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Dios ama tu iglesia desordenada y pequeña  

El mundo está repleto de santos anónimos que trabajan sin ser notados en su pequeña parcela en el reino de Dios. No hay nada llamativo en ellos. Nadie sube un video a YouTube de su ministerio de vanguardia. Sus iglesias no son edificios asombrosos; no son famosos. Pero allí, en las sombras, en el ritmo sencillo de cantar, orar y alabar, predicar y bautizar, la iglesia poco impresionante hace la obra de Cristo.

Y para ver esto, todo lo que tenemos que hacer es abrir nuestros oídos.

Si quieres ver lo que Dios está haciendo en su Iglesia, pon tus ojos en tus oídos. Uno de mis profesores me dijo eso. Y tenía razón. La “vision divina” es diferente a la visión humana. Ninguno de nosotros, por ejemplo, al pasar junto a Lázaro cubierto de costras y lamido por los perros, lo habría considerado mejor que el hombre rico. Obviamente, nuestros ojos nos dicen que ese vagabundo en la calle no estaba en la lista de los amigos de Dios. Pero sí lo estaba. Nuestros ojos no nos dicen eso; nuestros oídos lo hacen. Los oídos que escuchan las frecuencias de la Palabra de Dios.

Entonces, si queremos ver al Señor trabajando, necesitamos poner los ojos en nuestros oídos.

Mis oídos “vieron” el trabajo de Dios en el sótano de un edificio ruso en el corazón helado de Siberia. Un pequeño grupo de babushkas, ancianos barbudos, estudiantes universitarios, y yo nos reunimos en una ocasión, todos apretados. Al frente había una mesa cubierta con una simple tela blanca. Encima estaba una Biblia abierta, una copa de plata, un plato. En la pared colgaba una cruz de madera. Nuestras bancas eran sillas plegables. Durante la lectura del Evangelio, un gato que maullaba entró y tuvo que ser ahuyentado por una persona que estaba allí adorando. 

Allí, en las entrañas de la tierra, en un espacio medio iluminado y con olor a moho, rodeado de gente por la que el mundo no daría un centavo, me encontré con el esplendor del reino. Esta era la casa de Dios, sin duda alguna. Era la puerta del cielo. En este lugar insignificante, pintado en un simple gris, Jesús irradiaba una gloria asombrosa. Él descendió entre nosotros no para ser servido, sino para servir y para derramar su vida, su salvación, y su perdón en nosotros. En esta iglesia de no deseados apareció el Cordero de Dios para vestirnos en la belleza de la santidad.

Lo vi todo a través de mis oídos.

Dios mora en nuestro desorden

A lo largo de los siglos, desde el Betel de Jacob hasta el tabernáculo de Moisés, y hasta la iglesia de la esquina, los lugares de trabajo de Dios siempre han compartido algo en común: son desordenados. Jacob mismo era un desastre en Betel. Fue un fugitivo mentiroso, ladrón y usurpador, a quien, sin embargo, Dios amaba. El tabernáculo, que debe haberse parecido y olido a una carnicería, era un desastre sangriento. ¿Y qué de las iglesias hoy? No necesito decirte el desastre que pueden llegar a ser. Solo lee las noticias.

Dios nos dice: “Mi casa es tu casa”, e inmediatamente entramos arrastrando nuestro desastre. En el piso de la casa de Dios hay sangre de aquellos de nosotros que gateamos hasta allí después de una semana de lucha contra la adicción, la pena, la vergüenza, el fracaso. Hay manchas en la alfombra de cuando vomitamos por estar enfermos de culpa por el abuso, la ira, la vida en sí. En la casa de Dios hay fragmentos de corazones rotos y bancas llenas de lágrimas. 

En este desorden de pecadores, con vidas quebrantadas y sueños desmoronados, Cristo aparece semana tras semana para hacer lo suyo: darse a sí mismo. Una y otra vez, más y más. Él cabalga en medio de nosotros como lo hizo el Domingo de Ramos: en simplicidad. Su hogar es nuestro hogar. Y Él hace de nuestros desastres su desastre. En el vacío de corazones sin esperanza, Él pronuncia palabras llenas de vida. Él nos quita los trapos sucios de hijos pródigos, nos lava con agua pura, nos pone las sandalias en los pies, anillos en nuestros dedos, y túnicas blanqueadas por la sangre del Cordero.

Cristo aparece semana tras semana para hacer lo suyo: darse a sí mismo. 

Todo esto lo hace camuflado en las cosas ordinarias de la iglesia. Himnos, sermones, bautismos, oraciones, la cena del Señor. No hay nada fuera de lo común. Nada realmente digno de Instagram. Pero esta es la manera del Dios de la cruz. El Hijo que colgaba desnudo sobre ese horrible madero, sin nada que llamara nuestra atención y que más bien podría ahuyentarnos, todavía camina en medio de nuestras asambleas de una manera sencilla, incluso inofensiva. Él todavía nos llama al arrepentimiento. Él todavía nos dice que no somos suficientes. Y más sorprendente aun, nos ama cuando no somos dignos de ser amados.

¿Qué clase de Dios hace eso?

Te lo diré: el Dios que es y siempre será aburrido a los ojos del mundo. El Dios a quien no le gusta llamar la atención, pero ama las cruces y las tumbas vacías. El Dios que trabaja entre nosotros lejos del centro de atención. El Dios que trabaja debajo del radar, donde solo los oídos que han sido abiertos por la Palabra divina ven lo que está por hacer. 

Dios está haciendo cosas pequeñas y hermosas

Cuando estamos siempre a la expectativa de lo alucinante, de las cosas nuevas que Dios está haciendo en su iglesia, nos perdemos de las antiguas y pequeñas cosas que ha estado haciendo todo el tiempo. Y lo que ha estado haciendo es lavarnos los pies cuando los hemos ensuciado en las pocilgas de la inmoralidad. Nos quita las lágrimas cuando hemos sido usados y desechados. Cuando, como los pajaritos, abrimos la boca y Él viene y nos da la comida y la bebida del cielo. Cuando somos engañados por la mentira de que los pastos son más verdes al otro lado de la cerca, Él deja las 99, nos encuentra, nos levanta sobre sus hombros, y nos lleva a casa con una sonrisa en su rostro. Cuando no sabemos qué decir, cuando las palabras nos fallan, Él ora en nosotros y por nosotros, y nos enseña cómo clamar: “Abba, Padre”.

La iglesia no necesita verse mundanalmente atractiva.

Él hace todo esto en iglesias grandes y pequeñas, edificios grandes y sótanos. Él es bueno para eso. Lo ha estado haciendo durante milenios. Y lo ha estado haciendo todo por nosotros. Lo vemos a través de nuestros oídos, los cuales miran detrás del velo de lo visible para ver al Señor invisible trabajando entre nosotros.

La iglesia no necesita verse mundanalmente atractiva. No necesita una membresía en el gym divino. No necesita botox. La iglesia inicialmente podría parecer poco atractiva, pero nuestros oídos ven lo que no se ve. Nuestros oídos ven que el Señor de la danza la toma en sus brazos. Nuestros oídos la ven resplandeciente, sin mancha ni arruga, ni ningún otro defecto. Y en la pista de baile de la gracia y misericordia, ella se desliza en los brazos del Dios que la ama. Nosotros estamos en ese baile, nosotros que somos el cuerpo de Cristo, la novia de Jesús, la Iglesia, donde siempre hay más de lo que los ojos pueden ver. 

Oh Señor, concédeles a nuestros oídos una visión 20/20 para ver la gloriosa obra que estás haciendo en las monótonas realidades de nuestra vida, juntos, como tu pueblo. 


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Román Gonzáles.
Imagen: Lightstock.
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