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Toca a la puerta, pero nadie responde. El padre, preocupado, abre la puerta del cuarto de su hijo adolescente para hablar con él. Además de ver la apatía y la creciente rebeldía en su hijo, el padre le ha visto pasar mucho tiempo con una joven inconversa.

Al intentar hablar, se topa con indiferencia. El hijo, sin levantar la vista del celular, responde con gruñidos y mm-hmms indiferentes. Poco a poco el padre se va enojando, y termina descargando su frustración con gritos. Después, el padre se da cuenta de su error e intenta arreglar la situación con una “media-disculpa” y un torpe abrazo.

Al salir del cuarto, el padre, avergonzado y desanimado, escucha el portazo con el que su hijo cierra la puerta. El portazo señala no solamente que ha cerrado la puerta del cuarto, sino que también ha cerrado la puerta de la comunicación.

¿Te identificas con esta historia?

Como padres cristianos, amamos a nuestros hijos y queremos que sirvan a Dios, pero a menudo no hay una buena comunicación con ellos. La mala comunicación impide que les demos un testimonio vibrante de nuestro Dios y, por ello, se alejan de Él.

¿Cómo podemos mantener abierta la puerta de la comunicación para que no abandonen la fe cristiana? Quisiera compartir contigo varios consejos que estoy seguro te ayudarán.

1. ENFÓCATE EN EL CORAZÓN.

La mayoría de nosotros no conocemos lo que hay en el corazón de nuestros hijos. Cuando hablamos con ellos, nos mantenemos en un nivel superficial que se enfoca solamente en su conducta. Por ello, no tenemos idea de lo que nuestros hijos opinan, sienten, o sueñan.

El primer objetivo de la comunicación con nuestros hijos no es decirles lo que nosotros opinamos, sino descubrir lo que hay en sus corazones.

Si queremos conocer lo que hay en sus corazones, tenemos que apuntar allí. Sin esta comunicación profunda:

  • No sabremos lo que hay en ellos
  • No podremos aplicar las verdades bíblicas a sus necesidades específicas
  • No lograremos un cambio duradero en ellos

¿Por qué? Porque no hemos llegado al interior de ellos. Esto importa porque la conducta de toda persona fluye de su corazón, como vemos en Proverbios 4:23: “Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida” (ver también Mr. 7:21-23; Pr. 23:26).

Esto significa que el primer objetivo de la comunicación con nuestros hijos no es decirles lo que nosotros opinamos, sino descubrir lo que hay en sus corazones.

2. TEN CURIOSIDAD.

Nuestros hijos han crecido en casa. Pensamos que los conocemos perfectamente. Entonces, no sentimos curiosidad por su vida interna. No mostramos curiosidad por saber qué sienten, qué opinan, qué desean, qué están pensando y sufriendo. Cuando hablamos con ellos, queremos ir al punto, y no nos interesamos en ellos.

Esta actitud les expresa que no son importantes para nosotros. Cuando una persona nos importa, nos damos el tiempo de escucharla y hacerle preguntas. Este interés hace que la persona se sienta valorada, y le motiva a compartir lo que hay en ella.

La comunicación verdadera es un diálogo y no un monólogo.

¿Cómo podemos mostrar interés genuino a nuestros hijos? Haciéndoles muchas preguntas y escuchando sus respuestas. Es un concepto tan simple que muchas veces lo olvidamos.

La comunicación verdadera es un diálogo y no un monólogo. Cuando dejo de monopolizar la conversación y la convierto en un diálogo interactivo, doy a mis hijos la oportunidad de que hablen sobre los temas que les importan.

Cuando mostremos una curiosidad sincera por ellos, se sentirán amados e importantes. Entonces abrirán la puerta de sus corazones, y podremos ver cuáles son las luchas, tristezas, dolores, y deseos que tienen. “Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre, y el hombre de entendimiento lo sacará”, Proverbios 20:5.

3. SÉ CONSTANTE.

Muchas veces nos damos por vencidos después de fracasar en los primeros intentos de hablar con alguno de nuestros hijos. Pero debemos recordar que la comunicación saludable no se desarrolla en un momento. Ella requiere constancia.

Hoy, más que nunca, existen muchos obstáculos a superar para tener una buena comunicación, y es esencial que cultivemos un ambiente propicio para eso. Esto requiere constancia en dos sentidos: en todo tiempo, y sobre todo tema.

Todo tiempo.

Por ejemplo, si me acerco para hablar con mi hijo sobre su novia, pero no he tenido una conversación significativa con él en seis meses, no me irá muy bien.

Imagina que, durante la semana, mi hijo quería comentarme sobre su tarea, hablarme de un profesor que no le gusta, o preguntarme por un teléfono móvil que quiere comprar, pero yo no tuve tiempo para eso. ¿Qué le expresé? Que no es importante para mí.

Y ahora, repentinamente quiero que me cuente sobre uno de los temas más íntimos y vergonzosos para él (un tema sentimental). ¡No se va a abrir! Llevo meses manifestándole que no tengo tiempo para él, que sus intereses no son importantes para mí. La respuesta automática de mi hijo será hacerme ver que mis intereses tampoco le interesan. Por ello, la comunicación tiene que ser constante (Dt. 6:6-7).

Nuestro Padre celestial tiene compasión de nosotros, y nosotros, como padres cristianos, debemos demostrar compasión a nuestros hijos.

Recuerda que las conversaciones provechosas con nuestros hijos no se programan. Tenemos que tener la antena levantada en todo momento. Tenemos que pasar tiempo con ellos. No debemos desanimarnos si las cosas no salen bien en la primera o segunda ocasión. La buena comunicación se cultiva y crece lentamente. Como padres, no debemos darnos por vencidos muy pronto. Sigamos intentándolo, sin presionarlos. Si no funciona, persistamos tiernamente. En algún momento, la puerta al corazón de nuestros hijos se abrirá.

Todo tema.

En las conversaciones con mis hijos no deben existir temas tabúes. Por ejemplo, muchas veces nos da vergüenza hablar de temas sexuales o de cosas como la homosexualidad. Cuando surgen estos temas, muchos respondemos: “Eso es sucio. Es malo. De eso no se habla en esta casa”.

Nuestros hijos, entonces, entienden que no pueden preguntar sobre esos temas en el hogar. ¿Qué harán? Saldrán a la calle y lo hablarán con sus amigos, quienes quizá no les ayudarán a desarrollar una perspectiva madura y bíblica.

Cuando nos quejamos de sus ideas erróneas, debemos recordar que nosotros los obligamos a hablar de esos temas con sus amigos porque cerramos la puerta de la comunicación.

4. DEMUESTRA COMPASIÓN.

Muchas veces hablamos con nuestros hijos con dureza o enojados, y esas actitudes no los invitan a abrir la puerta de su corazón.

Además, en la Biblia, la compasión es una de las cualidades más notorias en el trato padre-hijo: “Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen” (Sal. 103:13). Nuestro Padre celestial tiene compasión de nosotros, y nosotros, como padres cristianos, debemos demostrar compasión a nuestros hijos.

Cuando pecamos, Dios nos trata con compasión, paciencia, y perdón. Así debemos de tratar a nuestros hijos.

A veces no tratamos a nuestros hijos como seres humanos. Es común que, con los miembros de nuestra familia, usemos un tono de voz totalmente diferente al que usamos cuando hablamos con las demás personas. Nunca le hablaríamos a otra persona así, ¿por qué lo hacemos con nuestra familia?

¿Qué hacen estas actitudes negativas?

  • Provocan un cortocircuito en la comunicación
  • Generan disonancia mental en nuestros hijos

Cuando comparan las conversaciones con sus amigos y con nosotros, perciben que sus amigos “los aman”, pues los escuchan sin reproches ni ira. Por lo tanto buscarán a sus amigos, o a su novio o novia, para contarles sus pensamientos íntimos. Y a nosotros no, porque no les hemos tratado con compasión.

A veces pensamos que el pecado o la desobediencia de nuestros hijos justifican nuestro enojo o dureza. Pensamos que debemos tratarlos ásperamente para que no vuelvan a cometer el pecado. Pero la dureza solamente los aleja más de nosotros. Les llena de rencor y amargura. Aun cuando han pecado, debemos evidenciar compasión y ternura.

Recuerda que, cuando pecamos, Dios nos trata con compasión, paciencia, y perdón. Así debemos tratar a nuestros hijos.

5. APLICA LA CORRECCIÓN.

Nuestro mundo moderno nos presiona a dejar de corregir a nuestros hijos. La sociedad enfatiza los derechos de los niños e insiste en que dañamos su autoestima si no les dejamos hacer lo que les parezca bien. Pero la Biblia nos manda a corregir e instruir a nuestros hijos como evidencia de nuestro amor (Heb. 12:6-7). Si amas a tus hijos, los debes corregir bíblicamente. Curiosamente, cuando corriges bíblicamente a tus hijos, se sentirán amados.

¿Qué es disciplinar? Es enseñar, instruir, motivar, y corregir para invertir en la formación de un niño, con el propósito de desarrollar en él los hábitos, los valores, y el carácter que le puedan llevar a la madurez.

Aunque nuestra sociedad no esté de acuerdo, la corrección bíblica abarca la disciplina con la vara (Pr. 22:15, 23:13-14, 29:15), la cual debe hacerse con mucho cuidado y con mucho amor. Pero va más allá. La palabra griega que se traduce como “disciplina” en Hebreos 12:5-11 es la misma que da origen a la palabra “pedagogía” en español. Así como un profesor usa una multitud de técnicas educativas con el fin de instruir a sus alumnos, también los padres debemos usar una variedad de técnicas para corregir a nuestros hijos para que lleguen a la madurez.

Solamente Cristo es lo suficientemente poderoso como para transformar los corazones de nuestros hijos y cambiar sus prioridades.

Debemos hablar, repetir, instruir, conversar, llorar, orar, dialogar, advertir… todo esto es parte de la corrección.

6. DIRÍGELOS A CRISTO.

En Hebreos 12:1-2, la Biblia explica dónde encontramos la motivación para perseverar en la vida cristiana y dejar el peso y los pecados que nos asedian. No es en el temor, ni en el castigo, ni en las reglas, ni en ninguna cosa más que en la gracia de Dios en Jesús. Si queremos ver un cambio real, tenemos que dirigir el corazón a Cristo.

Debemos encontrar nuestra motivación para instruir a nuestros hijos, aun cuando sea difícil, en Cristo. Ellos también encontrarán la motivación para dejar a un lado sus malas amistades, su mal uso del iPhone, sus sueños, sus pasiones terrenales, y su novio inconverso, en Cristo.

Solo Cristo es lo suficientemente poderoso como para transformar sus corazones y cambiar sus prioridades. Al dirigir su atención a Él, nuestro objetivo es dejarlos alucinados con Él. Necesitan conocer el carácter y las obras de Dios. Y la revelación más espectacular del carácter de Dios se encuentra en Cristo.

Nuestro máximo objetivo en la comunicación es enamorarlos de Cristo. Para lograrlo, debemos exaltar las virtudes de Cristo ante ellos. Háblales mucho de Cristo. No les hables solamente de su futuro, de lo que es “bueno” o “malo”, ni de las consecuencias. Busquemos que sus ojos vean cuán hermoso es nuestro Salvador.

Esto nos conduce al propósito final de todo lo que hemos venido hablando. ¿Por qué queremos tener una buena comunicación con nuestros hijos? ¿Para tener influencia sobre ellos? ¿Para sentirnos buenos padres? ¿Para lograr que se porten bien? No. Queremos verlos deslumbrados por Dios, viviendo una vida para su gloria.

Por lo tanto, cuéntales todas las maravillas de Dios. Apúntalos a nuestro gran Dios, pide gracia para tener una buena comunicación con ellos, y modela una vida transformada por Él.


Una versión de este artículo se publicó en Palabra y Gracia.


Imagen: Lightstock.

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