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“La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida” — Octavio Paz.

En 2017, Pixar estrenó Coco, una película centrada alrededor de la tradición mexicana del Día de los Muertos. De esa manera Disney introdujo esa celebración a la conciencia de millones de personas alrededor del mundo.

Coco fue todo un éxito. Se convirtió en la película animada más taquillera de todos los tiempos en México, ganó dos premios Oscar, y recaudó más de 800 millones de dólares en taquilla.

En aquel entonces fui a ver la película con interés. Soy un mexicano que creció en una familia evangélica en México. He tenido que lidiar cada año con esta celebración, al igual que muchos otros evangélicos. La película, por supuesto, es una disneyificación de la tradición; mezcla elementos de lo sobrenatural con una historia melodramática, música sentimental y, por supuesto, mucho color.

¿Qué debemos pensar sobre esta celebración? Primeramente será bueno entenderla.

Reírnos de los que nos da miedo

La cultura mexicana es muy particular en que busca reírse de lo que le atemoriza. Esto se ve claramente en el Día de los Muertos. El día se celebra con flores, comida, atuendos, música, y por supuesto, esqueletos de todo tipo: de dulce, de madera, de trapo…

Una tradición popular es componer las calaveritas, que son rimas graciosas sobre la muerte de algún individuo, ya sea vivo o muerto. Esto, para muchos que no son mexicanos, puede sonar morboso. Sin embargo, el mexicano se ríe de lo que le atemoriza. Es parte de nuestra cultura. ¿Y qué puede atemorizarnos más que la muerte?

De acuerdo a la narrativa tradicional que se enseña en México, el Día de los Muertos nace de una mezcla sincretista de la celebración católica del Día de Todos los Santos (noviembre 1) y celebraciones a la muerte que practicaban las culturas prehispánicas en los últimos días de octubre y primeros de noviembre.

Que no se nos olvide que fue nuestro Salvador Jesús quien nos libró del poder de la muerte al triunfar sobre ella.

Antiguamente, las civilizaciones mesoamericanas rendían culto a la muerte y celebraban a los muertos cada año. Cuando los españoles comenzaron su conquista, una de las maneras de imponer la religión católica sobre los nativos fue al mezclar tradiciones cristianas con paganas. De allí nace el Día de los Muertos.

En este día, tradicionalmente, se les da la bienvenida a los espíritus de los antepasados al mundo de los vivos. Se construyen altares con fotografías, comidas, o diversas cosas que le gustaban el fallecido. En algunas partes se lleva comida a las tumbas, puesto que la tradición dice que por la noche regresan los muertos a la vida y comen aquello que se les ha ofrecido.

Celebrar la muerte

Interesantemente, el gobierno mexicano ha impulsado la celebración de este día por encima del Halloween, que se considera una celebración anglosajona. Indudablemente, en muchas partes de México, sobre todo en las ciudades, este día se está secularizando rápidamente. Sin embargo, en gran parte del México rural, que representa la mayoría del país, esta sigue siendo una celebración importante con base en profundas creencias religiosas.

Esta celebración, por supuesto, tiene problemas teológicos. En el Antiguo Testamento, invocar a los muertos era una práctica pagana abominable a Dios:

“No sea hallado en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni hechicería, o que sea agorero, o hechicero, o encantador, o adivino, o espiritista, ni quien consulte a los muertos. Porque cualquiera que hace estas cosas es abominable al Señor”, Deuteronomio 18:10-11.

Uno pensaría que la mayoría de los que practican esta celebración no creen que en realidad el espíritu de sus antepasados regresará por un momento a ver su altar, o a darle una mordida al pan de muerto. Te sorprendería darte cuenta de cuántos creen que sí. O que algo pasa ese día. Que efectivamente sucede algún tipo de comunicación con el más allá. México es un país profundamente religioso, supersticioso, y animista (un dato interesante: en China, otro país con prácticas espirituales de venerar a los antepasados, Coco fue más popular incluso que en los EUA). Es por esto que la gran mayoría de los evangélicos mexicanos que conozco han preferido no participar de la celebración, o abstenerse de algunas de las prácticas más tradicionales, como hacer un altar o llevar comida a la tumba.

La esperanza del cristiano está en vivir eternamente en el Reino de Aquel que vive por los siglos de los siglos.

Mientras que esta celebración se secularice cada vez más, irá perdiendo su significado espiritual. Sin embargo, esta tradición mexicana todavía intenta decir algo: celebramos la muerte. Quizá por eso todos los evangélicos que conozco que viven en zonas rurales de México se oponen tajantemente a participar en las fiestas de este día. Algunas veces lo hacen incluso bajo tremenda presión social, puesto que no celebrar las fiestas del pueblo pueden llevar a una persona a ser o sentirse excluida. Y en algunos casos, a ser expulsados.

Protestantes todavía

Cuando era pequeño mi familia era la única familia evangélica en la colonia. Éramos los únicos que no asistíamos a misa, que no venerábamos a los santos, que no creíamos que peregrinar de rodillas nos purgaría del pecado, y que no celebrábamos el Día de los Muertos. Es importante recordar que en los países hispanos, por lo menos en aquel entonces, ser evangélico era verdaderamente ser protestante; protestar ciertas prácticas que consideramos que no tienen base bíblica.

Mientras más se secularice esta fiesta, las cosas cambiarán, sin duda. Y no dudo que haya aspectos que puedan redimirse. Sin embargo, hay que tener cuidado al asumir que este tipo de tradiciones ya se han disneyificado por completo. No me parece cierto. Indudablemente no lo es en muchas partes de México.

Al final, la muerte no es nada de que reírse. Especialmente para quien rechaza a Jesús. No es que el cristiano se ría de ella, sino que le pierde el temor. Y esto solo porque Alguien la conquistó.

La veneración a los muertos se introdujo bastante temprano en la historia de la Iglesia. Es cierto, no hay nada de malo en conmemorar a aquellos que nos han precedido, en especial a quienes vivieron su vida para glorificar a Jesucristo (Heb. 12:1). Pero que no se nos olvide que fue nuestro Salvador Jesús quien nos libró del poder de la muerte al triunfar sobre ella. La esperanza del cristiano no está en “regresar al reino de los vivos” (Heb. 9:27). Más bien es vivir eternamente en el Reino de Aquel que vive por los siglos de los siglos (Ap. 1:18, 22:5).


Imagen: Unsplash.
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