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Nota del editor: 

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Julianne Holt-Lunstad, investigadora de la Universidad de Bringham, encuestó a un grupo de adultos mayores sobre su dieta, rutinas de ejercicio, estado civil, visitas al médico y otros hábitos en general. Luego de siete años, volvió a reunirse con las mismas personas —al menos con las que aún seguían vivas— pero esta vez les hizo una sola pregunta:

¿Qué redujo sus posibilidades de morir?

Los resultados que ella encontró fueron interesantes.[1] Comenzaré por la respuesta menos popular hasta las más importantes:

10) Poder respirar aire puro

9) Haber tratado su problema de hipertensión

8) Haber bajado o subido de peso, según el caso

7) Tener una rutina de ejercicio

6) Haber tratado sus problemas cardiacos

5) Haberse vacunado contra la gripe o influenza

4) Haber dejado de beber alcohol

3) Haber dejado de fumar

Los dos factores más importantes que redujeron las posibilidades de morir, según afirmaron los encuestados, fueron:

2) Tener relaciones cercanas, alguien con quien contar cuando se necesita dinero, ayuda médica o simplemente ser escuchado.

1) Integración social. Es decir, el nivel de interacción que tenían con otras personas durante el día. Desde su relación con los allegados más cercanos, como su pareja, hijos o parientes, hasta la interacción con sus vecinos o amigos.

El equipo investigador confirmaba con este estudio que el ser humano fue diseñado para vivir en comunidad y que las relaciones interpersonales tenían efectos impresionantes no solo sobre la salud física, sino también sobre la calidad y longevidad de la vida.

El llamado a la comunidad

La Biblia también nos habla de la vida en comunidad. Dios nos creó para vivir en comunidad y especialmente para vivir en comunión con Él. En Génesis leemos que el Señor hizo a Adán y Eva a su imagen y semejanza (1:26a), lo que implicaba que serían sus agentes en el mundo para manifestar su reinado al ejercer dominio sobre la creación y extendiendo su presencia al ser fecundos, multiplicarse y cultivar el Edén (1:26-29).

El ser humano no fue creado para vivir en autonomía y gobernar sobre la creación de acuerdo a sus propias capacidades y sabiduría

El ser humano no fue creado para vivir en autonomía sin depender de nada ni nadie y gobernar sobre la creación de acuerdo con sus propias capacidades y sabiduría. Más bien, fue creado para participar como agentes comunitarios de Dios, en la misión de Dios. Sin embargo, ellos rechazaron la voluntad de Dios y en su lugar aceptaron vivir bajo el reinado del «dios de este mundo» (2 Co 4:4).

Lo que parecía el descubrimiento de la autonomía (Gn 3:5), resultó ser el inicio de una vida de esclavitud al pecado, con consecuencias devastadoras. La relación plena y gozosa con Dios, ahora les producía vergüenza y temor. La relación armoniosa con su prójimo, ahora era compleja y amenazante. La comunión perfecta que disfrutaban con la creación, ahora sería dolorosa y ardua.

No es de extrañarse que un estudio como el citado al principio refleje esta verdad del evangelio: fuimos creados a imagen y semejanza de Dios para ser de bendición unos a otros. Aunque el pecado interfirió en el plan de Dios, no logró alterar la forma en que fuimos constituidos y su propósito eterno. Recordemos que una de las primeras observaciones que el Señor hizo de Adán fue, «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2:18). Por eso debemos vencer una de las mayores amenazas para la vida en comunidad y el Señor nos ha mostrado el camino para hacerlo.

La amenaza para la vida en comunidad

La epístola de Santiago nos ofrece varios principios bíblicos prácticos para una vida en comunidad bendecida, satisfactoria y larga. Por ejemplo, nos exhorta a no mostrar favoritismo, sino tratar a todos por igual (2:1-13); suplir las necesidades de nuestros hermanos (2:14-26); usar nuestra lengua para traer bendición y no destrucción a quienes nos oyen (3:1-12); y vivir de acuerdo a la sabiduría que viene de lo alto, cuyo fruto es la justicia y la paz (3:13-18).

Santiago no ve la sabiduría como un término abstracto o una virtud meramente espiritual. Al contrario, nos describe el fruto visible de la sabiduría que trae edificación y paz no solo al que la posee, sino también a los que lo rodean. Por eso también nos advierte sobre una amenaza peligrosa para la vida en comunidad que también podría originarse en nuestros corazones.

El corazón del problema del ser humano, es un problema del corazón

Es muy probable que Santiago tuviera en mente mientras escribía algunas guerras y conflictos entre los cristianos de aquellos días. Aunque no nos dice específicamente cuáles eran esos conflictos, sí nos señala la causa: «las pasiones que combaten en sus miembros» (4:1). Podría definir las «pasiones» como los deseos fuertes y preferencias egoístas que buscan satisfacernos a nosotros mismos. Esta envidia y ambición personal no solo estaba provocando combates y guerras entre ellos, sino también la muerte misma (v. 2). Santiago nos recuerda que el corazón del problema del ser humano, es un problema del corazón.

Aunque muchas veces queremos buscar excusas y justificaciones fuera de nosotros, la Biblia nos recuerda que pecamos porque así lo hemos querido: cuando somos llevados y seducidos por nuestras propias pasiones (1:14).

Nuestro corazón autocentrado, autónomo y egoísta representa no solo una amenaza para nuestras relaciones interpersonales, sino también para la vida en comunidad en el contexto de la iglesia, especialmente en tiempos de pandemia, cuando somos seducidos por la búsqueda del bienestar personal a costa de la iglesia local.

Tal como escribió el teólogo alemán, Dietrich Bonhoeffer:

Olvidamos fácilmente que la vida entre cristianos es un don del reino de Dios que nos puede ser arrebatado en cualquier momento y que, en un instante también, podemos ser abandonados a la más completa soledad. Por eso, a quien le haya sido concedido experimentar esta gracia extraordinaria de la vida comunitaria ¡que alabe a Dios con todo su corazón; que, arrodillado, le dé gracias y confiese que es una gracia, y solamente gracia! (Vida en Comunidad, p. 12).

No olvidemos el alto valor de la vida en comunidad y el alto peligro de caer en la negligencia del rechazo y menosprecio hacia la comunidad cristiana. No abandones la comunión de los creyentes por deseos individualistas. Pero tampoco busques la iglesia con motivaciones egoístas. Bonhoeffer vuelve a advertirnos:

Debemos renunciar al turbio anhelo que nos empuja siempre a desear algo más. Desear algo más que lo que Cristo ha fundado entre nosotros no es desear la fraternidad cristiana, sino ir en busca de quién sabe qué experiencias extraordinarias que uno piensa que va a encontrar en la comunidad cristiana y que no ha encontrado en otra parte, introduciendo así en la comunidad el turbador fermento de los propios deseos (Ibíd, p. 18).

¿Ha sido tu corazón alentado y motivado a buscar la comunión con tu iglesia local en medio de la pandemia? ¿Este tiempo de ausencia personal y distanciamiento social te ha llevado a anhelar y valorar aún más el extraordinario regalo de la comunidad de la iglesia local? ¿O más bien este tiempo se convirtió en la oportunidad perfecta para buscar satisfacer solo tus intereses, alejarte de aquellos que esperan de ti y enfriarte en tu amor por los demás?

La clave para la vida en comunidad

Santiago les dice a sus lectores: «Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres» (4:3). No sabemos qué pedían en sus oraciones, pero según el contexto podemos deducir que buscaban algún tipo de sabiduría que les permitiera ganar reconocimiento cómo líderes de la comunidad.

La clave para la vida en comunidad no está en buscar nuestro propio deleite egoísta, sino más bien en encontrar nuestro máximo deleite en Dios

Ellos querían ser maestros y se jactaban de ser sabios y entendidos entre los demás (3:1, 13). Pero no obtenían la capacidad e influencia que querían porque pedían para satisfacer sus propios deseos y no para servir de forma desinteresada entre los cristianos. Lo que motivaba la vida y las oraciones de estos cristianos era una ambición personal, pero no la edificación de la iglesia o el bienestar de los demás.

Nosotros podemos caer en el mismo error. En medio de la guerra y el conflicto —con nuestro cónyuge, hijos, parientes, amigos o compañeros de trabajo— podemos orar siendo motivados por nuestros deseos egoístas, pidiendo que Dios cambie el corazón de ellos, pero no con la intención de que Dios transforme a la otra persona para su bendición y edificación. Más bien, lo que buscamos es una resolución a nuestro problema de modo que tengamos placer, descanso y satisfacción propia.

La clave para la vida en comunidad no está en buscar nuestro propio deleite egoísta, sino, más bien, en encontrar nuestro máximo deleite en Dios. Santiago nos recuerda esto cuando nos enseña que la oración no es para satisfacer nuestros deseos naturales, sino para dar frutos que glorifiquen a Dios.

El mayor desafío que tenemos los seres humanos es recordar que no nos pertenecemos a nosotros mismos. Fuimos creados por y para Dios. Por lo tanto, debemos anhelar ser personas que no estén dominadas por sus propias pasiones y deseos egoístas, y que no pretendan usar a Dios para sus propios fines. Más bien, debemos anhelar seguir el ejemplo de Jesucristo y ser como aquellos que entregan su vida por completo para ser usados por Dios y hacer su voluntad.

La esperanza para la vida en comunidad

Posiblemente te preguntes, ¿qué puedo hacer en mis propias fuerzas para cambiar y limpiar mi corazón de estos deseos egoístas? La respuesta es: ¡Nada! No hay nada que tú y yo podamos hacer para mejorar nuestra condición, porque la respuesta no está en lo que podamos hacer, sino más bien en lo que el Señor ya hizo por nosotros.

Ante las amenazas para la vida en comunidad, y en medio de nuestras guerras y conflictos, ¡hay una salida en Cristo!

La buena noticia que nos da Santiago es que ante las amenazas para la vida en comunidad, y en medio de nuestras guerras y conflictos, ¡hay una salida en Cristo!

La mayor guerra y conflicto en que tú y yo nos encontrábamos, a causa de nuestras pasiones, eran contra Dios. Pero la Biblia nos dice que al haber sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Ro 5:1). ¡En Él hemos sido reconciliados con Dios para siempre! Ya no somos más sus enemigos, sino que ahora somos llamados amigos de Dios, hijos adoptados por la obra de Cristo.

La separación y nuestra rebeldía contra Dios es el conflicto y la guerra que debe cargar nuestro corazón. La buena noticia es que Cristo ya lo resolvió en la cruz. Este corazón corrompido por el pecado, lleno de pasiones egoístas y ambiciones personales puede ser transformado por Él, tal como dijo Dios por medio del profeta Ezequiel: «Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo. Pondré mi Espíritu en ustedes para que sigan mis decretos y se aseguren de obedecer mis ordenanzas» (Ez 36:26-28).

¡Él lo ha hecho todo! Así que aférrate a Cristo y a su obra en la cruz. Permanece en Dios, sigue el ejemplo y las pisadas que nuestro Señor ha dejado y que su Palabra permanezca en ti. De esta manera, tu corazón no irá fácilmente tras sus propias pasiones y tus oraciones dejarán de ser motivadas por el egoísmo y la ambición personal. En el poder del Espíritu Santo, busca la obediencia a Dios y la gloria de su nombre en medio toda situación que enfrentes en la vida en comunidad.


[1] Julianne Holt-Lunstad, Timothy B. Smith, J. Bradley Layton, Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review, publicado: Julio 27, 2010. Consultado en: https://doi.org/10.1371/journal.pmed.1000316
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