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El divorcio es triste y doloroso. Aún cuando la Biblia lo permite en ocasiones muy específicas, ellas no son deseables y son momentos difíciles en la vida.

¿Qué decir cuando nos toque hablar con nuestros hijos sobre esto? ¿Qué callar? ¿Cuánto decir? ¿Cuándo decirlo? ¿Cómo reaccionarán? Esas son solo algunas de las incontables preguntas que inundan nuestra mente y, sumadas al dolor, nos llenan de temor. ¿Cómo explicar la situación a nuestros pequeños (o quizá, ya no tan pequeños) cuando de repente ven salir a papá con unas maletas mientras mamá no para de llorar?

Y aunque todavía no tienes respuestas a tus propias preguntas, tienes que lidiar con las que te plantean tus hijos. Esta es una escena en donde nos gustaría tener un listado de respuestas a la mano que nos saquen del apuro. Pero tal cuestionario sería tratar de imponer un “traje de talla única” que no se ajusta a diferentes situaciones.

Examinemos nuestros corazones

Antes de hablar con nuestros hijos, debemos asegurarnos primero de examinar la condición de nuestro corazón. Jesús dijo en Mateo 12:34: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Pidámosle a Él que lo escudriñe, que nos muestre el camino malo, y nos guíe por el camino eterno (Sal. 139:23-24) para que no hablemos con raíz venenosa de amargura (He. 12:15).

Si hablamos con un corazón que no está conforme al de Dios, podemos terminar contaminando a nuestros hijos, manipulándolos para que se identifiquen con “nuestra causa” y se pongan de nuestro lado (¡y en contra de su padre o madre!). Más bien, busquemos hacer todo para la gloria de Dios (1 Co. 10:31). Aunque no eliminará el dolor en sus corazones, al hablar conforme a lo que Dios dice en su Palabra sembramos en nuestros hijos pensamientos que tendrán un impacto para el resto de sus vidas (Gá. 6:8, Pr. 22:6).

Antes de hablar con nuestros hijos, debemos asegurarnos primero de examinar la condición de nuestro corazón.

Evitemos actuar impulsivamente, justificándonos en que el sufrimiento nos hace presas de las emociones. Si ya te dejaste llevar por el calor del momento, recuerda a nuestro sumo sacerdote que se compadece de nuestras flaquezas (He. 4:15). Acude confiadamente a Él para confesar tu pecado e insuficiencia mientras recibes misericordia y gracia para la ayuda oportuna (He. 4:16). Busca que su gracia llene tu corazón para que tu conversación “sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que [sepas] cómo [debes] responder a cada persona” (Col. 4:6).

Veamos cómo el salmista nos enseña a orar por nuestras conversaciones:

“Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios. No dejes que mi corazón se incline a nada malo, para practicar obras impías con los hombres que hacen iniquidad, y no me dejes comer de sus manjares”, Salmos 141:3-4.

El salmista no se limita a pedirle a Dios que guarde lo externo (su boca, sus labios) sino también lo interno (que su corazón no se incline a nada malo). De nuestros corazones surgen nuestras acciones, incluyendo las palabras que expresamos.

Una vez resuelta la motivación del corazón, tengamos en cuenta tres principios que extraemos de Santiago 1:19: “Que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira”.

1. Sé pronta para oír.

En la vorágine del dolor e incertidumbre del divorcio, estemos alerta de no caer en la trampa de asumir, interpretar, o imaginar qué preocupa o atemoriza a nuestros hijos. Evitemos el error de tratar asuntos que quizá ellos todavía no están preparados para oír o que ni siquiera han pasado por sus mentes.

Por el contrario, escuchemos y permitamos que expresen sus temores, dudas, o inquietudes para poder apuntarles a Cristo. “¿Ves a un hombre precipitado en sus palabras? Más esperanza hay para el necio que para él” (Pr. 29:20). Escucha a tus hijos. Presta atención a lo que te digan. Haz preguntas.

En el torbellino de emociones en que probablemente te encuentras, no te será posible hacer esto si no vienes primero en oración al Señor pidiéndole que te ayude a ejercitar el dominio propio que es parte del fruto del Espíritu (Gá. 5:22). Echa sobre Él tu ansiedad, creyendo que Él te sustenta y cuida de ti (Sal. 55:22, 1 P. 5:7).

No permitas que el dolor te lleve a pecar, pues ese pecado te llevará a más dolor que además estarías poniendo en el corazón de tus hijos.

2. Sé tarda para hablar.

Estar más dispuesta a escuchar que a hablar es un verdadero reto cuando lo único que quieres y sientes que necesitas es desahogarte, que te escuchen a ti. ¡Pero no lo hagas con tus hijos! En cambio, acude a tus amigas y hermanas en Cristo que puedan darte palabras de aliento, exhortación, y ánimo con la Palabra, según sea necesario.

Si hablamos con ira, eventualmente cosecharemos frutos amargos por las raíces venenosas de amargura.

¿Por qué debemos ser tardas o lentas para hablar con nuestros hijos? En estos versículos encontramos la respuesta:

  • “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10:19).
  • “El que retiene sus palabras tiene conocimiento, y el de espíritu sereno es hombre entendido” (Pr. 17:27).
  • “El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina en ruina” (Pr. 13:3).

3. Sé lenta para la ira.

En el original griego la palabra para ira es orgé, que significa pasión violenta y enojo. Ellas son emociones que pueden brotar como parte del barullo del divorcio y se manifiestan en nuestras palabras.

Si hablamos con ira, eventualmente cosecharemos frutos amargos (Gá. 6:7, He. 12:15). Nuestros hijos, si nos dejamos llevar por la ira, formarán parte de las fatídicas estadísticas sobre hijos de padres divorciados: deserción escolar, delincuencia, drogas. Peor aun, pudieran pecar al ser tentados por nuestro propio enojo.

En Efesios 6:4 Dios ordena a los padres: “No provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina e instrucción del Señor”. Por lo tanto, no hagamos aquello que haga enojar o promueva amargura en nuestros hijos, conduciéndolos al pecado. Recordemos: “Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad” (Pr. 16:32); “No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo se anida en el seno de los necios” (Ec. 7:9).

No olvidemos que, entre las características de la mujer a quien sus hijos llaman bienaventurada en Proverbios 31, se encuentra que ella “abre su boca con sabiduría, y hay enseñanza de bondad en su lengua” (v. 26).

En medio del dolor del divorcio, busquemos al Señor y dejemos que Él obre en nuestros corazones y nos dé sabiduría para que en todo podamos glorificarlo. De esa manera, “hablaremos la verdad con amor y así creceremos en todo sentido hasta parecernos más y más a Cristo” (Ef. 4:15 NTV).


Imagen: Lightstock.
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