×
Nota del editor: 

Para leer más artículos y otras perspectivas sobre la ansiedad y cómo lidiar con ella, te invitamos a explorar nuestra biblioteca digital de recursos relacionados.

¿Alguna vez has sentido ansiedad sin entender con claridad por qué?

Tu pecho se aprieta, tu mente corre a toda velocidad y, en cuestión de segundos, cualquier sensación de paz y descanso se desvanece. La ansiedad se cuela en nuestras noches, nos despierta en la madrugada, nos hace imaginar cosas que quizás ni siquiera sucedan y nos deja exhaustos emocional y físicamente.

Frente a esto, lo más común es que queramos quitárnosla de encima. Tratamos de distraernos, buscamos soluciones rápidas para dejar de sentir ansiedad y, en el mejor de los casos, oramos para que Dios la quite. Pero ¿y si la ansiedad no fuera simplemente un problema que debes eliminar? ¿Y si fuera una señal que debes aprender a escuchar a la luz de la Biblia?

Aprende a escuchar tu ansiedad

Para aprender a escuchar nuestra ansiedad necesitamos recordar que nuestras emociones no son malas en sí mismas. Dios nos creó como seres emocionales, capaces de experimentar una amplia gama de respuestas emocionales frente a diversos escenarios. La Escritura —y en especial los Salmos— está llena de las expresiones más profundas de la vida interior humana, como el miedo, la ansiedad, el gozo y la esperanza.

La ansiedad no es el verdadero problema, sino la señal de que algo más profundo necesita nuestra atención

Por tanto, cuando la ansiedad toca a nuestra puerta y nos llenamos de esas emociones que nos incomodan, nuestra primera reacción no debería ser simplemente huir ni intentar anestesiarlas. Sí, debemos ser prontos para echar nuestra ansiedad sobre Dios y combatirla recordando la verdad (1 P 5:7; cp. Lc 12:22-34), pero en medio de eso quiero invitarte también a lo siguiente: aprende a escuchar tu corazón cuando tienes ansiedad (cp. Sal 139:23-24).  Pregúntate: «¿Qué está revelando esta ansiedad sobre mi propio corazón?».

La ansiedad funciona como las luces del tablero de un auto cuando se encienden: ellas no son el verdadero problema, sino que son la señal de que algo más profundo necesita nuestra atención. Aquí quiero ayudarte a mirar esas señales desde una perspectiva bíblica y mostrarte algunos pasos prácticos para aprender a escuchar tu ansiedad y poder llevarla a Cristo.

1. Identifica los miedos que disparan tu ansiedad.

¿Te has dado cuenta de que casi siempre la ansiedad aparece cuando algo te preocupa y no puedes controlarlo? Eso no es casualidad. Jesús mismo dijo: «¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?» (Mt‬ 6‬:27‬).

La ansiedad, en esencia, suele nacer de esta combinación: Miedos + Falta de seguridad = Ansiedad. Por ejemplo:

  • Tengo temor por el futuro de mis hijos y, como no puedo controlar sus decisiones ni sus corazones, la ansiedad comienza a apoderarse de mí tratando de manipular sus vidas.
  • Tengo temor de ser rechazado o quedarme solo y, como no puedo controlar lo que otros piensan de mí o si encontraré a alguien que me ame, la ansiedad me mueve a buscar la aprobación de otros o a caer en la depresión si no consigo ese amor.

¿Por qué esto es importante? Porque nuestros miedos —y la sensación de no poder controlarlos— son la señal que nos revela qué cosas ocupan el lugar más importante en nuestro corazón.

Nuestros miedos son como una alarma que suena cuando sientes una amenaza, incertidumbre o pérdida de control en algún área. Cada vez que suenan, te están mostrando dónde buscas tu seguridad, tu identidad y tu esperanza. Por eso te insisto, la próxima vez que la ansiedad toque tu puerta, aprende a reconocer los temores que la disparan. Ese es el primer paso para que, en vez de simplemente agobiarte, puedas en dependencia de Dios buscarlo a Él de una manera más profunda.

2. Busca comprender qué hay detrás de tus miedos

Detrás de cada miedo que nos genera ansiedad siempre hay algo más.

¿A qué me refiero con esto? Pensemos, por ejemplo, en la ansiedad a causa de los hijos. Cuando tengo miedo de lo que pasará con mis hijos, espero encontrar algo que me dé confianza sobre sus futuros. En mi corazón hay un anhelo profundo por saber que sus vidas no están en manos del azar y por eso trato —de forma imperfecta— de controlar sus vidas.

Jesús, quien es verdadero Dios y verdadero hombre, conoce por experiencia lo que es vivir en un mundo quebrantado por el pecado

Obviamente hay muchas más cosas que nos causan ansiedad: las expectativas de otros, el ministerio, nuestra salud o nuestras relaciones. Y mi punto es este: en cada una de esas cosas que nos provocan ansiedad y nos quitan el sueño, se revela un anhelo por algo más profundo: deseamos seguridad, deseamos amor, deseamos ser aprobados y tener propósito. Hazte este tipo de preguntas para:

  • ¿Qué deseo o expectativa se esconde detrás de mis miedos?
  • ¿Qué es eso específico que temo perder o no alcanzar?
  • ¿Qué cosa estoy intentando controlar sin poder hacerlo?
  • ¿Hay algo que esté ocupando el lugar que solo Dios merece en mi corazón?

El problema no es que tengas deseos de que las cosas vayan bien. Fuiste creado por Dios para anhelar el bien en lo más profundo de tu ser. Sin embargo, el problema es que buscamos satisfacer nuestras necesidades y deseos en lugares que son incapaces de llenarlos (lo que al final ¡genera más ansiedad!). Buscamos seguridad, aprobación, consuelo o amor en «cisternas agrietadas que no retienen el agua» (Jr 2:13) y, por lo tanto, no pueden saciar nuestra sed espiritual.

3. Redirige tus anhelos a Cristo

La buena noticia del evangelio es que no estamos solos en nuestra ansiedad. El Hijo de Dios —la segunda persona de la Trinidad— asumió una naturaleza humana y se hizo carne. Jesús, quien es verdadero Dios y verdadero hombre, conoce por experiencia lo que es vivir en un mundo quebrantado por el pecado. Él sabe lo que es el dolor, la angustia y el rechazo. Sin embargo, Jesús supo cómo dirigir esas emociones hacia Dios y vivir una vida perfecta en dependencia y amor a la voluntad del Padre en medio de los sufrimientos.

Por eso podemos acercarnos a Él con confianza, porque Él tiene las fuerzas y los recursos para verdaderamente ayudarnos con nuestras angustias. Él es un Sumo Sacerdote que puede «compadecerse de nuestras flaquezas» (He 4:15). Él desea que llevemos nuestra ansiedad a Sus pies y por eso nos invita: «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar» (Mt 11:28).

Entonces, cuando te sientas ansioso, pregúntate:

  • ¿Estoy buscando en mis capacidades o rendimiento lo que solo Cristo puede darme?
  • ¿Estoy esperando de mi cónyuge, mi iglesia o mis finanzas una seguridad que solo Él promete?
  • ¿Estoy usando distracciones para no enfrentar lo que Cristo quiere redimir?

Echando la ansiedad en oración

No te esfuerces solo por apagar tu ansiedad. Escúchala. Pero no te detengas ahí. Llévala al Único que puede sostenerte sin fallarte ni flaquear (Sal 62:1).

Quiero terminar este escrito invitándote a llevar esto en oración y, si lo deseas, puedes orar así:

Señor, gracias por mostrarme, incluso en mi ansiedad, lo que realmente anhela mi alma. Gracias porque Tú deseas darme más de lo que incluso yo anhelo. Te ruego que me ayudes a redirigir mis deseos hacia Ti, a confiar en que en Tu amor tengo todo lo que necesito. Hazme más sensible a mi ansiedad, no para vivir en ella, sino para traerla a Tus pies. Amén.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando