El pueblo de Dios es extranjero y peregrino, buscando un país propio. Este mundo como lo está ahora, bajo el efecto de la caída, no es nuestro hogar. Pero un día, no solo nosotros sino también la tierra misma será hecha nuevamente. Esa tierra, la tierra nueva, no solo será un lugar hecho para nosotros, sino el lugar para el que fuimos creados.
La palabra hogar como un término para el cielo no es simplemente una metáfora. Describe un lugar físico: un lugar de familiaridad, comodidad, y refugio.
Las Escrituras a menudo hablan de banquetes y fiestas en el cielo. Nos sentaremos a la mesa con las personas que amamos y, sobre todo, con el Jesús que amamos. Apocalipsis 21 y 22 nos dicen que Dios traerá el cielo a esta tierra nueva al venir a morar allí con su pueblo. Habrá maravillas naturales, un gran río, y el árbol de la vida produciendo diferentes frutos cada mes. Debemos anticipar grandes paisajes, sonidos, olores, sabores, y conversaciones agradables. En ese nuevo mundo “sus siervos le servirán” (Ap. 22:3), lo que significa cosas que hacer, lugares a donde ir, gente que visitar.
Como personas resucitadas, viviremos en la tierra nueva, no en un reino angelical y no-terrenal para espíritus incorpóreos. Viviremos en nuestros cuerpos resucitados en una tierra resucitada, donde el Jesús resucitado gobernará en el trono de la ciudad capital de la tierra nueva, una Jerusalén resucitada. Y reinaremos con Él como personas justas que gobiernan la tierra para la gloria de Dios. Este fue exactamente el diseño de Dios desde el principio. La Biblia comienza y termina con Dios y la humanidad en perfecta comunión en la tierra.
Como ya hemos vivido en la tierra, pienso que desde el principio parecerá que volveremos a casa. La tierra nueva nos resultará familiar porque será la vieja tierra resucitada, así como nuestros cuerpos serán nuestros viejos cuerpos resucitados. La tierra nueva será el hogar que siempre hemos anhelado.
Nuestra vida actual en la tierra importa no porque es la única vida que tenemos, sino precisamente porque no lo es: es el comienzo de una vida que continuará sin fin
Los estereotipos anti-bíblicos del cielo como una existencia vaga e incorpórea nos hacen mucho más daño del que nos damos cuenta. Disminuyen nuestra anticipación del cielo y nos impiden creer que realmente es nuestro hogar. Graham Scroggie tenía razón: “La existencia futura no es una existencia puramente espiritual; exige una vida en un cuerpo y en un universo material”. Aunque muchos de nosotros afirmamos creer en la resurrección, no sabemos lo que realmente significa. Nuestra doctrina viste a las personas en cuerpos, luego no les da a dónde ir. En lugar de la tierra nueva como nuestro hogar eterno, ofrecemos un cielo intangible y completamente desconocido que es lo opuesto a un hogar.
Cuando pensamos en el cielo como algo del más allá, nuestras vidas actuales parecen no espirituales, como si no importaran. Cuando captamos la realidad de la tierra nueva, nuestras vidas presentes de repente importan. Las conversaciones con los seres queridos son importantes. El trabajo, el tiempo libre, la creatividad, y la estimulación intelectual son importantes. La risa importa. El servicio es importante. ¿Por qué? Porque son eternos. Nuestra vida actual en la tierra importa no porque es la única vida que tenemos, sino precisamente porque no lo es: es el comienzo de una vida que continuará sin fin.
Jesús dijo: “Voy a preparar un lugar para ustedes” (Jn.14:2) . El carpintero de Nazaret sabe construir. Ha construido mundos enteros, miles de millones de ellos. También es un experto en reparar lo que ha sido dañado, ya sean personas o mundos. Romanos 8 nos dice que este universo dañado gime y clama por ser reparado. Jesús lo va a reparar, y vamos a vivir con Él en tierra resucitada. Él va a reparar esta tierra porque Él no la ha abandonado, así como no nos ha abandonado a nosotros.