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«¡Perdón! ¿Puedes repetir lo último que dijiste?», admito en el mejor de los casos. ¡Pero cuántas veces pierdo el hilo de una conversación y solo finjo que presto atención mientras intento captar una frase que me oriente de nuevo en el argumento!

Con razón dice la Escritura que seamos prontos para oír y tardos para hablar (Stg 1:19). Sin embargo, muchas veces pasamos por alto que esta hermosa instrucción no se dio como un consejo para mejorar nuestras relaciones humanas, sino en el contexto de escuchar la Palabra.

Escuchando con atención

Por experiencia personal puedo decir que a los seres humanos nos cuesta escuchar. A veces nuestras imaginaciones nos parecen superiores, amamos estar allí. Otras veces tenemos mil quehaceres y no logramos dejar de intentar organizarnos. En otras ocasiones solo estamos cansados y no queremos esforzarnos en intentar salir de nosotros.

Si no leemos la Palabra con atención, nos estamos perdiendo de las riquezas y bienaventuranzas que la Palabra viva logra en los creyentes

Y es que sí, escuchar implica salir de nosotros para entregarnos a alguien más. Si tenemos en cuenta que los primeros cristianos solían escuchar la Palabra en lugar de leerla (no solo por analfabetismo, sino también por lo costoso que podía resultar tener una copia de un libro), no nos sorprende encontrarnos con el siguiente llamado:

Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Porque si alguien es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, este será bienaventurado en lo que hace (Stg 1:22-25).

En mi entendimiento, cuando Santiago habla aquí de la Palabra hace alusión al evangelio que las iglesias escuchaban expositivamente: cuando les leían las Escrituras (solo el Antiguo Testamento por varias décadas), les aplicaban el evangelio. Notemos que se le llama no solo Palabra (vv. 22-23), sino Palabra «implantada», «poderosa para salvar sus almas», «la ley perfecta», «la ley de la libertad» (vv 21, 25). Por lo que creo que es importante resaltar que no es la mera lectura bíblica la que contiene bienaventuranza, sino la lectura bíblica como testimonio del precioso evangelio de Cristo.

Para leer las Escrituras hoy y encontrar en cada parte a Jesucristo y Su obra, necesitamos hacerlo con atención.

¿Lectores atentos?

Podríamos asumir que ahora que no solo escuchamos, sino que también leemos la Palabra, parte del problema se ha resuelto. ¿O no?

¿Cuántas veces te ha tocado, como a mí, volver a leer el párrafo de un libro porque no le pusiste atención? En algún momento de mi juventud descubrí para mi pesar que era una mala lectora: leía sin prestar atención. Por algo se acusa a tantas personas de no tener comprensión lectora. Aunque nos cueste admitirlo, hacemos lo mismo con las Santas Escrituras.

No importa que marquemos cada día la casilla de lectura de pasajes asignados, podemos solo estar fingiendo escuchar al Soberano

Uno de mis profesores de exégesis en el seminario decía que la mayor parte de los problemas de interpretación se resolvían si leíamos bien. Se ha vuelto asombroso para mí, a través de los años, ver cómo tenía razón. ¿Crees que un pasaje es complicado? ¿Alguien te pregunta: «¿Por qué la Biblia enseña tal cosa?»? En lugar de intentar responder, te invito a leer una vez más el texto. Te puede sorprender cuántas veces asumimos que la Biblia enseña algo que no enseña.

No importa que marquemos cada día la casilla de lectura de pasajes asignados, podemos solo estar fingiendo escuchar al Soberano, mientras seguimos con nuestras imaginaciones, preocupaciones y cansancio. ¿Cómo salimos de nosotros para entregarnos realmente a una lectura atenta de la Palabra que vivifica? A mí me han ayudado estos consejos simples:

  • Lee varias veces el pasaje. He encontrado muchas veces más provechoso usar el tiempo que tengo para leer pasajes más cortos (que los que podría leer si solo me dedicara a leer) y leerlos varias veces. Es más fácil prestar atención así.
  • Lee en varias versiones. Es natural asumir que entendemos qué dice la Biblia, pero la realidad es que muchas veces entendemos mal. Una forma de revisar que estamos leyendo bien (al menos en su sentido más llano) es usando varias versiones.
  • Haz preguntas importantes. ¿Qué dice este pasaje sobre Dios (Padre, Hijo y Espíritu)? ¿Cómo expone, alumbra, implica o anuncia el evangelio? Notarás que, en la medida en que te enfoques en las personas de Dios y Sus obras, será más fácil olvidarte de ti y prestar atención al Dios que se ha revelado.
  • ¿Puedes resumir lo que dice? No «con lo que me quedo» o lo que «debo aplicar», sino de qué realmente está hablando el pasaje. ¿Qué ha revelado Dios?
  • Ora por transformación. Leer con atención, según Santiago 1:25, implica vivir a la luz del evangelio con el que nos encontramos en las Escrituras. Necesitamos pedir la ayuda del Espíritu para vivir de acuerdo con las virtudes de quien nos llamó a Su glorioso reino.

Bienaventurados en lo que hacemos

Si no leemos la Palabra con atención no solo nos engañamos a nosotros mismos (v. 22) y corremos el riesgo de olvidar la perversidad de la que fuimos librados en Cristo (v. 24), sino que, además, nos estamos perdiendo de las riquezas y bienaventuranzas que la Palabra viva logra en los creyentes (vv. 21 y 25).

Seamos lectores atentos. Permanezcamos en lo que leemos. Verás cómo Dios hace florecer en tu vida cada vez más victorias sobre el pecado, gozo en la tribulación y dulce comunión con el trino Dios. Detente a leer hoy.

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