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Desde hace unos veinticinco años vivo en el área metropolitana de Washington D. C. Mis hijos nacieron aquí, he servido ministerialmente en esta región y la vida de mi familia está entrelazada con la cultura local. Tenemos la costumbre de visitar la ciudad con frecuencia: nos gusta caminar entre los edificios, disfrutar de alguna comida étnica o contemplar los monumentos que adornan la capital. Sin embargo, muchos cristianos no quieren ni acercarse a la ciudad por estos días y hablan de ella como «Sodoma y Gomorra».

Esto se debe a que en este mes de junio, Washington D. C. es la capital mundial del movimiento LGBT y anfitriona del evento WorldPride. Este movimiento celebra el pecado de la homosexualidad con el fin de normalizarlo más aún en la sociedad. Se espera que millones de personas asistan a este evento.

Es fácil para los cristianos reconocer y denunciar este tipo de pecados en el mundo. Sin embargo, como pastor no puedo evitar preguntarme: ¿Somos igual de enérgicos hacia los pecados dentro de la iglesia?

La mayor amenaza contra la iglesia

En este escrito no me quiero enfocar en el pecado de la homosexualidad —la Biblia es clara al respecto—, sino en cómo la oposición activa de los cristianos en contra de este pecado muchas veces nos ha impedido ver otros indicios graves de mundanalidad dentro de la iglesia.

Observamos la conducta homosexual y sentimos alivio al pensar que no somos como ellos, pero al mismo tiempo perdemos de vista múltiples conductas mundanas que abrazamos sin cuestionamiento. En cierta forma, nos parecemos al fariseo en la parábola que contó Jesús, quien oraba: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás» (Lc 18:11).

En este sentido, creo profundamente que la mayor amenaza para la iglesia en Occidente no viene de afuera, sino de adentro; no tanto de los movimientos progresistas, como el WorldPride, sino de conductas dentro del mismo cuerpo de Cristo. Hemos normalizado una vida cristiana con alianzas mal ubicadas y prioridades distorsionadas (Stg 4:4) que nos ha llevado a tener puntos ciegos en nuestra santidad.

Pienso que por eso es urgente que la iglesia pueda hacer una autoevaluación espiritual constante, para identificar dónde hay pecados que pasan inadvertidos y dónde nos estamos desviando sin darnos cuenta.

Confrontemos nuestros pecados

No me malentiendas; sí debemos estar atentos al movimiento Pride y la revolución sexual de nuestros días, para defender ante esto la bondad del diseño de Dios. Pero creo que debemos estar aún más atentos a las maneras sutiles en que el mundo intenta infiltrarse en nuestras comunidades.

Déjame decirlo de esta manera: ningún cristiano se identificaría con los valores del Pride y el movimiento LGBT de un día para otro, sino que todo inicia con un camino de abrazar «pequeñas» ideas que van debilitando la conciencia:

  • Si faltar a la iglesia por compromisos deportivos es normal para nosotros, estamos diciendo que la iglesia es un asunto secundario.
  • Si el enfoque de nuestras vidas es el trabajo, la educación o el entretenimiento, estamos diciendo que vivir para el Señor es algo que solo hacemos si nos sobra tiempo.
  • Si nuestros eventos sociales no se distinguen de los del mundo, estamos diciendo que la diversión es más importante que la santidad.
  • Si dedicamos poco tiempo al discipulado de nuestras familias, pero mucho en asegurar una estabilidad económica, estamos revelando que nuestro dios es el bienestar.
  • Si nuestros métodos para buscar pareja están modelados por el mundo, entonces adoramos la compañía más que la obediencia.

Como pastor, me alegra ver que hay mucha gracia dentro del pueblo de Dios, pero también me apena que muchas veces hay timidez para confrontar el pecado evidente dentro de la iglesia.

Hace un tiempo leí un artículo escrito por un pastor que reflexionaba sobre esta realidad. El autor decía que tememos confrontar el pecado porque la cultura actual ha etiquetado esa confrontación como «conducta abusiva». Esto produce que la mayoría estemos dispuestos a llamar al arrepentimiento del homosexualismo en nuestras iglesias, porque probablemente nadie en nuestras congregaciones o muy pocos se identifican con esa lucha. Pero por otro lado, nos cuesta señalar y confrontar pecados como la avaricia, la sensualidad, la falta de modestia y la inmoralidad sexual dentro de la iglesia.

Dios desea un pueblo santo (1 P 1:15-16) y con ese propósito nos entregó Su Palabra (Jn 17:17). De hecho, la mayoría de las epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas para corregir conductas pecaminosas dentro de la iglesia. Los apóstoles y líderes llamaban a los creyentes al arrepentimiento por pecados específicos.

Por ejemplo, Pablo menciona a dos hermanas de la iglesia de Filipo que estaban ofendidas entre sí, y las insta a reconciliarse (Fil 4:2). También a la iglesia en Corinto les dedica dos cartas, donde señala varios pecados dentro de la congregación y lo hace con un tono fuerte y claro. Las iglesias neotestamentarias eran pequeñas, se piensa que de cuarenta o setenta personas como máximo. Entonces, todos sabían de quiénes hablaba el apóstol, aun cuando no daba nombres.

Incluso vemos al Señor Jesús, en la visión de Juan, confrontando el pecado de varias iglesias y señalando a los falsos maestros que amenazaban con arrastrar a Su pueblo hacia el mundo (Ap 2-3).

Estos detalles bíblicos nos permiten entender que los pecados evidentes y no arrepentidos en una iglesia se deben tratar de manera clara y pública, con amor y firmeza. Esto sirve tanto para llamar al arrepentimiento a quienes los cometen, como para proteger a los demás de imitarlos.

No seamos ciegos

El evangelio de la gracia nos da libertad, pero no libertinaje (Gá 5:13). Que Dios nos ayude a ver y alegrarnos en Su obra entre nosotros, pero también a no estar ciegos a nuestras áreas de debilidad. Que los pecados evidentes del mundo no desvíen nuestra atención de los pecados que debemos vencer dentro de la iglesia.

Muchos nos asombramos hoy al saber que creyentes del pasado tenían esclavos. El pastor Jonathan Edwards, por ejemplo, poseía esclavos y, sin embargo, Dios lo usó para traer un avivamiento espiritual en Estados Unidos. Tal vez Edwards estaba cegado por la influencia de su cultura; oremos que nosotros no estemos ciegos a los pecados de nuestro tiempo.

Que por la gracia de Dios, podamos resistir y crecer en santidad, por nuestro bien y el de nuestros hijos, para la edificación de la iglesia y la gloria de Dios.

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