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Cuando llegué al seminario teológico tenía una mezcla extraña de religiosidad y escepticismo. Me emocionaba estudiar y descubrir la verdad (y lo más increíble fue encontrarme con el evangelio). Así que cuando empecé mis clases sobre crítica textual estaba fascinada. La crítica textual es la ciencia bíblica que se encarga de esta meta: investigar cuál es la lectura que con mayor probabilidad pudo tener el texto original.

Muchos cristianos, cuando conocen sobre la crítica textual por primera vez, sienten que abren una caja de Pandora que podría acabar con su fe. Pero creo que todos —los que tienen dudas, quienes cuestionan y hasta quienes huyen de ser cuestionados— cuando continúan de pie ante ella, ven que resulta en todo lo contrario y que la crítica textual puede darnos más esperanza de lo que en un principio parece. Nos ayuda a confiar más en la Biblia.

Así que, en este artículo, quiero mencionar algunos de los aportes de la crítica textual que suelen generar incomodidad entre los creyentes, en gran parte porque no se estudian detenidamente. Y, luego, quiero compartir algunos datos que aprendí y que me ayudaron a confiar más —y no menos— en la Biblia, como la Palabra de Dios conservada por Él mismo para nosotros.

¿Por qué es necesaria la crítica textual?

No tenemos ninguno de los escritos originales del Antiguo o Nuevo Testamento, sino solo sus copias y estas son distintas entre sí. Estas diferencias se deben a que, cuando un grupo de creyentes obtenía, por ejemplo, una carta de Pablo o un evangelio, «se hacían copias para ampliar su influencia y permitir que también otros pudieran beneficiarse de esto. Pero No podía evitarse que tales copias del manuscrito original resultaran con un número mayor o menor de diferencias de redacción» (Un comentario textual al Nuevo Testamento, p. 5*). A estas diferencias de redacción se les llama, en la crítica textual, variantes textuales.

Solo del Nuevo Testamento se conservan más de cinco mil manuscritos griegos —o trozos de ellos—, y «no hay dos que concuerden del todo en sus particularidades» (p. 11*). Alguien incluso ha dicho que hay más de setenta mil variantes textuales.

De modo que, cuando las copias disponibles de un texto bíblico tienen diferentes lecturas, los expertos en crítica textual pueden analizar los distintos manuscritos (por fecha, región, calidad, etc.) para determinar cuál sería la lectura más probable en el documento original. Es decir, intentan responder a la pregunta: «¿Cuál es el texto original de cada pasaje bíblico?».

La crítica textual señala a un Dios que preserva no solo a Su pueblo, sino también a Su Palabra

Aunque toda esta información puede parecer que hace tambalear la fiabilidad de las Escrituras (¿será que hemos perdido el mensaje del texto original?), en realidad no es así. Cuando nos animamos a permanecer y ver más de cerca la historia de la transmisión del texto y los criterios académicos para establecer el texto original, nos damos cuenta de que en realidad la Biblia está muy bien conservada. No hay por qué alarmarse, aunque hay mucho trabajo por hacer, pues no todas las respuestas son cómodas o fáciles de discernir.

Entonces, en lo que queda del artículo te contaré algunos de los datos de la crítica textual que me ayudaron a confiar más en la Biblia.

¿Cómo la crítica textual me ayudó a confiar más en la Biblia?

1. En realidad no son tantas variantes.

Aunque setenta mil variantes suena a mucho, aprendí en mi primera clase de crítica textual del Nuevo Testamento que solo alrededor de un 2 % de ese contenido tiene problemas textuales, es decir, versículos en los que varios manuscritos presentan diferentes lecturas que requieren trabajo para discernir. El 98 % restante del texto es claro.

2. No todas las variantes son significativas.

Para analizar cuál habría sido la lectura original, no tiene el mismo peso un manuscrito del siglo II —más cercano a los escritos originales— que uno del siglo XII, que claramente es una copia de otra copia del siglo VII.

Esto hace que, en general, las variantes en manuscritos más recientes no sean tan importantes como las que se encuentran en los más antiguos. Esto reduce el número de variantes significativas.

En otros casos, las diferencias presentan matices que prácticamente no cambian el significado de un texto. Por ejemplo, puede haber duda sobre si el manuscrito original decía «por voluntad de Cristo» o «por voluntad de Dios», o puede existir duda si debería decir «nosotros» o «vosotros».

Por supuesto, hay algunos problemas textuales más incómodos, donde lo que está en cuestión es si un versículo (1 Jn 5:7), una sección (Mr 16:9-20) o una historia (Jn 7:53 – 8:11) estaba en el original o no. Por lo general, la evidencia de la crítica textual parece mostrar que lo más probable es que estas porciones no lo estaban. Sin embargo, aunque nos parezca extraño pensar que un pasaje al que estamos acostumbrados probablemente no haya estado en el texto bíblico original, aprendí que esto tampoco es un problema mayor para nuestra fe, por al menos dos razones:

(1) Ninguna doctrina bíblica depende de estos pasajes en discusión.

(2) Que estas porciones se hayan conservado, aunque posiblemente no estaban en el texto original, nos abre una ventana para entender lo que la iglesia primitiva creía (doctrinas que se respaldan bien en otros pasajes bíblicos) y las historias que conservaron quizás de manera oral.

3. Las variantes se producen sin mala intención.

En general, se puede ver que la mayoría de «errores en el copiado» surgen accidentalmente.

Por ejemplo, muchas veces es claro que los copistas se saltaron una línea o copiaron dos veces la misma palabra, o escribieron términos parecidos (tiene una letra más o una menos), etc. Es decir, típicos errores humanos de copiado. Además, no sería extraño que algunas copias de épocas y regiones que sufrían persecución tengan menos prolijidad y más errores. Como decía uno de mis profesores: «No es lo mismo copiar un manuscrito en una biblioteca en tiempos de paz, que hacerlo mientras migras de ciudad porque quieres llevar una copia a tu iglesia, pero si te encuentran pueden matarte».

Otros errores me parecen más bien curiosos. Por ejemplo, un manuscrito podía tener una nota, como un comentario al margen, pero luego en una copia ya no aparece como nota sino como texto (el copista debe haber creído que era parte del texto original). Algo así podría haber sucedido, por ejemplo, con Juan 5:4.

Acerquémonos a la Biblia con humildad, gratitud y confianza para amar y servir al Dios que se ha revelado a nosotros

No obstante, algunas variantes sí parecen ser intencionales, pero no con el propósito de pervertir o corromper el mensaje bíblico. En algunos casos, los copistas actuaron como editores: «Procuraron pulir asperezas lingüísticas, combinar dos o más lecturas variantes para obtener una lectura expandida y armonizar pasajes paralelos pero divergentes» (p. 7*). Sin embargo, ninguna de estas «ediciones» añade información nueva o doctrinas extrañas, sino que parece ser que los copistas intentaban presentar un texto que no dejara fuera nada de lo que creían necesario para comprenderlo.

4. Los manuscritos están, en general, muy bien conservados.

Los copistas intentaban mantener el texto igual al manuscrito que copiaban, pues eran creyentes que estaban copiando un texto sagrado para ser leído y estudiado por otros creyentes. No obstante, como en todo proceso humano, había errores. Aún así, estos eran los menos porque su trabajo era minucioso, hecho con mucho esmero.

Aquí vale la pena mencionar dos aspectos comunes de los copistas del Antiguo Testamento:

(1) Es sabido que los escribas judíos desarrollaron muchas prácticas para proteger el texto del Antiguo Testamento de errores, como contar las letras y las palabras por página, lo que hacía mucho más preciso su trabajo. Aunque esto no aplica para todos los manuscritos que tenemos, dice algo del espíritu respetuoso con el que los copistas, en general, transcribieron y conservaron las Escrituras.

(2) Por muchos años el texto más antiguo del Antiguo Testamento que se tenía (el de Leningrado) era del siglo XI. Sin embargo, con los descubrimientos de las cuevas de Qumrán, se encontraron manuscritos mucho más antiguos que eran prácticamente iguales al texto de Leningrado en hebreo. De modo que muchos señalan que si durante siglos un texto se mantuvo casi intacto, a pesar de las miles de copias que se hicieron, ¿es tan difícil pensar que en los años anteriores se haya tenido el mismo esmero en su conservación?

En el caso del Nuevo Testamento, los manuscritos más antiguos —o mejor dicho, fragmentos de manuscritos— están fechados en el siglo II, mientras que los originales se escribieron de mediados a finales del siglo I. Si por tantos siglos creyentes cuidadosos han mantenido las copias con un mínimo de error, ¿deberíamos pensar que en apenas algunas décadas las copias echaron a perder el texto? La evidencia demuestra que no.

Lo que tenemos hoy está bastante bien conservado y, en general, es posible discernir con confianza qué decían los manuscritos originales.

Dios preserva Su Palabra

Los cristianos creemos que la Biblia, como Palabra de Dios, es verdad. Y que fue inspirada por Dios en sus escritos originales.

El Dios que inspiró con Su Espíritu a los profetas y apóstoles (1 P 1:10-12), el que también se encarnó para revelarse como nunca antes (He 1:1-3), ¿no mantendría, conservaría y preservaría también Su mensaje a través de los siglos para Su pueblo?

La crítica textual me demostró que sí. Aunque la crítica textual tiene sus complejidades, los ejemplos mencionados bastan para mostrar que esta es una aliada del cristianismo y no una enemiga. Me ayudó a entender la lógica de algunas diferencias de traducción entre versiones bíblicas, pero sobre todo, me señaló a un Dios que preserva no solo a Su pueblo, sino también a Su Palabra.

Podemos confiar en las Escrituras. Aunque en muy pocas ocasiones no tengamos certeza sobre cada palabra (como si es un «nosotros» o un «vosotros») y aunque tengamos que reconocer que algunos versículos en ciertos manuscritos los conservó la iglesia para explicar, armonizar o dar sentido al texto, el mensaje de la Escritura es firme, claro e inamovible, y podemos saber con alta proximidad qué decía el texto original. El evangelio de nuestro Señor Jesucristo no está en juego.

Acerquémonos a la Biblia con humildad, gratitud y confianza para amar y servir al Dios que se ha revelado a nosotros (Dt 29:29).

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