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Fragmento adaptado de Mujer de la Palabra: Cómo estudiar la Biblia con mente y Corazón. Jen Wilkin. B&H Publishing Group.

¿Las recuerdas: esas medias para niñas pequeñas adornadas con cuatro filas de pliegues de encaje cosidas en la parte posterior? Me gustaban muchísimo. Cuando estaba en preescolar me ponía vestidos solo para poder usarlas. Cuando me quedaba sin vestidos que ponerme, sin darme por vencida, apretujaba esas medias bajo mis pantalones. ¿Abultado? Sí. ¿Incómoda? Absolutamente. ¿Bella? Sabes que sí.

Me gustaba todo de ellas, excepto una cosa: los encajes estaban en la parte de atrás donde la persona que las usaba no podía disfrutar viéndolos. Pero una simple solución se presentó por sí misma: comencé a usarlas al revés. Problema resuelto. Hasta que mi madre me descubrió y me dijo que usarlas al revés no era una opción. Estas medias fueron hechas para usarlas de cierta manera con un fin determinado y era necesario que les diera la vuelta o renunciara al privilegio de esas cuatro gloriosas filas de encaje.

Ojalá pudiera decirte que esta fue la única ocasión en mi vida donde hice algo al revés. No la fue. Mi pasión por enseñar a las mujeres la Biblia es en realidad el resultado de haber hecho otras cosas al revés. Quiero compartirte dos enfoques que tomé para equiparme con las Escrituras y que al inicio parecían correctos, pero estaban completamente al revés.

Cambio 1: Dejemos que la Biblia hable de Dios

La primera cosa que hacía al revés parece tan obvia que es vergonzosa admitirla: no entendía que la Biblia es un libro sobre Dios. La Biblia es un libro que revela con audacia y claridad quién es Dios en cada página. Quizás yo sí sabía que la Biblia era un libro sobre Dios pero no me daba cuenta de que no la estaba leyendo como tal. Aquí es donde hacía las cosas al revés. Abordaba mi estudio bíblico con las preguntas equivocadas. Leía la Biblia y preguntaba: “¿Quién soy yo?” y ”¿Qué debo hacer?”, y aunque la Biblia respondía estas preguntas en diferentes lugares, mis preguntas revelaban que tenía un sutil mal entendido en cuanto a la misma naturaleza de la Biblia: creía que era un libro sobre mí.

Con esta creencia yo no era muy diferente a Moisés parado frente a la zarza ardiente en el Monte Sinaí. Sin demora, dentro de su visión hubo una revelación del carácter de Dios: una zarza en llamas que le hablaba de manera audible y la cual milagrosamente no se consumía. Obligado por esta visión de Dios para ir a Faraón, y demandar la liberación de los cautivos, Moisés avergonzado, replicó: “¿Quién soy yo para ir a Faraón, y sacar a los hijos de Israel de Egipto?”, Éxodo 3:11.

Dios responde con paciencia haciendo de sí mismo el sujeto de la narrativa: “Ciertamente yo estaré contigo”, Éxodo 3:12.

En vez de sentirse tranquilo con esta respuesta, Moisés pregunta qué debe hacer: “Entonces Moisés dijo a Dios: “Si voy a los Israelitas, y les digo: ‘El Dios de sus padres me ha enviado a ustedes’, tal vez me digan: ‘¿Cuál es Su nombre?’. ¿Qué les responderé?”, Éxodo 3:13.

Dios entonces, en vez de indicarle a Moisés lo que debería hacer, le declara lo que Él ha hecho, está haciendo y hará: “Y dijo Dios a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY,” y añadió: “Así dirás a los Israelitas: ‘YO SOY me ha enviado a ustedes’. Dijo además Dios a Moisés: “Así dirás a los Israelitas: ‘El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es Mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de Mí de generación en generación”, Éxodo 3: 14-15.

Nosotras somos como Moisés. La Biblia es nuestra zarza ardiente, una declaración fiel de la presencia y santidad de Dios. Le pedimos que nos hable sobre nosotras mismas y todo el tiempo nos está hablando sobre “Yo Soy”.

La Biblia sí nos indica quiénes somos y qué debemos hacer, pero lo hace a través de los lentes de quién es Dios. El conocimiento de Dios y el conocimiento de uno mismo siempre van de la mano.

Cambio 2: Dejemos que la mente transforme el corazón

La segunda cosa que tenía al revés en mi enfoque a la Biblia era la creencia de que mi corazón debía dirigir mi estudio.

La Biblia nos manda a amar a Dios con todo nuestro corazón (Mar. 12:30). Cuando afirmamos que amamos a Dios con todo nuestro corazón, queremos decir que lo amamos por completo, con todas nuestras emociones y nuestra voluntad. Es interesante que el mismo versículo que nos manda a mar a Dios con todo nuestro corazón, además nos manda a amarlo con toda nuestra mente. Nuestras mentes son el asiento de nuestro intelecto. Conectar nuestro intelecto con nuestra fe no se da de manera natural para la mayoría de nosotras. Vivimos en una época donde la fe y la razón se describen como polos opuestos. Pero, el corazón no puede amar lo que la mente no conoce. Debemos conocer a Dios y amarlo con nuestras mentes. Nunca la expresión “conocerlo es amarlo” ha sido tan veraz.

Según crecemos en el conocimiento del carácter de Dios, mediante el estudio de su Palabra, no podremos hacer otra cosa que no sea amarlo exponencialmente más. Esto explica la razón por la cual Romanos 12:2 afirma que nosotras somos transformadas por la renovación de nuestras mentes.

Debemos amar a Dios con nuestras mentes y permitirle a nuestro intelecto que informe nuestras emociones y no al revés.

Dios antes que yo; primero la mente, luego el corazón

Vernos a nosotras mismas en la Biblia e involucrar nuestras emociones al amar a Dios son cosas hermosas. El estudio de la Biblia que equipa, no descuida el conocimiento de uno mismo, pero lo coloca en el lugar correcto: es instruido por el conocimiento de Dios. El estudio de la Biblia que equipa no aparta el corazón del estudio, sino que coloca al corazón en el lugar correcto: es instruido por la mente. Que nuestros corazones amen aquello que nuestra mente conoce.

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