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El libro de Eclesiastés trata sobre vivir con gozo por la gracia de Dios. Muchos pasan por alto ese hecho debido a lo sobrio y honesto que es el «Predicador» (Ec 1:1, heb., qohelet) de Eclesiastés en cuanto al dolor, angustia y sufrimiento genuinos en este mundo caído y pasajero. Martín Lutero explicó la naturaleza positiva del libro en su excelente introducción: «El resumen y el objetivo de este libro, entonces, es el siguiente: Salomón quiere ponernos en paz y tranquilizar nuestra mente en los asuntos y negocios cotidianos de esta vida para que vivamos con contentamiento en el presente sin preocupaciones ni anhelos por el futuro y estemos, como dice Pablo, sin preocupaciones ni ansiedades (Fil 4:6)».

Con mucha frecuencia, nuestro enfoque superficial y triunfalista del cristianismo no enfrenta los problemas reales de vivir en un mundo pecaminoso. El Predicador proporciona esta evaluación deprimente: «Hay una vanidad que se hace sobre la tierra: hay justos a quienes les sucede conforme a las obras de los impíos, y hay impíos a quienes les sucede conforme a las obras de los justos. Digo que también esto es vanidad» (Ec 8:14). No es exactamente el tipo de descripciones que encontrarías en un folleto de turismo para la cámara de comercio mundial. Pero el predicador en Eclesiastés sigue esa declaración con «yo alabé el placer» y «comer, beber y divertirse» (Ec 8:15). ¿Cuál es la conexión entre la injusticia desgarradora y dolorosa con la alegría?

Eclesiastés confronta la tendencia que tienen los portadores de la imagen de Dios de querer ser Dios en lugar de confiar en Dios

Responder esa pregunta abre el mensaje de Eclesiastés para nosotros. Todo el libro confronta la tendencia que tienen los portadores de la imagen de Dios de querer ser Dios en lugar de confiar en Dios. Eclesiastés nos enseña que solo podemos acercarnos a Dios sobre la base de quién Él es y no sobre la base de quiénes somos nosotros. A menudo, pensamos que podemos tenerlo todo, saberlo todo, experimentarlo todo, lograrlo todo, ser felices en todo, tener todas las respuestas para todo, nunca preguntarnos por qué suceden las cosas y hacernos un nombre que será recordado para siempre. Solo Dios puede ser y hacer todo eso; nosotros no somos Dios y ese hecho es una realidad gloriosa.

Dios no nos da detalles sobre todo lo que sucederá en nuestras vidas y por qué todo sucede. Es mucho mejor que eso; Él se da a sí mismo. Es por esto que Salomón explica en Proverbios: «El principio de la sabiduría es el temor del Señor» (Pr 9:10). La verdadera sabiduría es saber lo que no sabes; es confiar en el Dios soberano que sí conoces y creer que la vida es «toda la obra de Dios» (Ec 8:17). Jesús les dijo a los discípulos que debía ir a Jerusalén, sufrir mucho, morir y resucitar. Pedro respondió como lo hubiéramos hecho: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá» (Mt 16:22). Ninguno de nosotros hubiese planeado el sufrimiento, la crucifixión y la resurrección de Dios Hijo. Jesús respondió: «¡Quítate de delante de Mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo» (Mt 16:23). El deseo de ser Dios en lugar de confiar en Dios se remonta a una serpiente en el jardín.

El hecho de que existe un Dios que nos ha hecho promesas gloriosas y que no somos Él, nos rescata del cinismo y la desesperación mientras vivimos nuestras vidas fugaces en un mundo caído. El predicador de Eclesiastés nos dice que las dificultades de esta vida son las mismas para el justo y el impío, el limpio y el inmundo, el que sacrifica y el que no, el bueno y el pecador, el que jura y el que teme jurar (Ec 9:2). Sobre todo, hay una cosa que él dice es cierta en la vida para todos: la muerte (Ec 9:3). Estos no son el tipo de versos que encontrarás en las tarjetas motivadoras. La línea divisoria entre el creyente y el incrédulo no es que los creyentes se salvan del dolor, la angustia y la injusticia, pero los incrédulos no. La línea divisoria es que los creyentes saben que viven esta vida «en la mano de Dios» (Ec 9:1) y hay más cosas sucediendo de lo que vemos con nuestros ojos o sentimos en el momento.

El creyente que confía en Dios no le pide a esta vida que le dé lo que solo Dios puede dar: gozo y contentamiento

El creyente que confía en Dios no le pide a esta vida que le dé lo que solo Dios puede dar: gozo y contentamiento. A quien teme al Señor por fe, la inevitabilidad de la muerte le hace disfrutar de la vida a plenitud, sabiendo que es pasajera. Tras su recordatorio de la inevitabilidad de la muerte, el Predicador de Eclesiastés continúa con una serie de mandatos que solo tienen sentido a la luz de un Dios soberano y santo:

«Vete, come tu pan con gozo, y bebe tu vino con corazón alegre, porque Dios ya ha aprobado tus obras. En todo tiempo sean blancas tus ropas, y que no falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas todos los días de tu vida fugaz que Él te ha dado bajo el sol, todos los días de tu vanidad. Porque esta es tu parte en la vida y en el trabajo con que te afanas bajo el sol. Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adonde vas» (Eclesiastés 9:7-10). 

La vida es para vivirla de manera práctica, apasionada y enérgica como un don de Dios. La persona sabia sabe que las cosas simples de la vida importan, no solo aquellas cosas que consideramos son los grandes momentos. No debemos ignorar los destellos de gloria que invaden nuestra vida cotidiana. El que teme al Señor se libera de pretender hacerse un nombre y anhelar el aplauso momentáneo de los hombres. El Predicador nos dice lo que realmente importa para todas las personas en todos los lugares: «Teme a Dios y guarda Sus mandamientos, porque esto concierne a toda persona» (Ec 12:13).

Por lo tanto, la vida diaria debe ser un intento sobrio, pero con los ojos muy abiertos, de confiar, glorificar y disfrutar a Dios, abrazando la porción que Él nos ha dado en esta vida fugaz. Debemos permanecer en Cristo, el «Pastor» a quién el Predicador señala (Ec 12:11), porque separados de Él nada podemos hacer (Jn 15:5). Si permanecemos en Cristo, su gozo está en nosotros y nuestro gozo será perfecto (Jn 15:11). En Él, «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ec 1:2) se transforma en «Eternidad de eternidades, todo es eternidad».


Publicado originalmente en For The Church. Traducido por Equipo Coalición.
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