Si tuvieras que elegir cinco adjetivos para describir a Dios, ¿aparecería santo en la lista? Confío en que sí. Probablemente también lo estaría justo. Sin duda, misericordioso o amoroso no faltarían. Pero ¿qué te parece este calificativo divino: feliz? ¿Estaría en tu lista?
Puede sonar un tanto extraño, pero Dios es feliz. Más feliz que la persona más feliz que hayas conocido. Incluso antes de que existiera el tiempo, era feliz, infinitamente feliz dentro de un triángulo de amor. Desde toda la eternidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (un solo Dios en tres personas) se deleitaron compartiendo entre sí el gozo de la divinidad.
Entonces, ¿por qué el Dios trino creó el universo? ¿Necesitaba algo que lo completara? No. La creación fue un desbordamiento de gozo; no un llenarse, sino un derramarse. En una generosidad extravagante, las personas de la Trinidad decidieron compartir Su gozo ilimitado con la obra de Sus manos. Tú fuiste creado para ser feliz en un Dios feliz.
Todo esto tiene que ver con tu vida de oración.
Cuando Keller descubrió la oración
Pocas personas me han enseñado más sobre la oración que Tim Keller. Él mismo enseñó elocuentemente sobre el tema durante décadas antes (al menos en su opinión) de aprender realmente a orar. En una amplia entrevista no mucho antes de su muerte, le preguntaron a Keller: «Mirando hacia atrás, ¿hay algo que desearías haber hecho de manera diferente en el ministerio?».
Las personas de la Trinidad decidieron compartir Su gozo ilimitado con la obra de Sus manos. Tú fuiste creado para ser feliz en un Dios feliz
«Por supuesto», respondió Keller. «Debería haber orado más».
En muchos sentidos, el libro La oración: Experimentando asombro e intimidad con Dios de Keller registra experimentalmente lo que él había afirmado teológicamente durante mucho tiempo. Vale la pena citar en detalle lo que sucedió:
Durante la segunda mitad de mi vida adulta, descubrí la oración. Tuve que hacerlo.
En el otoño de 1999, dictaba un curso sobre el libro de Salmos. Se hizo evidente para mí que no estaba llegando al fondo de lo que la Biblia manda y promete en relación con la oración. Luego vinieron semanas sombrías en Nueva York después del 11 de septiembre, cuando toda nuestra ciudad se hundió en una especie de depresión clínica colectiva, aun cuando se recobró de tal impacto. Para mi familia la oscuridad se intensificó porque mi esposa, Kathy, luchaba con los efectos de la enfermedad de Crohn. Y para acabar, se me diagnosticó cáncer en la tiroides.
En cierto momento, en medio de todo esto, mi esposa me pidió que hiciéramos algo que nunca habíamos logrado hacer porque no habíamos tenido la disciplina para hacerlo de manera regular. Me pidió que orara con ella cada noche. Cada noche. Usó una ilustración que cristalizaba perfectamente sus sentimientos. Según recordamos, expresó algo como esto:
Imagínate que te diagnostican con una enfermedad letal, que el doctor te ha dicho que morirás dentro de unas horas a menos que tomes una medicina determinada, una píldora cada noche antes de irte a dormir. Imagínate que se te informó que nunca podrías dejar de tomarla o morirías. ¿Olvidarías tomarla? ¿Dejarías de tomarla por algunas noches? No. Sería tan importante que no lo olvidarías. Bien, si nosotros no oramos juntos a Dios, no vamos a superar esto debido a todo lo que tenemos que enfrentar. Te aseguro que yo no podré lograrlo. Tenemos que orar; simplemente no podemos descuidarnos en esto.
Ambos nos dimos cuenta de la gravedad del asunto y admitimos que cualquier cosa que fuera de verdad una necesidad no negociable era algo que podríamos hacer (pp.17-18).
Tim y Kathy mantuvieron esta racha ininterrumpida noche tras noche durante más de veinte años, hasta el final de la vida de él. Pero no fue solo una disciplina nocturna lo que le cambió. También empezó a leer y estudiar, en busca de ayuda:
El estremecedor desafío, junto con mi creciente convicción de que no entendía la oración, me llevó a una búsqueda. Yo quería una mejor vida personal de oración. Entonces comencé a leer mucho sobre la oración y a experimentar en ella. Cuando miré alrededor, me di cuenta de que no estaba solo (p.18).
Alerta de spoiler: en última instancia, su búsqueda le condujo a un compromiso más profundo con su propia herencia teológica y a una nueva apreciación de la misma. Desde Agustín en el siglo V hasta Martyn Lloyd-Jones en el XX, Keller se dio cuenta de que no tenía que elegir entre una teología sólida y una experiencia vibrante. Su propia tradición incluía ambas cosas:
No fui llamado a abandonar mi teología y a lanzarme en la búsqueda de «algo más», de la experiencia. Más bien, tenía que pedirle al Espíritu Santo que me ayudara a vivir mi teología (p. 24)
Keller ha enriquecido mi propia experiencia de Dios ayudándome a meditar en Su Palabra, a maravillarme de mi adopción, a adorarle por Su carácter y a adentrarme en el gozo divino.
1. Medita para alcanzar el deleite
¿Te sientes identificado con la desconexión entre teología y experiencia? Yo sí. Dios es la persona más gloriosa y satisfactoria del universo; lo sé, lo predico, escribo artículos sobre ello, sin embargo, ante el esplendor de Su majestad, mi corazón puede sentirse como un bloque de hielo. La razón suele ser muy sencilla: No he bajado el ritmo lo suficiente como para calentar de verdad mi corazón —para descongelarlo— ante el fuego de la Palabra de Dios. Me limito a ojear un pasaje y sigo con mi jornada.
Eso no funciona. Debemos ir más despacio y detenernos en las palabras de la vida. La meditación bíblica es la música de la oración e implica una especie de danza de dos pasos: primero, dice Keller, se trata de procesar una verdad y luego aplicar esa verdad hasta que sus ideas lleguen a ser «grandes» y «dulces», conmovedoras, y hasta que la realidad de Dios se sienta en el corazón (p. 171).
La oración es nuestra forma de entrar en la felicidad de Dios mismo
Esto no significa que buscamos una experiencia, sino que buscamos a un Dios vivo. Por encima de todo, la oración no es simplemente «una forma de obtener cosas de Dios, sino una forma de obtener más de Dios mismo» (p. 29). Esto es asombroso. A pesar de nuestra actitud desafiante, distraída, inquieta y errante, nos llama y —maravilla de las maravillas— se ofrece a Sí mismo. Esto es precisamente lo que necesitamos, ya que los corazones predispuestos a la intimidad están hechos para dejarse arrastrar por la vida de la Trinidad (p. ej., Jn 17:21; 2 P 1:4; 1 Jn 1:3). Como explica Keller: «podemos ver por qué un Dios trino nos llama para que conversemos con Él, para conocerlo y relacionarnos con Él. Es porque quiere compartir el gozo que Él tiene. La oración es nuestra forma de entrar en la felicidad de Dios mismo» (p. 77).
2. Recuerda por qué Él escucha
Otra clave para desbloquear el gozo en la oración es maravillarse ante la doctrina de la adopción: la gloriosa verdad de que Dios no solo absuelve a los creyentes en el tribunal del cielo, sino que también nos recibe, por así decirlo, en la sala de estar.
Meditar sobre este vínculo familiar, y la intimidad que asegura, tiene un poder inigualable para alimentar el gozo en los corazones adormecidos. Thomas Goodwin, ministro del siglo XVII, contó una vez que vio a un hombre y a su hijo caminando. De repente, el padre se detuvo, levantó a su hijo y le dijo: «Te amo». El niño abrazó a su padre y le dijo: «Yo también te amo». Entonces el padre lo bajó y siguieron caminando. Ahora, he aquí la pregunta: ¿era el niño más legalmente hijo en brazos de su padre que cuando estaba en la calle? Por supuesto que no. Pero a través del abrazo, experimentó de manera vibrante su calidad de hijo.
Esto es lo que nos ofrece la oración. El creyente más común del mundo tiene acceso a «la relación más íntima e inquebrantable» con el Señor del mundo. Imagínense, dice Keller, piensa sobre lo que cuesta llegar a ver al presidente de cualquier nación. Solo a las personas que son dignas de su tiempo y atención se les permitiría visitarlo. Ellas deben tener credenciales, logros y quizás una base de poder propio. Ahora bien, si tú eres uno de sus hijos es diferente (pp. 78-79), de la misma manera en la oración, nos inclinamos experiencialmente, no solo teológicamente, al abrazo amoroso del Padre.
El creyente más común del mundo tiene acceso a «la relación más íntima e inquebrantable» con el Señor del mundo
O, como dijo Keller en un sermón, en uno de los cuadros más hermosos que he contemplado nunca: La única persona que se atreve a despertar a un rey a las tres de la mañana por un vaso de agua es un hijo. Tenemos ese tipo de acceso.
3. Comienza tus oraciones con adoración
Las páginas de las Escrituras rebosan de invitaciones a acercarnos con valentía a nuestro Padre y poner nuestras peticiones a Sus pies (p. ej., Mt 7:7-8; Fil 4:6; He 4:16; Stg 4:2). Pero el peligro surge cuando la adoración se convierte en una simple consideración de última hora, lo que revela más de lo que quisiéramos reconocer acerca de nuestros corazones ensimismados. Reflexionando sobre la parábola de los hijos pródigos (Lc 15:11-32), Keller advierte contra un «espíritu de hermano mayor» que nos roba la capacidad de disfrutar de la seguridad del amor del Padre. ¿Cómo podemos detectar si estamos cediendo a este peligro?
Quizá el síntoma más claro de esta falta de seguridad sea una vida de oración seca. Aunque los hermanos mayores sean diligentes en la oración, no hay asombro, admiración, intimidad o deleite en sus conversaciones con Dios… Los hermanos mayores pueden ser disciplinados en observar tiempos regulares de oración, pero sus oraciones son casi totalmente una recitación de necesidades y peticiones, no una alabanza espontánea y gozosa (El Dios pródigo, pp. 72-73).
Aunque nos inquiete admitirlo, las cosas difíciles de la vida nos mueven a la súplica mucho más fácilmente que las cosas felices nos mueven a la alabanza. Así pues, uno de los «próximos pasos» más prácticos para tu vida de oración es sencillamente este: dedica un tiempo sin prisas a deleitarte en quién es Dios. Si empiezas por ahí —contemplando Su carácter, contemplando Su gloria, alabándole por Sus promesas—, entonces tu corazón estará preparado para llevar peticiones a Su trono.
4. Ora para obtener a Dios mismo
Dios nunca promete dar a los creyentes todas las cosas buenas según nuestros términos. Lo que promete, más bien, es obrar todas las cosas —incluso las malas— para nuestro bien supremo (Ro 8:28). Cuando no recibimos algo bueno que deseamos, podemos descansar sabiendo que tenemos ya lo mejor. Lo tenemos a Él. Como dice Keller, en Dios tenemos la fuente de todo lo que realmente deseamos, aunque se seque parte de nuestro gozo.
Dios quiere que le pidamos cosas. Para protegernos del orgullo y la autosuficiencia, rara vez nos da lo que queremos sin oración
Sin embargo, Dios quiere que le pidamos cosas. Para protegernos del orgullo y la autosuficiencia, rara vez nos da lo que queremos sin oración. Pero a través de la oración, nuestro Padre no niega nada bueno a Sus hijos (Mt 7:11). Dios se complace en darse a Sí mismo en Sus dones. Keller concluye:
La oración es como Dios nos da muchas de las cosas inimaginables que Él tiene para nosotros. Ciertamente, la oración hace que sea seguro para Dios darnos muchas de las cosas que más deseamos. Es la manera en que conocemos a Dios, y el modo en que, a fin de cuentas, tratamos a Dios como Dios. La oración es simplemente la clave para todo lo que necesitamos hacer y ser en la vida (p. 26).
La capacidad de conversar con el Rey del universo no es solo un honor; es la gloriosa unión de dos verdades dispares: el asombro ante un Ser infinito y la intimidad con un Amigo personal. Debido a que estamos hechos para conocer a un Dios trino —una comunidad alegre, generosa y hospitalaria de personas—, la oración es lo más alejado de un concepto estéril o de un deber aburrido. Es una invitación a un gozo inimaginable.