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Dentro de la literatura bíblica, la profecía representa un reto de interpretación debido a la abundancia de elementos extraños que presenta este género. Aunque no todos los profetas son igual de difíciles, ni todas sus historias igual de extrañas, no cabe duda de que sobresale el caso de Ezequiel, «el profeta inusual».1

De todos los momentos extraños dentro de su libro, quizá ninguno sea más incómodo que la ocasión cuando Dios le ordena cocinar pan sobre estiércol humano y comerlo en público (4:12-17). Este tipo de pasajes llevan a algunos académicos a desacreditar el texto bíblico y al Dios del Antiguo Testamento como tiránico y malvado.

¿Existe alguna respuesta que nos ayude a comprender el motivo detrás de tan extraño mandato de parte de Dios? Antes de contestar, es necesario entender el contexto del pasaje.

El profeta centinela

Ezequiel es un libro escrito durante el exilio de Judá en Babilonia (Ez 1:2). Este exilio vino a Judá como consecuencia de la desobediencia abierta y sostenida del pueblo de Israel contra el Dios del pacto. El Señor, antes del exilio, había enviado a otros profetas para advertir a Judá de su pecado, pero el pueblo ignoró las advertencias y continuó en su rebelión hasta sufrir la consecuencia del exilio. En este contexto histórico se hallaba Ezequiel.

Así pues, el libro comienza con una visión de la gloria de Dios, que llevó al Ezequiel a postrarse en temor reverente ante el Señor (1:1-28). Dios llama a Ezequiel como profeta (2:1-7) y le muestra un rollo con la ley y le manda a comerlo (2:8-3:3a). Allí, el profeta señala que la Palabra de Dios fue dulce a su paladar (3:3b). Acto seguido, Dios acusa al pueblo de ignorar Su Palabra (3:4-15). No obstante, como un centinela, Ezequiel debe comunicar un mensaje de advertencia, de peligro y de guerra, sin importar si el pueblo lo escucha o no (3:16-27).

Ezequiel no solo transmitiría las palabra de Dios, sino que él mismo se convirtió en símbolo de la agonía que el pueblo sufriría a causa de su pecado

Ezequiel debe transmitir el mensaje de Dios mediante una serie de actos simbólicos. Estos actos tienen el propósito de apelar y conmover los sentidos, mientras anuncian la inminente caída de Jerusalén.2 Aquellos actos simbólicos incluyen hacer un modelo a escala de Jerusalén y sitiarlo (4:1-3), acostarse sobre un costado por 390 días (4:4-8) y alimentarse con porciones extremadamente limitadas de alimento (4:9-11). Es entonces cuando el Señor le anuncia a Ezequiel que deberá cocinar su ración diaria usando excremento humano como combustible (4:12-13).

El profeta sufriente y el sacerdote que no fue

¿Cocinar sobre estiércol? Para Ezequiel, como judío devoto, ¡esto violaría las leyes de pureza ritual que debía mantener! El dolor y la frustración por el mandato del Señor se hacen evidentes en las palabras de profeta:

«¡Ah, Señor DIOS! Nunca me he contaminado; porque desde mi juventud hasta ahora nunca he comido animal muerto o despedazado, ni jamás ha entrado en mi boca carne inmunda» (Ez 4:14).

Resulta interesante que estas sean las primeras palabras habladas por Ezequiel en el relato. Esta interrupción al discurso de Dios nos lleva a detenernos y preguntar: ¿Qué está pasando por la mente de Ezequiel?

Para comprender mejor la reacción del profeta, primero necesitamos conocer un poco más sobre su vida. Ezequiel comienza su narrativa recordándonos que su padre era Buzi, un sacerdote, y que el día de la visión de la gloria de Dios era el día de su cumpleaños número treinta, edad en la que hubiera iniciado sus labores en el templo (Ez 1:1-3).3

Ezequiel, criado en una familia sacerdotal, habría conocido la ley y en cierto modo habría sido llamado a un estándar de pureza ritual más alto que el del resto de sus compatriotas. No poder servir en el templo, como correspondía a su profesión, debió haber sido un golpe bastante duro para el profeta. Pero encima de eso, ¿preparar comida sobre estiércol? ¡Era inaceptable! El excremento era considerado impuro por los israelitas desde los tiempos de Moisés (Éx 29:14; Dt 23:12-14; Zac 3:3-4; Mal 2:3).

Como Ezequiel, Jesús sería el sacerdote-profeta esperado que se identificaría con un pueblo sucio

Lo segundo que debemos saber sobre Ezequiel es que fue llamado a un ministerio único como centinela sufriente. A diferencia de otros profetas, cuyos mensajes eran transmitidos al pueblo principalmente a través de discursos, Ezequiel es llamado a participar del dolor que la nación de Judá sufriría. En otras palabras, Ezequiel no solo actuaría y transmitiría las palabra de Dios, sino que él mismo se convirtió en símbolo de la agonía que el pueblo sufriría a causa de su pecado.4

El impacto para el pueblo

La comida tiene un lugar especial dentro de toda cultura y el pueblo de Israel entendía que podía ser una muestra de bendición (Dt 28:1-14; Sal 23:5a) o maldición (Lv 26:26) de parte de Dios. Que el sacerdote —aquel que tenía derecho de comer parte de los sacrificios traídos al altar (Lv 7:1–38)— tuviera que racionar su alimento y cocinar utilizando estiércol como combustible enviaba un mensaje claro para la nación. Consideremos el contraste entre el olor fragante de grasa quemada en el altar y la carne cocida, con el repulsivo olor del excremento quemado. La nación de Judá, el pueblo del pacto, se encontraría con este símbolo frente a la pútrida decadencia causada por su propio pecado (Ez 4:17).

Llamar a un sacerdote, símbolo de pureza ritual, para transmitir este mensaje enfatiza la seriedad del asunto. De hecho, el mismo Ezequiel apela al Señor rogando por un acto menos severo, por lo que el Señor concede el cambio de excremento humano a excremento vacuno (4:15). Aunque aún ofende nuestras sensibilidades actuales, esta práctica era común en el Antiguo Oriente.5 Por un lado, el Señor mostraba misericordia al profeta al tomar en cuenta su pedido. Por otro lado, el nuevo combustible mantiene el mismo mensaje: el pueblo de Dios en el exilio comerá como lo hacen las naciones paganas.

Preservación, providencia y prefiguración

Aunque va en contra de nuestra intuición pensar en Dios como misericordioso en medio de circunstancias tan extrañas, quisiera explicar cómo este tipo de actos habría salvado la vida de Ezequiel. En primer lugar, como centinela sufriente, el pueblo habría sentido cierta compasión por este profeta. A diferencia de otros profetas que fueron perseguidos y odiados por su mensaje, como Elías o Isaías, Ezequiel habría causado compasión frente a sus compatriotas. El erudito bíblico Willem VanGemeren escribe:

Aún si [el pueblo] se rehusara a escuchar sus palabras, no podían sino preguntarse cómo es que Ezequiel estaba dispuesto a sufrir personalmente por la Palabra de Dios… Nadie sería capaz de acusar a Ezequiel de gozarse en el destino de Judá y Jerusalén, pues la identidad del profeta estaba en la adversidad de su pueblo (Interpreting the Prophetic Word, p 325).

La providencia de Dios fue tal, que el mismo sufrimiento del profeta sería el instrumento por el cual preservaría su vida. Pero esto no termina allí. Ezequiel, en su sufrimiento, sería una prefiguración de Aquel sacerdote-profeta que habría de venir para humillarse y sufrir en medio de Su pueblo.

Ezequiel nos da un ejemplo de un ministerio balanceado. No nos regocijamos en el sufrimiento, pero tampoco tememos denunciar el pecado

Como Ezequiel, Jesús padeció la humillación más grande para proclamar el mensaje del evangelio entre un pueblo que lo rechazó. A diferencia de Ezequiel, Jesús no recibió respuesta favorable al clamar misericordia en Getsemaní, pues Su sufrimiento debía ser total y suficiente. Como Ezequiel, Jesús sería el sacerdote-profeta esperado que se identificaría con un pueblo sucio. A diferencia de Ezequiel, Jesús limpiaría a Su pueblo escogido y tomaría todo el castigo sobre Sí mismo.

La dieta del profeta y la iglesia hoy

¿Cómo podemos aplicar esta historia a la iglesia hoy? En ocasiones, los líderes pueden sobreenfatizar la pureza al grado de no estar dispuestos a identificarse con las ovejas que Dios les ha encomendado, quienes luchan contra el pecado en sus vidas. Sin embargo, Ezequiel enseña a los pastores a cuidar las ovejas de Dios, estando dispuestos a sufrir con ellas (cp. Ez 34).

Por otro lado, existirán quienes se vayan al extremo de querer identificarse tanto con el que sufre, que preferirán no confrontar el pecado ni llamar al arrepentimiento. También entonces Ezequiel nos da un ejemplo de un ministerio balanceado. No nos regocijamos en el sufrimiento, pero tampoco tememos denunciar el pecado.

Para quienes no somos pastores o no tenemos un oficio de liderazgo, este relato de Ezequiel también nos desafía a imitar su actitud de obediencia y nos brinda una perspectiva de lo difícil que el liderazgo espiritual puede ser. La carga del líder cristiano es similar a la del centinela sufriente: por un lado, denunciar el pecado y por otro, participar del dolor. Entender esto nos mueve a orar por nuestros ancianos y pastores, rogando que el Señor les fortalezca para el ministerio al que han sido llamados.


1 Richard S. Hess, The Old Testament: A Historical, Theological, and Critical Introduction (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2016), p. 568.
2 Aaron Chalmers, Interpreting the Prophets: Reading, Understanding and Preaching from the Worlds of the Prophets (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2015), pp. 107–108; Daniel Isaac Block, The Book of Ezekiel: Chapters 1–24, vol. 1 of NICOT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2007), 167–170.
3 Willem VanGemeren, Interpreting the Prophetic Word: An Introduction to the Prophetic Literature of the Old Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), p. 322.
4 VanGemeren, Interpreting the Prophetic Word, p. 325.
5 Block, The Book of Ezekiel: Chapters 1–24, p 186.

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