Criar hijos adolescentes nunca ha sido fácil. Padres y madres tenemos preocupaciones comunes y corrientes en las que pensamos cada día: «¿Mi adolescente entrará en el equipo?», «¿Tiene una amiga con quién sentarse en el recreo?», «¿Cómo le fue en el examen?», «¿Tendrá mi adolescente una pareja para el baile?».
Y en nuestra era cada vez más secular, surgen temores y preguntas adicionales: «¿Mi hijo tiene ansiedad o depresión?», «¿Mi hija lucha con su sexualidad o experimenta disforia de género?», «¿Mi adolescente es adicto a las redes sociales, la pornografía, los videojuegos, el alcohol, las drogas?».
Todo esto lleva a los padres cristianos a su mayor preocupación: «¿Es posible que mi hijo adolescente desarrolle una fe firme en Dios en medio de una cultura que celebra el pecado, promueve el egocentrismo y declara que la verdad es cualquier cosa que se sienta bien en ese momento?».
El simple hecho de leer estas preguntas tal vez te hizo ir a buscar el tensiómetro para medirte la presión. Nuestro mundo nos grita todos los días con nuevos temores, nuevas estadísticas, nuevos consejos y nuevas maneras de mantenernos al ritmo de la familia ideal en la desgastante tarea de criar a nuestros hijos. Con razón los padres se sienten tan perdidos e inquietos como sus adolescentes.
Cuando nos sentimos asustados o inseguros, podemos actuar como los israelitas: nos volvemos a los ídolos para buscar consuelo y alivio. Perseguimos las promesas mundanas del éxito, agotándonos a nosotros mismos y a nuestros adolescentes hasta el punto en que quedamos exhaustos, por tratar de encontrar la vida en aquello que nunca podrá satisfacernos. Con demasiada frecuencia, la forma en que batallamos contra nuestros temores es tratando de tomar el control de nuestro adolescente, de nuestras circunstancias y de la cultura que nos rodea. Pero nuestros intentos autoguiados para alcanzar soluciones solo nos dejan cada vez más ansiosos y enojados.
En medio de un mundo incierto y que siempre está cambiando, los creyentes pueden (y deberían) seguir siendo los padres más llenos de esperanza.
La fuente de la esperanza
Nuestra esperanza no es una positividad nebulosa ni una ceguera ante la cultura que nos rodea. Josué y Caleb vieron los pueblos poderosos y las ciudades fortificadas de Canaán, al igual que los otros espías (Nm 13). Sin embargo, mantuvieron la esperanza. ¿Por qué? Porque sabían que Dios estaba con ellos.
Como padres, podemos reconocer a los gigantes de nuestra cultura secular y, al mismo tiempo, confiar valientemente en que Dios es más poderoso que nuestros enemigos. Nos alejamos de las soluciones idólatras creadas por el hombre al desarrollar una profunda confianza y dependencia diaria en Dios: Sus promesas, Su Palabra, Su plan. A continuación, veremos cinco razones por las que podemos tener esperanza al criar a nuestros adolescentes en una era secular.
- Tenemos acceso a la sabiduría divina.
En cada generación surgen nuevas ideas sobre la crianza de los hijos. Es tentador seguir las últimas y mejores tendencias de los expertos en crianza. Sin embargo, cada libro y cada tendencia representan los consejos de un ser humano finito y limitado. Algunos ofrecen mejores consejos que otros, pero el entendimiento humano más profundo es solo una gota en comparación con el océano infinito de la sabiduría de Dios.
En medio de un mundo incierto y que siempre está cambiando, los creyentes pueden (y deberían) seguir siendo los padres más llenos de esperanza
La Biblia no es la obra de un maestro humano. La Biblia es sabiduría divina revelada a los seres humanos por el Espíritu Santo. Por eso podemos ser padres llenos de esperanza.
A medida que leemos y comprendemos la verdad eterna de la Palabra de Dios, somos cambiados. Nuestras mentes son transformadas y recibimos sabiduría de Dios. Todos los expertos humanos cometen errores. Siempre hay más por comprender. Pero la Palabra de Dios provee una perspectiva eterna, que procede del Creador que sabe todo lo que hay que saber acerca de todas las cosas. Su Palabra ofrece discernimiento, sabiduría y entendimiento que nos ayudan a navegar por las nuevas tendencias con una verdad eterna.
Así que cuando esos nuevos consejos sobre la crianza de los hijos te digan algo contrario a la Palabra de Dios, no temas. No te apartes de la verdad de Dios. Estás construyendo tu hogar sobre una roca. Las tormentas vendrán, pero los cimientos de la verdad se mantendrán firmes.
- Tenemos acceso a la ayuda divina.
Como padres de adolescentes, hay muchas cosas que no podemos controlar. No tenemos el poder de cambiar los corazones. No tenemos la capacidad de cambiar las circunstancias. Ni siquiera tenemos la sabiduría para saber qué es lo mejor en muchos casos (tal vez ese equipo deportivo al que queríamos desesperadamente que nuestro hijo se uniera no hubiera sido bueno para su caminar con Dios). No sabemos el final desde el principio.
Como padres, podemos reconocer a los gigantes de nuestra cultura secular y confiar valientemente en que Dios es más poderoso que nuestros enemigos
Pero Dios sí lo sabe (Is 46:10). Él sabe lo que es mejor. Él nos invita a llevar todas nuestras cargas, miedos, ansiedades e inseguridades y echarlas sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros (1 P 5:7). Cuando no sepamos qué hacer, podemos pedirle sabiduría a Dios con la seguridad de que Él nos la proveerá generosamente (Stg 1:5). Nuestras oraciones importan. Podemos tener esperanza porque no estamos solos, deambulando en un laberinto de decisiones sobre la crianza de los hijos. Dios nos cría a nosotros mientras nosotros criamos a nuestros adolescentes, y podemos clamar a Él como Padre, sabiendo que Él escucha y responde nuestras oraciones.
- Dios usa las familias.
Nuestros hijos viven en una cultura que cambia rápidamente. Nos preguntamos con toda razón si algo de lo que decimos o hacemos puede contrarrestar los consejos mundanos y los mensajes equivocados que escuchan cada día. Aunque es prudente estar conscientes de los mensajes que reciben nuestros hijos, también debemos recordar que Dios obra a través de las familias (2 Ti 1:5).
Dios nos cría a nosotros mientras criamos a nuestros adolescentes, y podemos clamar a Él, sabiendo que escucha y responde nuestras oraciones
Lo que ocurre en tu hogar es muy poderoso. El amor, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la gentileza y el autocontrol de un hogar lleno del Espíritu Santo son una bendición para tu hijo adolescente. La mejor manera de combatir lo atractivo del mundo es darles a nuestros hijos algo mejor. Las redes sociales no pueden competir con una comunidad real, y esa comunidad comienza en el hogar.
Como explican Christian Smith y Amy Adamczyk en su libro, Handing Down the Faith [Transmitiendo la fe]:
A algunos lectores les sorprenderá saber que la influencia causal más poderosa en la vida religiosa de los adolescentes y jóvenes adultos estadounidenses es la vida religiosa de sus padres. No son sus compañeros, ni los medios de comunicación, ni los líderes de sus grupos juveniles o el clero, ni sus profesores de religión en la escuela. Innumerables estudios demuestran que, sin lugar a dudas, los padres de los jóvenes estadounidenses desempeñan el papel principal en la formación del carácter de su vida religiosa y espiritual, incluso mucho después de que dejen el hogar.
No todos los hijos criados en un hogar cristiano llegarán a tener fe, pero nuestros hogares son una parte importante para crear un ambiente en el que la fe pueda florecer. En medio de un mundo secular, podemos criar a nuestros hijos con esperanza porque Dios obra a través de las familias.
- La comunidad de la iglesia importa.
Actualmente, nuestros adolescentes se enfrentan a una epidemia de soledad. Según un estudio, «en una muestra de un millón de adolescentes, la soledad escolar aumentó entre 2012 y 2018 en 36 de 37 países en todo el mundo. Casi el doble de adolescentes mostró altos niveles de soledad en 2018 en comparación con 2012, un aumento similar al identificado anteriormente en la depresión a nivel clínico en los Estados Unidos y el Reino Unido».
Los jóvenes están más conectados que nunca, pero también se sienten más solos que nunca. Muchos atribuyen este cambio al uso de los teléfonos celulares y sus efectos adversos en el comportamiento social de los adolescentes.
Pero según múltiples estudios, la asistencia semanal a la iglesia marca una diferencia significativa en la vida de los adolescentes. Los investigadores informaron que:
Participar en prácticas espirituales durante la infancia y la adolescencia puede ser un factor protector para un rango de resultados relacionados con la salud y el bienestar en la edad adulta temprana, según un nuevo estudio de la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de Harvard. Los investigadores descubrieron que las personas que asistían a servicios religiosos semanales o practicaban la oración o la meditación diaria en su juventud manifestaban una mayor satisfacción con la vida y una actitud más positiva a los 20 años, y eran menos propensas posteriormente a tener síntomas depresivos, fumar, consumir drogas ilegales o contraer infecciones de transmisión sexual que las personas criadas con hábitos espirituales menos regulares.
Dios sabe lo que nuestros adolescentes necesitan: la comunidad de la iglesia. Los beneficios de asistir a la iglesia continúan durante la edad adulta joven: «Los resultados mostraron que las personas que asistían a servicios religiosos al menos una vez por semana durante la infancia y la adolescencia eran aproximadamente un 18 % más propensas a reportar una mayor felicidad como adultos jóvenes (de 23 a 30 años) que aquellas que nunca asistían a los servicios». Los ritmos diarios de la vida cristiana afectan a nuestros adolescentes. Esta es otra razón por la que podemos criar a nuestros hijos con esperanza.
- Dios está obrando.
Con frecuencia queremos controlar las circunstancias para que nuestros hijos nunca enfrenten dificultades, pruebas o fracasos. Nos preocupamos ansiosamente por esto o aquello, tratando de facilitarles todo. Sin embargo, la Biblia nos recuerda que Dios obra en todo: en las dificultades, en las luchas e incluso en los pecados de otros contra nuestros hijos.
José fue arrojado a un pozo por sus hermanos. Fue injustamente encarcelado. Fue olvidado por aquellos a quienes había ayudado. Pasó años de su vida lejos de sus seres queridos. Pero al final de sus días, miró atrás y les dijo a sus hermanos: «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien» (Gn 50:20).
Podemos criar a nuestros hijos con esperanza porque sabemos que nuestras circunstancias no dependen del azar
Podemos criar a nuestros hijos con esperanza porque sabemos que nuestras circunstancias no dependen del azar. No estamos a una sola decisión de arruinar la vida de nuestros hijos adolescentes. De alguna manera, Dios hace que todas las cosas obren para bien, incluso en nuestros fracasos, incluso en nuestras pruebas. Como Pablo animó a los Romanos: «Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza» (Ro 5:3-4).
No hay nada más difícil que atravesar dificultades con nuestros adolescentes. Sin embargo, debido a que Dios está obrando, podemos tener esperanza. Puede que no lo entendamos, pero podemos confiar en que Él tiene un plan.
Cuando confiamos en el Señor, estamos siendo un ejemplo para nuestros adolescentes. Nuestra esperanza es una apologética ante el mundo que nos observa (1 P 3:15). En una era secular, podemos tener una confianza valiente, no porque el mundo sea seguro, sino porque el objeto de nuestra esperanza empodera nuestro gozo: «Y el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Ro 15:13).