Ah, el domingo. Esa majestuosa mañana en la que mis hijos despiertan con el aroma de un delicioso desayuno y jugo de naranja recién exprimido. Cuando bajan las escaleras con sus biblias en mano y un cántico en sus corazones. Cuando los guío en el culto familiar durante el desayuno, mientras mi esposa toca el piano y juntos preparamos nuestros corazones para reunirnos con el pueblo de Dios.
El único inconveniente al terminar es que todavía nos queda tiempo de sobra. Bueno, al menos llegaremos muy temprano a la iglesia… ¡Otra vez!
Un vistazo a la realidad
Si sonríes con ironía, es porque sabes que esto no es la realidad. Muchos de nosotros apenas logramos llegar a la iglesia sin contratiempos, y eso sin contar con un padre anciano o un grupo de pequeños. Con frecuencia, comemos rápidamente algo de desayuno, decidimos qué ponernos, buscamos las llaves, subimos al auto y perdemos la paciencia en el camino, hasta que llegamos distraídos y desaliñados… otra vez. Aunque atravesamos la puerta con una sonrisa, nuestras mentes y corazones siguen estando a kilómetros de distancia.
Este escenario puede parecer un poco extremo, pero es menos hipotético de lo que muchos de nosotros —incluso algunos de los creyentes más ejemplares— quisiéramos admitir. Una cosa es simplemente estar presente en la iglesia y otra muy distinta es llegar preparado para ella.
Antes de considerar soluciones prácticas para este problema, es necesario hacer una advertencia importante.
Si luchas con la depresión, las dudas te abruman, has recibido maltrato por líderes de la iglesia o estás criando hijos sin apoyo, es comprensible que asistir a la iglesia se sienta como un esfuerzo monumental. Para algunos creyentes, simplemente levantarse de la cama ya requiere valentía y fe, mucho más llegar hasta la iglesia. Como dijo Rosaria Butterfield: «Tal vez nunca sepamos el difícil camino que alguien ha recorrido para llegar al asiento junto a nosotros». Si congregarte en una iglesia saludable es un desafío y aún así perseveras, que Dios te bendiga.
Dicho esto, no me dirijo principalmente a quienes encuentran doloroso asistir a la iglesia, sino a aquellos para quienes la iglesia se ha vuelto rutinaria: creyentes que, al llegar el domingo, tienen más probabilidades de bostezar que de sentirse incómodos. Por fortuna, hay muchos cambios sencillos que podemos implementar para aprovechar al máximo nuestros domingos. Consideremos dos de ellos.
1. Llega con hambre y sal lleno
Si tu vehículo ha estado bajo lluvia helada durante días, puede tomar un tiempo para que el motor se caliente y funcione correctamente. Durante muchos años de mi vida cristiana, solía llegar al sermón «en frío». Quizás conocía el pasaje que se iba a predicar, pero no lo había leído de antemano.
¿Por qué no convertir en hábito leer el pasaje del sermón antes de ir a la iglesia? Es algo sencillo y tienes toda la semana para hacerlo. Esta práctica enriquecerá tu experiencia al escuchar el sermón, ya que estarás más familiarizado con el pasaje. Podrás prestar atención con mayor interés, con curiosidad por ver cómo el pastor aborda esa doctrina o explica ese versículo. Además, es un hábito que puedes compartir fácilmente con otros: tu familia, un compañero de cuarto o un amigo. Esto preparará tu mente (y esperamos que también tu corazón) para que estés enfocado cuando comience el mensaje, deseoso de aprender y crecer.
Si eres cristiano, no hay día más importante en tu semana que el domingo. Es el día en que el Rey Jesús resucitó y el día en que Su pueblo redimido se reúne para celebrarlo
¿Con qué frecuencia oras por tu pastor mientras prepara los sermones para ti? Es bueno que lo mantengas en un alto estándar (1 Ti 3:1–7; Tit 1:5–9), pero ¿te exiges a ti mismo un alto estándar de orar por él? Preparar un sermón es una tarea difícil y solitaria. Es una batalla. Pero puedes unirte a esa lucha pidiendo a Dios que le dé sabiduría, lo guarde de distracciones y lo guíe para que proclame y aplique fielmente Su verdad.
Pero no te detengas ahí. Llega con hambre, sí, pero también proponte salir lleno.
A menudo les digo a los miembros de mi congregación que lo que obtienen de mis sermones no depende solo de mí, sino también de ellos. ¿Cuál es tu actitud cuando comienza el mensaje? ¿Estás simplemente relajado y esperando a ser entretenido, o estás enfocado intensamente, con la Biblia abierta, listo para escuchar al Dios vivo? Es cierto que esta expectativa resulta más fácil con ciertos pasajes. Prediqué recientemente sobre un asesino israelita que apuñala a un rey moabita, cuya gordura se traga la espada mientras se vacían sus intestinos (Jue 3:12–30). La historia es, digamos, cautivadora. Pero ¿qué pasa con los pasajes que son profundamente familiares o casi elementales en su simplicidad? Si el orgullo dice: Esto ya lo he escuchado, la humildad responde: ¿Quién aquí no? Y si el orgullo piensa: Esto ya lo sé, la humildad afirma: Necesito escucharlo de nuevo.
Tener la resolución de «salir lleno» presupone, por supuesto, que estás escuchando la proclamación fiel de la Biblia en tu iglesia. (Si no es así, considera buscar otra). Ahora bien, es posible que no estés bajo la mejor predicación del mundo, y eso está bien, porque, como dijo Harold Best en una ocasión: «Un cristiano maduro es edificado fácilmente». Esa cita me desafía profundamente. Supongamos que la calidad de la música o la habilidad del predicador no sea la ideal. ¿Son ciertas las palabras pronunciadas? Si lo son, deberíamos ser edificados con facilidad. Deberíamos poder salir llenos.
2. Llega temprano y quédate tarde
La práctica de llegar temprano y quedarte tarde no siempre es fácil de llevar a cabo, pero puede marcar una gran diferencia. No puedes decidirlo el domingo por la mañana; para entonces ya es demasiado tarde. Como le gusta decir a mi amigo Dean Inserra: «Ir a la iglesia el domingo por la mañana es una decisión del sábado por la noche». La única manera de llegar temprano es forzándote a hacerlo desde antes.
Llegar temprano —lo que, por supuesto, implica levantarte más temprano y ajustar tu rutina matutina— ofrece una variedad de beneficios. Para empezar, ayuda a evitar distracciones. No llegarás apresurado al estacionamiento un minuto antes de que comience el servicio. Tampoco entrarás corriendo por las puertas, sin oportunidad de interactuar con alguien porque, bueno, necesitas entrar y encontrar un asiento (quizás después de dejar a uno o tres niños). Cuando finalmente te sientas —o no, porque todos ya están cantando—, tu mente sigue acelerada. Los anuncios pasan desapercibidos, apenas asimilas las oraciones. En resumen: estás participando desde un déficit, intentando ponerte al día, concentrarte y adorar. Pero, como no llegaste antes, no comienzas a adorar hasta la mitad del servicio.
Llegar temprano es solo la mitad de la batalla. También es valioso quedarse un rato después del servicio.
Un cristiano maduro llega en domingo a la iglesia con la mirada puesta en los demás, dispuesto a animar y servir
Si eres cristiano, no hay día más importante en tu semana que el domingo. Es el día en que el Rey Jesús resucitó y el día en que Su pueblo redimido se reúne para celebrarlo. La adoración dominical es el punto de partida de tu semana: una oportunidad diseñada por Dios para renovarte, recibir instrucción y ánimo, y tomar un respiro antes de regresar a las responsabilidades y distracciones de un mundo caótico. Entonces, ¿por qué irte apresuradamente?
Cuando te quedas un poco más, abres la puerta para conectar con otros sin prisas, un gesto que, en estos tiempos, es un regalo contracultural. Puedes hacer preguntas intencionales y escuchar con atención. Como alguien dijo una vez: «Ser escuchado se parece tanto a ser amado que la mayoría de las personas no nota la diferencia». Si alguien está de visita, puedes saludarlo con calidez, responder sus preguntas y mostrar un interés genuino en la conversación. Si es un hermano en la fe, puedes animarlo a compartir qué hay en él (Pr 20:5) y ofrecerle una palabra de ánimo o incluso un desafío amable. Y lo mejor de todo, puedes orar con él en ese momento, presentando sus cargas al Dios que siempre escucha.
Quedarte un poco más después del culto también te da la oportunidad de preguntar a otro hermano cómo el Señor le habló durante el servicio. Hacer este tipo de pregunta no debería verse como algo «superespiritual»; debería ser algo común. Es lamentable que nos sintamos cómodos hablando en los pasillos sobre fútbol o la serie más reciente (lo cual está bien), pero nos resulte incómodo hablar de aquello por lo que nos hemos reunido. La iglesia no es solo un evento al que asistimos; es una familia a la que pertenecemos. Y ya que la familia se reúne para ser transformada, no simplemente entretenida, ¿por qué no aprovechar la oportunidad para reflexionar mientras las canciones y el sermón aún están frescos, resonando en nuestros corazones y clamando por ser aplicados a nuestras vidas?
Un cristiano maduro llega con la mirada puesta en los demás, dispuesto a animar y servir. Los domingos nos encontramos con Jesucristo y con las personas compradas por Su sangre, que Él ha colocado en nuestras vidas. Por eso, llegar temprano y quedarse hasta tarde es un privilegio.
Posicionados para el éxito
En una era de espiritualidad personalizada y autodidacta, que valora la comodidad y la conveniencia más que nunca en la historia, comprometerse con una iglesia local es un acto revolucionario —y profundamente hermoso.
Al decidir llegar con hambre espiritual y salir llenos, nos posicionamos para crecer. Y al comprometernos con llegar temprano y quedarnos hasta tarde, nos posicionamos para servir.
El cristianismo no es un deporte para espectadores. Entremos al juego —y permanezcamos en él, codo a codo, domingo tras domingo— hasta que Jesús, nuestro Rey, nos lleve seguros a casa.