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Pero Yo les digo: háganse amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando les falten, los reciban en las moradas eternas (Lc 16:9).

Me voló la cabeza la primera vez que leí con seriedad estas palabras de Jesús. ¿Acaso nuestro Señor podría decir algo así? ¿Qué quiso decir Jesús con hacer amigos por medio de riquezas injustas?

Las riquezas injustas

En aquella época, un mayordomo era alguien de confianza a quien una persona adinerada contrataba para que administrara sus riquezas. La historia de esta parábola cuenta sobre un mayordomo un tanto mafioso, al punto que se la conoce como «la parábola del mayordomo infiel» (Lc 16:1-13). Aunque un hombre rico había depositado su confianza en este administrador, lo primero que leemos es que el mayordomo fue acusado de «derrochar sus bienes». Acto seguido es confrontado y debe entregar la administración.

Es entonces cuando el mayordomo decidió hacer su última artimaña: beneficiar de forma corrupta a los deudores de su señor. Borra una parte significativa de la deuda de los acreedores para ganarse su favor y amistad, de modo que, cuando fuera despedido, algunos de ellos lo recibieran en sus casas. Allí reflexiona Jesús: «los hijos de este siglo son más sagaces en las relaciones con sus semejantes que los hijos de la luz» (Lc 16:8) y entrega la polémica instrucción: «háganse amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando les falten, los reciban en las moradas eternas».

«Amigos por medio de las riquezas injustas» parece una expresión un tanto extraña. Sin embargo, la enseñanza de Jesús no es tan difícil de aceptar cuando entendemos a qué se refiere con «riquezas injustas». Notemos el paralelismo semántico (una técnica común de escritura en la que se dice lo mismo en dos expresiones diferentes) que usa unos versículos después:

Por tanto, si no han sido fieles en el uso de las riquezas injustas,
¿quién les confiará las riquezas verdaderas?

Y si no han sido fieles en el uso de lo ajeno,
¿quién les dará lo que es de ustedes? (Lc 16:11-12, énfasis añadido)

Comparando estas frases queda claro que «las riquezas injustas» son «lo ajeno». Se les llama «injustas» porque pertenecen a alguien más; disponer de ellas como propias es injusto. De esta forma, Jesús nos enseña que nosotros también somos solo administradores: mayordomos de las riquezas de Dios. No son nuestros ingresos, sino Su dinero. No son nuestras posesiones, sino Sus recursos. No es nuestra casa o nuestro carro, sino Sus pertenencias. ¿Seríamos también nosotros acusados hoy de «derrochar Sus bienes»?

Como administradores de Sus riquezas, el Señor nos hace la misma invitación extravagante: «háganse amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando les falten, los reciban en las moradas eternas» (v. 9).

Amigos en las moradas eternas

Si aceptamos que el Señor nos está diciendo que usemos Sus bienes para invertir en amigos eternos, vale la pena preguntarnos: ¿Cómo hacemos amigos para la eternidad? ¿Cómo se invierten los recursos para que esos amigos nos reciban (similar al mayordomo infiel) en las moradas eternas?

Quizás nos sugiere destinar una parte significativa de «nuestro» presupuesto a las misiones, para sostener estudiantes en un seminario, para ofrendar generosamente a nuestra iglesia local o a un hermano en necesidad. Tal vez significa decirle «no» al deporte o a mi actividad favorita para invertir ese tiempo en la evangelización, o aprovechar el tiempo en ese deporte o actividad para evangelizar y no solo para distraernos, ganar el juego o subir de reputación.

Quizás te invite a usar «tu» vehículo para llevar a algunos hermanos a la reunión de la iglesia. Tal vez significa invitar a almorzar al hermano que tiene menos recursos o al que sí los tiene, pero a quien nadie quiere acompañar. Quizás nos enseña lo valioso que es discipular a alguien con todas las demandas de tiempo, atención, dinero y esfuerzo que pueda requerir. Tal vez significa sacrificarse de muchas maneras, como lo hizo Jesús.

Esta parábola está en el contexto en el que «los fariseos, que eran amantes del dinero, oían todas estas cosas y se burlaban de [Jesús]» (Lc 16:14) y en el que «los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15:2). Jesús arriesgó Su reputación porque no vino a salvar a justos, sino a pecadores. Pero no solo comprometió Su prestigio, sino que invirtió todos Sus recursos (Mt 8:20) y Su vida misma para obedecer al Padre que lo envió. A la luz de esto, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar para completar la tarea que nos encomendó (cp. Mt 28:19-21)?

El Señor nos ha confiado Sus bienes, ¿somos conscientes de que rendiremos cuentas de nuestra administración?

¿Quién es tu Señor?

La conclusión de Jesús en esta parábola es: «Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas» (Lc 16:13).

El punto de Jesús es simple. O aceptamos que Dios es el Señor, los recursos son Suyos y por tanto, como administradores fieles, decidimos usarlos según Sus propósitos; o vivimos para nosotros mismos, persiguiendo las riquezas como señor, para poder derrocharlas en nuestros gustos y placeres.

¿Viviremos como dueños injustos o como administradores fieles?

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