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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro “Mujer de la Palabra“, Jen Wilkin. Editorial B&H.

Recientemente, después de saber que era una maestra de la Biblia, alguien me preguntó si yo era una persona que adoraba a Dios o una que adoraba la Biblia. La pregunta no me sorprendió. Cuando paso tanto tiempo pidiéndole a las personas que se interesen por conocer sus Biblias, alguien pudiera sentirse obligado a preguntar si acaso he perdido de vista el bosque por estar mirando los árboles. Mi respuesta fue simple: yo quiero ser conformada a la imagen de Dios. ¿Cómo puedo llegar a ser conformada a una imagen que nunca contemplo? No soy una persona que adora la  Biblia, pero no puedo adorar en verdad a Dios sin amar la vida profunda y reverentemente. De otra manera yo adoro a un dios desconocido.

Quien adora la Biblia ama un objeto. Quien adora a Dios ama a una persona. Podemos amar la Biblia con nuestras mentes pero no podemos amarla con nuestros corazones más de lo que amamos un carro o un capuchino. Un objeto no puede recibir amor o corresponderlo. Solo una persona puede hacer esto. Así que te ruego que aprendas a amar a Dios con tu mente mediante el fiel estudio de su Palabra, pero también te ruego que no amarres tus afectos a ninguna otra cosa que no sea la persona de Dios mismo.

Los cristianos seremos reconocidos por nuestro amor no por nuestro conocimiento.

En Juan 13 Jesús les expresa a sus discípulos que su influencia será reconocible. También les indica que el mundo los reconocerá por una clara razón: su amor los unos por los otros. En cuanto a ti, tu amor por otros es lo que desborda de tu amor por Dios. Tu amor por Dios se incrementará al conocerlo mejor. Pero nunca pierdas de vista que tu influencia se notará en la manera en la que usas tu corazón, no tu mente. Los cristianos seremos reconocidos por nuestro amor no por nuestro conocimiento.

Nosotras llegamos a ser lo que contemplamos

Nosotros como seres humanos somos imitadores Desde que somos bebés imitamos a los que están a nuestro alrededor. Efesios 5:1 nos indica que: “seamos imitadores de Dios como hijos amados”. Somos llamadas a imitar a Dios con un reconocimiento gozoso de que Él es un Dios amoroso y completamente digno de imitar.

Pero debes tener esto en cuenta: no lo imitaremos por accidente. No nos despertaremos dentro de 10 años y descubriremos que, de forma pasiva, hemos asumido el carácter de Dios.

Imitación activa

Tenemos que hacer un estudio sobre Él si queremos llegar a ser como Él, debemos buscar su rostro. Hay muchas buenas razones para invertir en conocer la Palabra de Dios, pero no hay una mejor que esta: nos ponemos de manera más directa en línea con lo radiante de su rostro. Lo vemos por quien Él es, lo cual es en sí mismo una recompensa, pero es una recompensa con el beneficio secundario de ser alteradas para siempre por esta visión. Llegamos a ser lo que contemplamos. ¿Crees eso? Llegamos a conformarnos al patrón al que le dedicamos mayor parte del tiempo a estudiarlo.

La buena noticia es que aquel a quien más necesitamos contemplar se ha hecho conocido. Él ha trazado con delicadeza las líneas y contornos de su rostro. Lo ha hecho en su Palabra. Debemos buscar ese rostro. “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”, 2 Corintios 3:18.

Hay solo dos posibilidades en esta vida: Conformarnos a la imagen de Dios o ser conformado a al patrón de este mundo. Así que lleva a cabo un estudio fiel de Aquel al que quieres imitar, como hija amada. Estudia todo aquello que hace a Dios magnífico,  e imita para el deleite de tu corazón. Responde como David lo hizo: “Cuando dijiste: “Busquen Mi rostro,” mi corazón Te respondió: “Tu rostro, Señor, buscaré”, Salmo 27:8.

A aquel que lo busca, el Señor se complace en levantar su rostro ahora y siempre. Estudia bien los contornos de su rostro. Contemplemos su hermosura al tocar nuestras mentes y corazones. Y seamos transformadas.

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