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Conocí el naturalismo desde el primer semestre de mi carrera en Biología. Esta cosmovisión sostiene que solo existe el mundo físico, y que todos los fenómenos tienen una explicación natural. Según esta ideología, el universo y todo lo que ocurre dentro de él puede ser explicado por sí mismo. Por definición, Dios y lo sobrenatural quedan fuera de la ecuación naturalista.

En cada asignatura se nos enseñaba que un científico es aquel que trata de comprender el universo a cabalidad, siempre basado en una premisa naturalista. Aprendimos que un científico no puede recurrir a lo sobrenatural para explicar ningún fenómeno, pues si lo hace deja de ser riguroso a nivel intelectual. Parecía una regla general que la ciencia y la fe cristiana no podían ir de la mano.

Pero, ¿es realmente el naturalismo infalible? ¿Ofrece esta cosmovisión una respuesta satisfactoria a todos los fenómenos que ocurren? ¿Se puede confiar plenamente en las explicaciones naturalistas? Para ser un científico ¿es necesario abrazar por completo al naturalismo y renunciar a la fe en Dios?

Los límites del naturalismo

A pesar de lo que predican los proponentes del naturalismo, esta manera de pensar tiene algunas limitantes importantes. Una de ellas es que, irónicamente, algunas conclusiones naturalistas tienen como fundamento presuposiciones que no pueden ser corroboradas científicamente. Por ejemplo, la ciencia presupone que existe un orden constante en el mundo. Es decir, la naturaleza (o al menos parte de ella) es regular y constante.

Si, por ejemplo, deseamos conocer la función que desempeña el estómago humano, nos ayudará entender cómo opera si suponemos que el estómago de todos los individuos se comporta de forma similar, bajo condiciones similares. Así podemos concluir, tras múltiples observaciones, que una de las funciones del estómago es la digestión de los alimentos. Para llegar a explicar fenómenos naturales se debe partir de una presuposición que, en sí misma, no es el resultado de una investigación científica: existen patrones de regularidad y de constancia en la naturaleza.

Otra limitante del naturalismo, que constituye un gran problema para este, es explicar cómo surgió la mente humana. En este artículo analizaremos a profundidad este punto y veremos que, a diferencia del naturalismo, la fe cristiana sí ofrece una respuesta satisfactoria a la interrogante del origen de nuestras habilidades cognitivas.

¿Confías en tu cerebro?

Cada día, neurocientíficos de todo el mundo trabajan arduamente para desentrañar los misterios del cerebro humano. Sus esfuerzos nos ayudan a conocer los fundamentos fisiológicos que gobiernan nuestros deseos, conducta, y —más importante aún— nuestros pensamientos y creencias.

Desafortunadamente, muchos neurocientíficos sostienen que nuestras capacidades cognitivas superiores son únicamente el producto de un riguroso proceso evolutivo gobernado por la naturaleza. Es decir, llegan a sus conclusiones asumiendo una premisa naturalista. La palabra clave aquí es “asumiendo”. No olvidemos que una cosa son los datos a través del método científico y otra es el análisis de dichos datos.

Detengámonos. Hagamos algunas preguntas importantes. De ser cierto que nuestras capacidades y pensamientos cognitivos son únicamente el producto de un proceso evolutivo naturalista, ¿podemos siquiera confiar en ellas? Además, si estas capacidades cognitivas superiores son resultado de la selección natural, ¿se puede garantizar que estas nos otorgan un entendimiento verdadero del mundo? Si las respuestas a estas preguntas no son un ferviente y seguro “sí”, entonces no existen motivos para pensar que nuestras capacidades cognitivas puedan ser consideradas fiables. Y eso quiere decir que no tenemos razón alguna para creer que lo que llamamos ciencia corresponde con la realidad de nuestro universo.

Una tesis desarrollada por el filósofo norteamericano Alvin Plantinga[1] argumenta que si se cree en la fiabilidad de nuestras capacidades cognitivas, se debe renunciar a las ideas naturalistas y reconocer, por lo menos, una intervención sobrenatural en el desarrollo de estas capacidades.

Antes de profundizar un poco en el argumento de Plantinga, definamos el concepto de selección natural. Se entiende por selección natural al proceso de preservar rasgos que confieren una mayor probabilidad de supervivencia al organismo que los porta.[2] Supongamos que una especie bacteriana crece en un ambiente determinado y que en un momento dado añadimos cierta cantidad de un antibiótico. Tras añadir el antibiótico solo crecerán aquellas bacterias que posean resistencia a él; es decir, se están “seleccionando” únicamente las bacterias que pueden sobrevivir al ambiente adverso.

Como escribió Darwin:

“Pero si ocurren variaciones útiles para cualquier ser orgánico, seguramente los individuos así caracterizados tendrán la mejor oportunidad de ser preservados en la lucha por la vida; y a partir del fuerte principio de herencia, tenderán a producir descendientes caracterizados de manera similar. Este principio de preservación, lo he llamado, en aras de la brevedad, la Selección Natural”.

Plantinga argumenta que si la selección natural intervino en el desarrollo de capacidades cognitivas superiores (pensamiento, razonamiento, creencias, etc.), entonces no podemos confiar en ellas. El único “interés” de la selección natural es la supervivencia. Plantinga explica que para reproducir y conservar la especie basta con capacidades cognitivas simples e incluso capacidades superiores no fiables. En otras palabras, si nuestras facultades cognitivas no nos muestran aquello que es verdad sino lo que es necesario para sobrevivir, ¿cómo podemos confiar en ellas?

Los naturalistas sostienen que nuestra mente racional surgió gracias a procesos de selección natural, a partir de organismos con mentes inferiores a la nuestra. Sin embargo, no hay que olvidar que la selección natural depende del ambiente al que está expuesto el organismo. Como el ambiente cambia de forma impredecible, la selección natural también es impredecible. Entonces, si Dios no existe, nuestras capacidades superiores serían el resultado de meros accidentes ocurridos a lo largo del tiempo. ¿Podríamos entonces estar seguros de que nuestra mente racional en realidad lo es? ¿Podríamos confiar en nuestros propios análisis?

Esta visión es aterradora. Implicaría que vivimos en un mundo ficticio dentro de nuestra cabeza, sin certeza alguna de poder conocer la realidad algún día. Esta incertidumbre con respecto a la realidad aplicaría para todo ser humano… incluyendo a los naturalistas.

C.S Lewis escribió:

“De ser así [que la evolución entera del hombre es un accidente], nuestros actuales pensamientos son meros accidentes, el subproducto fortuito del movimiento de los átomos. Y esto vale igual para los pensamientos de los materialistas y los astrónomos que para los de los demás. Pero si sus pensamientos (lo de los materialistas y los astrónomos) son subproductos accidentales, ¿por qué tendríamos que creer que son verdaderos? No veo ninguna razón para creer que un accidente podría darme una estimación correcta de los demás accidentes. Es como suponer que la figura accidental que se forma al derramar un jarro de leche nos proporciona un juicio correcto acerca de cómo se hizo el zumo y por qué se derramó”.[3]

Si el naturalismo está en lo correcto respecto al surgimiento de nuestras capacidades cognitivas superiores, entonces nuestros pensamientos y creencias no son de fiar. Esto quiere decir que incluso la propia creencia naturalista sería desconfiable. La creencia naturalista se cancela a sí misma.

Un naturalista sigue utilizando sus capacidades mentales aun cuando presupone, sin darse cuenta, que estas no son de fiar.

Sin Dios, no hay ciencia

De cobijarnos en el naturalismo estaríamos sumergidos en un mundo donde sería imposible distinguir entre la ficción y la realidad. El estudio y entendimiento del mundo que nos rodea sería imposible. Los sentimientos como el amor, la gratitud, e incluso la tristeza y la indignación no serían más que algo meramente ilusorio, un subproducto accidental.

El gran problema del naturalista es que presupone que nuestra conciencia, los sentidos, las percepciones, la capacidad de razonar, e incluso los sentimientos se originaron como resultado accidental de fenómenos naturales no inteligentes, al mismo tiempo que depende de estos sentidos y del razonamiento para estudiar y explicar el mundo que le rodea. Un naturalista sigue utilizando sus capacidades mentales aun cuando presupone, sin darse cuenta, que estas no son de fiar.

Creer en Dios nos permite confiar en nuestras capacidades de razonamiento porque tenemos la certeza de que no son el resultado de un proceso aleatorio, sino de una ordenada y perfecta creación divina (Sal. 139:13-14; Heb. 3:9; Ro. 1:20; 11:36; Ef. 2:10).

Solo la intervención sobrenatural de un ser superior inteligente podría brindarnos la confianza que necesitamos para reconocer nuestra realidad como verdadera. Dios hace que todo adquiera sentido, incluso el estudio mismo del universo. Solo piensa por un momento, ¿cómo estudiarías la naturaleza si no puedes confiar en tus propios razonamientos y deducciones?

En su libro ¿Es razonable creer en Dios?, Tim Keller escribe:

“Si creemos que Dios existe, nuestra visión del universo nos proporciona la base para creer que las facultades cognitivas funcionan por cuanto Dios puede hacernos capaces de dar forma a auténticas creencias y a un sólido conocimiento. Si creemos en Dios, el Big Bang deja de ser un misterio, al igual que deja de serlo la sintonía del universo y la regularidad de la naturaleza”.[4]

Un científico serio puede y debe recurrir a Dios para explicar fenómenos como el origen de su capacidad de razonamiento. Solo así podrá realizar investigación científica con la seguridad de que obtendrá una explicación satisfactoria para los fenómenos que estudia. Debemos aceptar que hay preguntas que solo pueden responderse a través de la fe, por lo que un científico no debería renunciar a ella, sino más bien abrazarla.


[1] Plantinga, A. (2009). The evolutionary argument against naturalism: An initial statement of the argument. Philosophy After Darwin: Classic and Contemporary Readings, 301-309.

[2] Gallardo M. (2011). Evolución y el curso de la vida. Editorial Médica Panamericana. Buenos Aires, Argentina. Pag 38.

[3] Lewis, C. S. (1999). Lo eterno sin disimulo. Ediciones Rialp. Madrid, España. Pag 46.

[4] Keller, T. (2017). ¿Es razonable creer en Dios? Convicción, en tiempos de escepticismo. B&H Publishing Group. Nashville, Estados Unidos. Pag 156.

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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