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Hace un tiempo, conduciendo mi auto, escuchaba algunas de las sinfonías más conocidas de Beethoven, Dvořák, Schubert y otros. Mi mente visualizaba los procesos compositivos, los desarrollos texturales, los cambios armónicos, las elecciones de timbres instrumentales y más. En un momento, no pude evitar sonreír y decir: “Wow, Señor… ¡Sí que te gusta la buena música!”. Si algo tengo claro, es que cada nota escrita en el pentagrama por cualquiera de esos hombres, no existiría si Dios no se las hubiera dado.

Mientras oía ese concierto personal sobre ruedas, pensaba en la música para la iglesia. Oía esa música elaborada musicalmente y recordaba alabanzas con frases conocidas que se repiten en marcos melódicos tan elementales, que por momentos se vuelven predecibles y hasta aburridas. Aunque debemos agradecer al Señor por la buena música que la Iglesia ha recibido en los últimos años (¡gloria a Dios por eso!), también es cierto que buena parte de la música reciente puede ser bastante pobre.

¿Qué nos pasa a los músicos en las iglesias? ¿Por qué mientras en el mundo hay una búsqueda de melodías profundas, armonías que eleven y cadencias que sacudan el corazón, en las iglesias muchas veces se cantan canciones musicalmente tan básicas?

La importancia de componer con excelencia

Sí, ya sé que lo principal es el corazón del adorador. Tres notas cantadas con devoción al Señor llegarán a Su altar, sin lugar a dudas. Dios busca adoradores que le adoren en Espíritu y en verdad (Jn 4:23). Pero también sé que muchas veces aceptamos una alabanza musicalmente mediocre bajo la excusa de que la iglesia “debe poder cantarla”, “que no todos cuentan con músicos profesionales en sus ministerios”, “que Dios mira el corazón”, “que no hay que jugar emocionalmente con la congregación usando la música”.

Deberíamos sentir la inmensa responsabilidad ante Dios de componer música accesible a Su iglesia pero también de calidad

Todas esas declaraciones son reales. Pero también es real que Dios ha puesto dones en Sus hijos y que, en muchos de nosotros, está la capacidad de componer con excelencia. Los compositores de música congregacional deberíamos sentir la inmensa responsabilidad ante Dios de componer música accesible a Su iglesia —que al fin y al cabo es el grupo de alabanza por excelencia— pero también de calidad, porque estamos adorando al Dios del universo, al Señor de Señores, al Rey Soberano (Col 3:17). 

Por supuesto, componer música para la iglesia no se trata de escribir música virtuosa o con niveles altos de complejidad, sino de escribir música sin perder el objetivo principal: estamos componiendo para adorar y dar gloria al Dios soberano. Esto demanda buscar la excelencia en lo posible. Es un privilegio y al mismo tiempo una gran responsabilidad.

El llamado del compositor para la iglesia

Si estamos en el ministerio de alabanza de la iglesia local, incursionar en la composición se trata de mucho más que escribir canciones. Al igual que el resto del ministerio, requiere prepararnos integralmente para la tarea: necesitamos conocer cada día mejor la Biblia (porque al final nuestra labor se trata de Dios), saber música, tener una actitud de servicio y, sobre todo, ser intencionales en el cuidado del corazón contra el orgullo.

Esto se trata de una vida centrada en Cristo, quien murió y resucitó por nosotros; una vida que procure la santidad día a día, que practique las disciplinas espirituales, que se prepare teológica y musicalmente con responsabilidad para, entonces, buscar en oración la canción que Dios mismo desea oír de sus hijos (de la misma manera que un pastor busca preparar en oración el sermón, el mensaje que Dios quiere dar a la congregación).

El llamado del compositor para la iglesia implica recordar que ella debe cantar y adorar a Dios con un corazón entregado

Debemos conocer a Dios, sus atributos, su carácter, su misericordia, amor, gracia y voluntad. No hay forma correcta de sentarnos a escribir un texto para una canción congregacional, sin un tiempo previo de estudio teológico. Luego, hay que trabajar las melodías y armonías en función de ese texto; la música sirve al texto y no al revés. Los arreglos musicales estructuran, colaboran, indican entradas, pero no son la plataforma de destreza para que un músico muestre su virtuosismo a la congregación. La gloria es para Dios. Debemos preparar nuestros corazones antes de comenzar la acción musical.

En todo esto, es importante tener cuidado con los giros musicales emocionales. Está comprobado (y utilizado masivamente) que hay giros armónicos, estructuras melódicas y formas musicales capaces de impactar nuestras emociones. Lo podemos observar en muchas canciones no cristianas que perduran en el tiempo porque cumplen estas condiciones. Necesitamos ser sabios al respecto.

Que el Señor nos guíe

En fin, el llamado del compositor para la iglesia implica recordar que ella debe cantar y adorar a Dios con un corazón entregado, un texto centrado en Cristo y un fin único de dar gloria a Él. Las letras, melodías, armonías, orquestaciones e instrumentaciones deben servir a tal fin. De lo contrario, la música serviría solo a emociones humanas y perdería su propósito real, único y eterno. “Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con su corazón al Señor” (Ef 5:19).

Componer una canción para la iglesia es mucho más que el contenido literario y musical. Se trata de ser un compositor conforme al corazón de Dios, como lo fue David. Esto nos moverá a buscar la excelencia para la gloria de Dios en respuesta a su evangelio. Así que debemos cambiar la perspectiva de que la iglesia no podrá cantar una alabanza más elaborada, porque también podemos aprovechar la oportunidad de enseñarles a hacerlo.

Oremos que el Señor nos guíe en su gracia, para ser músicos en continua preparación para servirle, a través de servir a su iglesia con el corazón correcto, el propósito claro y la responsabilidad suficiente. ¡A Dios le gusta la buena música! En especial cuando Su pueblo reunido la entona para Su gloria.

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