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Estamos llamados a vivir en comunión con otros. Desde el relato bíblico de la creación vemos esta verdad hermosamente desplegada y los llamados de «unos a otros» retumban a lo largo de toda la Escritura.

Ahora, cuando pensamos en la vida en comunidad solemos imaginar tiempos de compartir, de estudiar la Palabra, adorar y orar juntos, con una que otra confrontación, pero poco pensamos en la confesión de pecados, un ingrediente que la Palabra nos presenta como esencial para tener verdadera comunión.

Y este es el mensaje que hemos oído de Él y que les anunciamos: Dios es Luz, y en Él no hay ninguna tiniebla. Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si andamos en la Luz, como Él está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Jn 1:5-7).

Juan nos muestra cómo andar en la luz es esencial para una comunión real unos con otros y que este andar en luz implica confesar nuestros pecados (1 Jn 1:8-10). Por su parte, mira cómo lo dice Pablo:

Porque antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor; anden como hijos de luz. Porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad (Ef 5:8-9).

Andando como hijos de luz

El hecho de que ahora somos luz en el Señor implica que andaremos como hijos de luz. Significa que nuestra comunión con otros no estará caracterizada por el secretismo, el deseo de aparentar o encubrir nuestras motivaciones verdaderas para que la gente no sepa quiénes somos realmente.

Vivir en la luz requiere que lo que se vea por fuera corresponda con lo que somos por dentro y que podamos ser honestos con otros sobre nuestra pecaminosidad y nuestras luchas. Esto no significa que necesitamos publicar nuestros pecados para que todo el mundo se entere de ellos. Eso no le haría bien ni a los demás ni a nosotros. Lo que sí significa es que no viviremos en hipocresía, sino que nuestras vidas serán un libro abierto para las personas maduras que tengamos a nuestro alrededor, de modo que conozcan nuestras luchas y sepan genuinamente quiénes somos.

Vivir en la luz requiere que seamos honestos con otros sobre nuestra pecaminosidad y nuestras luchas

Debido a que los cristianos somos un mismo cuerpo en Cristo, no nos mentiremos unos a otros, sino que nos hablaremos la verdad (Ef 4:25), y esa verdad incluye nuestras vidas y nuestra condición de lucha con el pecado. Necesitamos ser intencionales en cultivar esta manera de vivir, porque la tendencia de nuestro corazón es ocultar nuestro pecado y pretender ser mejores delante de los demás.

La tendencia de nuestro corazón es querer lucir siempre bien porque eso es lo que nuestro orgullo busca. Nuestro pecado de orgullo nos lleva a fingir y ocultar, pero la Biblia nos enseña que delante de la destrucción viene el orgullo (Pr 16:18).

La verdadera comunión

Como he mencionado, traer nuestros pecados y luchas a la luz es vital para una verdadera comunión. Pero creo que hay algunos puntos que vale la pena aclarar sobre esta confesión entre creyentes.

1. La confesión de pecados no es para obtener el perdón de Dios.

La Biblia nos enseña que Jesús, siendo Dios, tiene la autoridad para perdonar los pecados (Mr 2:10) y que Él es el único mediador entre Dios y los hombres:

Porque hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos, testimonio dado a su debido tiempo (1 Ti 2:1-6).

Por lo tanto, confesar nuestros pecados a otros creyentes no es un requisito necesario para obtener el perdón de Dios. Si nos acercamos en arrepentimiento y fe a Dios, a través de Cristo, Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiar nuestra maldad (1 Jn 1:9).

2. La confesión florece dentro de una cultura de evangelio.

Necesitamos un ambiente en el que todos aprendamos a dejar de apuntar, para comenzar a levantar al caído. Un ambiente en el que recordamos que todos somos pecadores con la necesidad del mismo Salvador. En este tipo de ambiente, cultivado por el evangelio y sus implicaciones, la confesión de pecados puede fortalecer y edificar a la iglesia.

3. Confesar nuestros pecados requiere que perdonemos y pidamos perdón.

Para que la confesión de pecados sirva para cultivar una buena comunión entre los creyentes, es esencial que tengamos la disposición a perdonar el pecado de otros y que estemos dispuestos a pedir perdón reconociendo nuestras faltas, obedeciendo así el llamado bíblico: «Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef 4:32).

4. Confesar nuestros pecados requiere dejar nuestro deseo de impresionar.

Como el autor Ray Ortlund dijo: «Podemos ser impresionantes o ser conocidos, pero no podemos ser ambas cosas».

Andar en la luz y tener comunión con otros implica que tengamos la disposición a perdonar y que estemos dispuestos a pedir perdón

Muchas veces queremos presentar una imagen de que todo está bien, para que el otro nos vea como más espirituales, los que tienen su vida resuelta. Pero vivir de esta manera nos impide confesar nuestros pecados y crecer en semejanza de Cristo. Recordemos que la Biblia le da valor a andar en la luz, no a buscar impresionar a los demás.

Es asombroso cómo Jesús, siendo el Perfecto, sin pecado alguno, vivía en transparencia. Por ejemplo, Jesús abrió Su corazón a Sus discípulos, cuando dijo: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Mr 14:34). Si Jesús hizo esto, siendo perfecto en todo, ¿cuánto más nosotros deberíamos estar dispuestos a compartir lo que está en nuestros corazones?

5. Nuestra esperanza está en nuestro Mediador.

Nuestra esperanza no está en cómo confesamos o en qué confesamos, sino en Cristo nuestro buen Mediador e Intercesor. Como dijo el autor Zach Howard: «Cuando expongamos nuestras heridas a otros en confesión, descansemos en las heridas que Cristo llevó para sanar las nuestras».

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