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Nota del editor: 

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Dinero. Sexo. Poder.

A primera vista, estas tres cosas suenan como algo prohibido o, por lo menos, algo peligroso; algo con lo que debemos tener mucho cuidado. Y, en parte, es así. Debemos tener cuidado con el dinero, el sexo, y el poder. Pero no por las razones que solemos pensar.

“El dinero, el sexo y el poder son, y siempre han sido, regalos de Dios—regalos buenos de Dios. Y si nos hunden, no es porque Dios nos haya dado regalos malos; es porque algo sucedió en nuestro interior y convertimos esos regalos de gracia en instrumentos de pecado, en altares e incienso en el templo del orgullo” (p. 12).

Como podemos ver, el problema no está en las cosas. El problema está en nosotros, en el pecado de nuestros corazones.

Si queremos glorificar a Dios, no lo haremos alejándonos del dinero, el sexo, o el poder. Si queremos glorificar a Dios, lo haremos a través de estas cosas: usándolas como Dios quiere que lo hagamos, con corazones que se deleitan en Él sobre todo.

“La manera en que piensas, sientes y actúas respecto al dinero, al sexo y al poder muestra el tesoro de tu corazón—si es Dios, o algo que Él creó” (p. 16).

¿Dónde está tu tesoro?

Podemos leer muchos libros sobre cómo administrar el dinero, procurar la pureza a cada momento, y buscar ejercer el liderazgo más sano que podamos. Con todo, nuestro problema principal no es de conducta; lo que necesita cambiar es nuestro corazón.

La Biblia nos enseña que cada ser humano está muerto en su pecado y sin ninguna esperanza de salvarse a sí mismo. Dios se nos revela, pero somos incapaces de verlo. Más bien, adoramos a las cosas creadas en lugar de al Creador (Romanos 1:18-23). No podemos ir a la luz porque somos amantes de la oscuridad.

Pero Cristo lo cambia todo.

“Debemos dejar a un lado la idea de que el pecado es principalmente lo que hacemos. No lo es: es principalmente lo que somos—hasta que seamos una nueva criatura en Cristo” (p. 23).

Ahora podemos ver que ni el dinero, ni el sexo, ni el poder, ni ninguna otra cosa creada podrá satisfacer nuestro corazón. Seguimos luchando con una naturaleza que es atraída por las cosas del mundo, pero ahora podemos vivir apartándonos de la idolatría y usando las cosas que Dios ha hecho conforme a su verdadero propósito: magnificar el nombre del Señor.

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