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En los primeros capítulos de Génesis, encontramos a Dios reiterando Su veredicto sobre Su creación, una y otra vez “y vio Dios que era bueno” (Gn. 1:10, 12, 18, 21, 25); y cuando evaluó Su obra en conjunto, fue todavía más allá, considerándola como “buena en gran manera”.

¿Acaso hubo algo que Dios viera que no fuera bueno en Su creación? Génesis 2:18 tiene la respuesta: “Y el Señor Dios dijo: no es bueno que el hombre esté solo” por eso determinó “…le haré una ayuda idónea” debido a la cual “… el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24), enfatizando Jesús “Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mt. 19:6).

La bendición de Dios a la creación del “varón y hembra a la imagen de Dios” (Gn. 1:27) fue acompañada de Su mandato “sean fecundos y multiplíquense” (Gn. 1:28). Notemos cómo este mandamiento fue dado a ambos: para Dios no se trataba de una tarea que realizaría alguno de ellos de manera individual ni por separado…y Dios creó la familia. Nótese que no nos referimos al matrimonio, pues, la procreación no es lo esencial en este.

La vida después de la caída

¿Qué le ocurrió a ese diseño producto de la caída de Adán y Eva? En Génesis 3 encontramos una serie de nuevos veredictos de Dios: dolor, separación, maldición, aflicción y muerte (física y espiritual) y una esperanza de redención (v.17). El apóstol Pablo resume esas sentencias en Romanos 5:12 “Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron”. Y además, según las propias palabras de Jesús, fue el pecado (dureza) en el corazón del hombre, lo que llevó a Moisés a permitir el divorcio (Mt. 19:8).

Desde entonces, toda familia está conformada por miembros con una naturaleza caída, con un corazón endurecido, quienes se provocan dolor y separación, viéndose precisados a continuar la marcha cada uno por su lado. En muchos casos corresponde a la mujer desempeñar el rol de criar a sus hijos sola, ya sea producto de un divorcio, viudez, violencia doméstica que pone en riesgo su vida o la de sus hijos, o por ser madre soltera.

Así inicia la madre soltera un largo recorrido, un trabajo arduo que en la mayoría de las ocasiones puede tornarse difícil, agotador y desesperanzador, llevándola a querer tirar la toalla y abandonar todo en amargura y resentimiento. Pero el Señor es poderoso para interceptar su vidas y ayudarla a sostenerse fuertemente de Su mano, enfocándose y fortaleciéndose en Él, para dar cada paso un día a la vez, enfrentar y soportar los desafíos. Esto hizo Él con nosotras, por lo cual estamos infinitamente agradecidas.

Que Él se convirtiera en el personaje principal y central de nuestras vidas –nuestro Esposo y a cuyo cuidado encomendamos nuestros hijos como a un padre (Is. 54:5, 13)– hizo toda la diferencia para que, en lugar de simplemente sobrellevar cada día, pudiéramos ver Su propósito redentor en medio del dolor, la pérdida, el sentido de fracaso, los temores, la culpa, la soledad, el cúmulo de cargas emocionales y económicas. En un caso, con una figura paterna más o menos cercana; y, en el otro, ausente.

Aprendiendo a través de la dificultad

En Su gracia, el Señor nos ha permitido atravesar gran parte de este trayecto guiadas por Su Palabra, luchando para hacerlo a Él el Personaje principal; y hoy podemos valorar Sus innumerables enseñanzas durante estos años, de las cuales queremos resaltar algunas:

  1. El rol vital de Su perdón: Primeramente, ha sido necesario reconocer nuestra propia pecaminosidad para aceptar Su perdón, y así entender que, si nos arrepentimos y confesamos nuestro pecado, Dios en Su justicia y fidelidad nos ha perdonado (1 Juan 1:9), por lo que no importa la razón por la cual estamos criando a nuestros hijos fuera de Su diseño, si ya Él nos redimió, podemos escuchar Su voz diciéndonos “Yo tampoco te condeno. Vete; desde ahora no peques más”. (Jn. 8:7). Y esta es la razón por la cual nosotras podemos perdonar al padre de nuestros hijos o a cualquier otra persona y así modelar el perdón a nuestros hijos, sin importar el motivo de la ausencia del padre o cuán grande haya sido la herida. Esa es la vida del evangelio.
  1. Conocer de primera mano Su Fidelidad y Misericordia:  Sus renovadas misericordias han sido abundantes (Miq. 7:18-19) dejándonos ver que nunca hubiéramos podido hacerlo solas, que en ningún momento dependió de nosotras ser testigos de Su fidelidad, pues, por más que nos esforzáramos, siempre seríamos infieles (2 Ti. 2:13); y que Él se valió de nuestra debilidad para mostrarnos Su Poder (2 Co. 4:7). Si hemos rendido nuestras vidas a Él, si somos Sus hijas, podemos contar con que Él siempre estará con nosotras sin importar cuán difícil veamos el panorama. Él prometió nunca dejarnos ni desampararnos (Heb. 13:5).
  1. La comunidad de la familia de la fe: Es esencial rodearnos de la familia de la fe, no solamente de los líderes sino también acercarnos a mujeres piadosas que hayan atravesado por las mismas circunstancias, para que nos ayuden cuando estemos débiles y nos traigan el consuelo de Su Palabra (2 Co. 1:3-5), o mujeres sabias (Tito 2:3-5) que sirvan de soporte en los tiempos difíciles y que nos reenfoquen cuando nuestros pies se desvíen.
  1. Aprender a confiar en Dios: Criar solas provoca muchos temores y ansiedades que nos hacen sobreproteger a nuestros hijos no solo en el plano físico sino también emocional y espiritual; llegando en ocasiones a hacerles daño ya que no les permitimos enfrentarse a situaciones que Dios en Su Providencia ha orquestado como instrumentos en Sus manos para moldear su carácter.  Dios los ama más de lo que podemos amarles. Esta confianza solo se obtiene conociéndolo más en nuestra relación con Él.
  1.  Restauración y satisfacción: Nuestras vidas no son restauradas cuando llegue un esposo a llenar el lugar de la pareja que ya no está. Quien restaura nuestra vida y la llena de satisfacción y propósito es Jesús. Si estamos en Cristo, nuestras vidas ya han sido restauradas independientemente de que llegue o no, esa otra pareja; tenemos toda la restauración que necesitamos pues el Hombre Perfecto ya vino y nada podrá apartarnos de Su amor (Ro. 8:38-39).

La labor de la crianza en sí misma es difícil, y lo es aún más cuando tenemos que hacerlo solas, pero la verdad es que no estamos solas. En Jesús tenemos disponible toda la sabiduría y la fortaleza que necesitamos. Él es nuestro compañero eterno.

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