que Dios nos ha dado el don del pensamiento y la razón, con los cuales nos ha guiado a ciertos descubrimientos científicos. Si hemos creído en Cristo como nuestro Salvador, tenemos al Espíritu Santo que nos ayuda a discernir. Roguemos al Señor por sabiduría para pensar correctamente, ya que aún queda mucho trecho por recorrer de las enredadas historias entre la ciencia y la fe.