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El otro día, al intentar compartir el evangelio con el dueño de una tienda de jamones, me maravillé de cómo a veces funciona la conciencia en el hombre. Este señor me aseguró no creer en Dios, ni en la vida eterna, ni por ende en un juicio o infierno para el incrédulo. Pero al final de la conversación me aseveró que no había hecho nada malo en su vida, y que siempre buscaba lo mejor para los demás.

Entonces, casi de repente, le hice una pregunta: “¿Si no habrá un juicio final, si no habrá un castigo para los malvados, ¿por qué te preocupas tanto de hacer lo bueno ante la gente? ¿Por qué no haces lo que te apetece siempre?”. 

¿Qué le impulsaba a ese hombre a hacer “cosas buenas” según su criterio? Eso tiene que ver mucho con el tema de este artículo: la conciencia.

La conciencia en la Biblia

La Biblia nos enseña que la conciencia de una persona no regenerada puede ser una guía buena (Jn. 8:9; Ro. 2:15), o puede no serlo (1 Ti. 4:2; Ti. 1:15; Heb. 10:22). Para el apóstol Pablo, incluso su conciencia no era una regla infalible con la cual se pudiera justificar en todo momento. Mira como lo explica en 1 Corintios 4:3-4: 

“Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor”.

Tim Keller explica lo que Pablo está diciendo así: 

“Mi conciencia está tranquila, pero esto no me hacer ser inocente. La traducción de la palabra inocente viene de la palabra justificar. La palabra que usa para decir justificar es la misma que usa en las cartas a los romanos y a los gálatas. Aquí, Pablo está diciendo que incluso si su conciencia está tranquila, eso no hace que él quede justificado”.⁠[1] 

La conciencia se puede comparar a unos frenos estropeados de una motocicleta: puede que hagan su función a veces, pero no te puedes fiar de ellos.

Uno puede pensar que tiene un buen concepto de sí mismo, pero puede encontrarse errado, porque su conciencia ha sido mal informada en cuanto a lo bueno y lo malo, lo justo o lo injusto. 

La conciencia se puede comparar a unos frenos estropeados de una motocicleta: puede que hagan su función a veces, pero no te puedes fiar de ellos. Sin embargo, la conciencia del cristiano le puede estimular a hacer lo recto en las varias situaciones de la vida. 

Por ejemplo⁠[2], la conciencia del creyente…

  1. le anima a obedecer al gobierno bajo el cual reside (Ro. 13:5);
  2. le dice que tolere a un jefe injusto (Ti. 2:9-10; 1 Pe. 2:18-19);
  3. le ayuda a respetar la conciencia de un hermano más débil en la fe (1 Co. 8:7, 10, 12);
  4. testifica de la profundidad y realidad de su dedicación espiritual (Ro. 9:1; 2 Co. 1:12; 4:2). 

La Palabra de Dios describe la conciencia de manera bastante exhaustiva. Se describe como “buena” (Hch. 23:1; 1 Ti. 1:5) y “limpia” (1 Ti. 3:9). Pablo procuraba tener una conciencia “sin ofensa” delante de Dios (Hch. 24:16). Pero también la Biblia la define como “mala” (Heb. 10:22), “manchada” (1 Co. 8:7), cauterizada y muerta (Pr. 30:20; 1 Ti. 4:2).

También la conciencia realiza diferentes funciones. Nos puede acusar (Jn. 8:9), servir como un testigo (Ro. 2:15), ayudarnos a obrar correctamente (Ro. 13:5), ser una fuente de satisfacción (2 Co. 1:12), y Dios puede enseñarnos a través de ella (Sal. 16:7). 

Pero la conciencia también tiene grandes limitaciones. Necesita ser limpiada (Heb. 9:14), ser revisada y mantenida (1 Ti. 1:19). A veces debe sujetarse a otros (1 Co. 10:28-29), es débil (1 Co. 8:7-13), yerra y falla (Pr. 16:25), se corrompe (Ti. 1:15), y llega a ser insensible (Ef. 4:18-19).

La conciencia y nosotros

La única forma de instruir nuestra conciencia para el bien se encuentra en la bendita y poderosa Palabra del Señor.

¿Qué debemos de hacer con nuestra conciencia? ¿Cómo podemos despertar una buena conciencia delante de Dios? Un cristiano tiene la obligación de educar y desarrollar su conciencia para que llegue a la madurez (2 Co. 1:12; Heb. 5:12-14). Como dice el pastor Miguel Núñez: “Necesitamos tener una conciencia bien informada, fortalecida y santificada”.[⁠3] Para que la conciencia sea una guía segura y útil al creyente, se precisa rendir todo nuestro ser a la Palabra de Dios. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, escribió lo siguiente sobre la capacidad que tiene la Palabra de Dios para obrar poderosamente en la vida del creyente:

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar [nuestra mente], para redargüir [nuestros sentimientos], para corregir [nuestra voluntad], para instruir [nuestra conciencia] en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”, 2 Timoteo 3:16-17.⁠4

La única forma de poder informar correctamente nuestra mente, canalizar bien nuestros sentimientos, tener una guía útil para nuestro comportamiento, e instruir nuestra conciencia para el bien se encuentra en la bendita y poderosa Palabra del Señor.

A su vez, el autor de Hebreos, nos enseña esa función sobrenatural de la Escritura:

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne [juzga] los pensamientos y las intenciones [motivaciones] del corazón”, Hebreos 4:12.[⁠5]

La Palabra de Dios, iluminada por el Espíritu Santo, será la única capaz de instruir nuestra conciencia de manera correcta. Todos los días estamos expuestos a infinidad de información que llega a nuestras mentes y corazones por todo tipo de medios. Necesitamos a diario hacer un sacrificio para renovar nuestra mente y así instruir correctamente nuestra conciencia por medio de la Palabra viva y eficaz del Señor (Ro. 12:1-2; Ef. 4:23; Col. 3:16).

La conciencia y el poder del evangelio⁠[6]

El hombre, aunque quiere muchas veces, no puede suprimir por completo su sensación de que hay un Dios y un juicio presente y futuro sobre sus pensamientos y actos. Siempre queda algún sentido de lo que es correcto e incorrecto, de que somos responsables ante un Juez divino que es santo.

En nuestro mundo caído, todos tienen una conciencia que en algunos puntos los guía, y que de vez en cuando los condena, diciéndoles lo que deberían sufrir por las maldades cometidas (Ro. 2:14 y sig.), y cuando la conciencia habla en esos términos, constituye en verdad la voz de Dios.

La humanidad caída es necia con respecto a Dios, pues falsifica o distorsiona la verdad de la revelación divina de la cual no puede escapar (Ro. 1:21-2:16). No obstante, todos los seres humanos siguen estando conscientes de que hay un Dios, y se sienten en parte culpables, además de tener incómodos indicios de que se aproxima un juicio sobre ellos. Solo el poderoso evangelio de Cristo puede traer paz y verdadera justicia a los perturbados corazones.

Por eso el apóstol Pablo, aunque tenía una buena conciencia de sí mismo, señala que solo el evangelio “es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree […]. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe vivirá’” (Ro. 1:16-17). 

Solo Dios puede darnos la verdadera justicia por medio de la fe en el Señor Jesucristo (Ro. 5:1; comp. 1 Co. 4:4; 2 Co. 5:21). Ahora nos toca a todos nosotros presentar con mansedumbre y reverencia la razón de nuestra esperanza, paz, y justicia, por medio de la predicación de las buenas noticias del evangelio. Pues es solo por medio de Jesucristo que la humanidad caída puede alcanzar la salvación y la verdadera paz y justificación para sus almas y conciencias. 


1. Tim Keller, Autoolvido: El camino de la verdadera libertad (Barcelona, Publicaciones Andamio, 2013), 49.

2. Bosquejo tomado de Charles Ryre, Teología Básica.

3. Miguel Núñez, Integridad, 70.

4. Paréntesis añadidos.

5. Paréntesis añadidos.

6. Parafraseado de J. I. Packer en Teología Concisa (Miami, Fl. Editorial Unilit, 1993), 24-25.


Imagen: Lightstock.
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