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¿Por qué me resulta tan difícil enfocarme? ¿Por qué me toma tanto tiempo aprender y memorizar los conceptos que estudio? ¿Por qué olvido la mayor parte de lo que leo? ¿Por qué estoy tan cansada y tengo mis pensamientos borrosos, incluso cuando dormí bien durante la noche? ¿Qué me pasa?

Mis compromisos teológicos me obligan a examinar mi corazón inmediatamente: busca el pecado, arrepiéntete del pecado, huye del pecado. ¿Soy el perezoso del que habla el libro de Proverbios? ¿Me estoy rebelando en contra de lo que he sido llamada a hacer? ¿Estoy amargada con mi trabajo?

Seguramente algunas veces soy alguna de esas cosas… quizá incluso la mayoría de las veces. Pero no siempre. ¿Qué es lo que siempre soy? Una criatura limitada.

Una ciencia de ciencias

La ciencia cognitiva en realidad no es una ciencia, sino un grupo de ciencias trabajando juntas. ¿La meta? Entender la mente humana; estudiar no solo lo que pensamos, sino cómo pensamos.

Como podrías imaginar (ya que eres un ser humano y posees una mente), entender el funcionamiento cognitivo —nuestro razonamiento, percepción, memoria, la manera en que nos comunicamos y todo lo que sucede dentro de nuestra mente, estemos conscientes de ello o no— no es una tarea sencilla. Diferentes disciplinas —desde la antropología hasta las ciencias informáticas, incluyendo la filosofía, la neurociencia, la psicología y lingüística— contribuyen estudiando desde neuronas individuales hasta datos conductuales.

La ciencia cognitiva tiene el objetivo de proveer una descripción de nuestros procesos mentales desde lo general a lo específico: qué es lo que logra un sistema cognitivo (como el sistema visual, que nos ayuda a reconocer y localizar objetos), cuál es el proceso a través del cual ese sistema cognitivo consigue su objetivo y cuáles son las estructuras cerebrales que permiten que el sistema logre dicha tarea.

No necesito ser fuerte. Necesito admitir que soy débil

La ciencia cognitiva es una empresa bastante reciente (se cristalizó en la década de los setenta) pero ya ha producido ideas en las que vale la pena reflexionar. Una de ellas es la dura realidad de los límites de nuestra mente.

¿Todo es posible?

Durante gran parte del siglo XX, el conductismo —la idea de que solo se debe estudiar la conducta observable y medible— fue la perspectiva dominante en el campo de la psicología. Los conductistas, quienes fueron capaces de enseñar trucos a las palomas y hacer que niños pequeños temieran a los conejos (usando recompensas de comida y acompañando la presentación del animal con un fuertísimo sonido), se animaron por sus descubrimientos acerca del aprendizaje asociativo. Estaban convencidos de que cualquiera podía ser transformado en cualquier cosa: 

Entrégame una docena de infantes saludables, bien desarrollados, y mi propio mundo en el que pueda criarlos, y garantizaré tomar cualquiera de ellos al azar y lo entrenaré para convertirse en cualquier clase de especialista que pudiera seleccionar: doctor, abogado, artista, jefe mercante y sí, incluso un mendigo y un ladrón, independientemente de sus talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y la raza de sus ancestros.1

Los conductistas desarrollaron una perspectiva muy optimista de las habilidades humanas. No existía límite para lo que la mente de una persona pudiera lograr. Su credo era que «todas las cosas son posibles para el que tiene el entrenamiento conductual correcto»… un credo que neciamente intento seguir todavía, a pesar de que la evidencia muestra que es engañoso.

Aunque el análisis conductual fue y sigue siendo valioso (¡nunca refuerces con recompensas los berrinches de tus hijos!), la ciencia cognitiva retó los sueños de la mente humana ilimitada con mucha fuerza. Los experimentos de George A. Miller mostraron que las personas solo podían manejar más o menos siete elementos de información al mismo tiempo. Los estudios de Donald Broadbent revelaron cómo debemos enfocarnos en un canal de información a la vez si vamos a encontrarle sentido a los estímulos que estos canales nos hacen llegar. Lento pero seguro, comenzó a acumularse la evidencia de que nuestras capacidades mentales, así como las físicas, son limitadas.

Tu mente es limitada

Siempre he tenido el delirio de que, si paso el tiempo suficiente entre libros y hago suficientes tarjetas de estudio, seré capaz de saberlo todo. Quizá no completamente todo, pero casi. 

Como cristiana, tomo el mandamiento de amar a Dios con toda mi mente muy seriamente, en respuesta al amor de Dios mostrado en la cruz. Esa es la razón por la que me siento decepcionada cuando los versículos que pasé horas memorizando hace quince años desaparecen de mi mente. Me reprocho a mí misma por no captar el nombre de la nueva mujer que se presentó en la iglesia mientras sonaba una canción de fondo muy pegadiza. Me avergüenza que me tome diez horas escribir un artículo en lugar de cinco.

La ciencia cognitiva nos invita a mantener los pies en la tierra, conscientes de nuestros límites naturales como seres humanos

Mi instinto para la santidad (¿o la autojusticia?) me obliga a señalarme a mí misma y a otros que puedan cometer estos mismos errores como pecadores perezosos y centrados en uno mismo. Pero la ciencia cognitiva me invita a detenerme y considerar: ¿No es esto simplemente parte de lo que significa ser un ser humano limitado?

Los recuerdos que no se repasan constantemente se pierden de la memoria a largo plazo. Esa es la razón por la que no puedo recordar los 176 versículos del Salmo 119. Si un canal auditivo está ocupado recibiendo una canción a todo volumen, no va a registrar un nombre. Esa es la razón por la que no sé el nombre de mi nueva conocida. Mi memoria de trabajo solo puede sostener una limitada cantidad de información al mismo tiempo, sin importar lo mucho que me esfuerce. Esa es la razón por la que repasar mis libros y crear algo nuevo me toma el tiempo que me toma.

No me gusta enfrentarme a la realidad de mi debilidad; admitir mis limitaciones cognitivas es humillante. Pero las palabras del apóstol Pablo me hacen recordar que, aunque no lo parece, esto glorifica a Dios: «[Él] me ha dicho: “Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí» (2 Co 12:9). No necesito ser fuerte. Necesito admitir que soy débil.

La ciencia cognitiva nos invita a mantener los pies en la tierra, conscientes de nuestros límites naturales como seres humanos. Curiosamente, también nos permite examinar nuestros corazones, los cuales —de acuerdo con la Biblia— no solo representan nuestros afectos posiblemente pecaminosos, sino también los pensamientos y procesos dentro de nuestras mentes.


John B. Watson, Behaviorism, 2nd ed. (London: Kegan Paul & Co., 1931), 82. Vía Barrett, Justin L.. Cognitive Science, Religion, and Theology (Templeton Science and Religion Series) p. 174.
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