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Este era el cuadro: mi familia llegando a otro país, maleta en mano y con el reto de estudiar teología en otro idioma. Nuestros corazones, aunque llenos de incertidumbre, estaban confiados en que Dios nos llevaba al seminario en Carolina del Norte. Tres años más tarde, me encontraba caminando hacia la plataforma a recibir mi diploma de graduación, luego de haber culminado la Maestría en Divinidad. Tenía sentimientos encontrados y rebosaba de gratitud ante la fidelidad de Dios y las muchas lecciones que perdurarán por siempre.

Quiero compartirte seis lecciones que aprendí en mi paso por el seminario. Estas enseñanzas transformaron mi vida como cristiano y trascendieron las aulas de clases, las discusiones teológicas, las investigaciones, y los ensayos que escribí. Así que, si estás considerando el seminario, si estás tomando clases, si ya pasaste por ahí, o aun si no tienes ningún interés por la formación teológica formal, aquí te comparto las principales lecciones que se quedaron conmigo.

1. Mi relación con Dios es más importante que mi relación con los libros

Mis maestros me reiteraron una y otra vez que mi relación con el Señor era lo más importante en mi vida. ¡Claro! En teoría, eso ya lo sabía, pero reconozco que en ocasiones me sentí tentado a deslumbrarme más con los temas de teología que por el Dios al cual estos apuntan. Podemos llegar a pensar que la disciplina de exponernos a material bíblico garantiza que nos relacionaremos con Dios. De hecho, fácilmente podemos llegar al punto de amar más a los libros que a la Palabra de Dios.

Estar a solas con el Señor me daba fuerzas para seguir adelante y a recordar la razón y el propósito de mis estudios.

Por lo tanto, aprendí que mi comunión con Dios era más importante que mi relación con los libros que me enseñaban de Él. Aprendí que estar a solas con el Señor me daba fuerzas para seguir adelante y a recordar la razón y el propósito de mis estudios. Depender de Dios me llevó a descansar en Él, a creer, confiar, y esperar en su ayuda. Aunque parezca muy básico, nos olvidamos de esta verdad más fácil de lo que nos imaginamos.

2. El éxito en mi hogar es más importante que el éxito en un programa educativo

La tendencia natural de un seminarista abrumado por la carga de los estudios es aislarse. Fácilmente podemos encontrar razones para crear una burbuja y aislarnos de la familia. En mis primeros meses en el seminario vi matrimonios seriamente afectados por el descuido de la familia, y eso me sirvió como una luz de precaución en la jornada en la que me encontraba. Recuerdo una ocasión en la que el Dr. Daniel Akin (presidente actual del SEBTS) me dijo: “Prefiero que obtengas un 70 en tus clases y un 100 en tu familia, que un 100 en tus clases y repruebes en tu hogar”. Llevar esto a la practica no fue fácil porque requirió disciplina, sacrificio, e intencionalidad. Pero por la gracia de Dios Él me permitió ver la importancia de mi rol en el hogar y la importancia de atesorarlo.

3. Mi relación con la iglesia local es más importante que mi relación con la academia

El seminario no es un sustituto de la iglesia. El plan de Dios para los creyentes es que crezcan en el contexto de la comunidad en la iglesia local. Ser negligentes en priorizar la vida de iglesia durante tus años de estudios teológicos es un peligro inminente en tu vida espiritual. Es fácil perderse entre libros, asignaciones, y lecturas… y descuidar el llamado a congregarnos. La iglesia local nos provee medios de gracia que no se encuentran en las bibliotecas, como la bendición de someternos al liderazgo pastoral, la rendición de cuentas a hermanos que miran de cerca nuestro andar, el constante recordatorio de la verdad a través de la predicación, y las oportunidades de servir al cuerpo de Cristo.

Confieso que durante las temporadas de exámenes y tiempos de estrés me sentía tentado a poner a un lado mi compromiso con la iglesia local, pero recordaba que no se trataba de lo que yo sentía en momentos de presión, más bien de obedecer y darle prioridad a lo que Dios prioriza (Heb. 10:25-27).

4. Vivir la teología es más importante que solo estudiarla

Aprendí que es imposible que el estudio de Dios dé fruto separado de la dependencia del Espíritu Santo y mi constante permanencia en Cristo.

Un peligro al que me enfrenté en mis años en la academia fue el síndrome de la hidrocefalia teológica. Una condición que hace que tu cabeza se agrande por acumular información que no baja al corazón. Y es que, sinceramente, es más fácil teorizar acerca de asuntos que primero tienen que vivirse. Por ejemplo, me apasionaba la clase de la doctrina de Cristo, la tensión que existió sobre su persona, divinidad, y obra. Sin embargo, permitir que ese conocimiento moldeara mi identidad como creyente requería de oración, reflexión, meditación, y obediencia.

Aprendí que es imposible que el estudio de Dios dé fruto separado de la dependencia del Espíritu Santo y mi constante permanencia en Cristo. Aprendí la importancia de verme en el espejo de lo que estudiaba y a detenerme a menudo a orar por la ayuda de Dios cuando mi vida no reflejaba la verdad que tenía frente a mis ojos.

5. El seminario es importante, más no indispensable

Existen dos extremos de los cuales debemos cuidarnos. Primero, pensar que el seminario es indispensable y es lo que nos califica para el ministerio, y que sin un diploma no estaremos capacitados para servir. Por otro lado, en el otro extremo, pensar que no es necesario estudiar porque nos hace más dependientes de nosotros y menos del Espíritu Santo.

Ninguno de los dos extremos es correcto. Me di cuenta que el llamado al ministerio lo hace Dios, y que es nuestra responsabilidad equiparnos fielmente, así sea en la iglesia local o en una institución (2 Ti. 2:15). La academia no valida tu llamado, pero si eres llamado al ministerio, tu responsabilidad es equiparte. Aprendí que el problema no está en estudiar en el seminario, sino en la motivación de nuestro corazón. Hoy puedo decirte que exponerte a un estudio formal, bajo el liderazgo de maestros piadosos, conectado a una iglesia local, y bajo la guía de pastores, siempre será de ayuda para ti y para la comunidad a la que vas a servir.

6. El fin de mis estudios es la gloria de Dios, no la mía

“¿Cuál es el fin principal del hombre? El fin principal del hombre es glorificar a Dios, y gozar de Él por siempre”.1 Elemental, ¿verdad? Sin embargo, todo el que ha estudiado teología sabe lo fácil que es caer en el error de engordar la mente y el orgullo. Un orgullo que te hace sentir superior, que te hace hipercrítico y te convierte en un fariseo moderno. Sin embargo, aprendí que el estudio de la teología no es el problema; es el corazón con el que te acercas a ella.

Aprendí que, al hacer las cosas para mi gloria, puedo pecar fácilmente, solo porque el fin es pasar la materia. Aprendí lo fácil que es perder a Dios en el seminario, y lo difícil que puede ser estudiar para la gloria de Dios y no para la mía. Aprendí que la motivación principal no es impresionar a otros con mi conocimiento, sino apuntar a la fuente de todo conocimiento que es Dios.  

Agradezco al Señor por mi paso por el seminario, por las veces que mi carácter fue puesto a prueba, y la gracia que me sostuvo. Por la visión agrandada que recibí de Él y por lo pequeño que me hizo verme. Agradezco las disciplinas de lectura y estudio a las que fui expuesto y que se quedarán conmigo a lo largo del ministerio. Pero, sobre todo, agradezco porque cada día al entrar a mi oficina, mi diploma colgado en la pared me recuerda que nunca me graduaré de estudiar la Palabra de Dios. Siempre seré un estudiante de las profundas riquezas de la sabiduría de Dios, quien es la fuente inagotable del conocimiento. ¡A Él sea toda la gloria!


1. Catecismo menor de Westminster.


Imagen: Lightstock.
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