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¿Alguna vez te has preguntado mientras oras si solo le estás hablando a la pared? “¿Me estará escuchando Dios?”, te preguntas. Tal vez nuestra oración no es aceptable por alguna razón. ¿Pudiera haber algo que se nos olvida?

La oración efectiva y bíblica está disponible para todos nosotros. Es importante estar al tanto de algunos aspectos que nos ayudarán a orar eficazmente. Si eres hijo de Dios, Él te escucha. Pero debes saber cómo orar efectivamente. Quisiera compartir contigo cinco consejos.

1. Conoce mejor a Dios por medio de su Palabra.

La fuente de información sobre la oración es la Biblia. En sus páginas encontramos una guía fiel que nos ayuda a dirigirnos a Dios con nuestras propias palabras. Los Salmos son una colección de oraciones de todo tipo, y es allí donde podemos hallar los pasos que tomaron aquellos poetas inspirados, que hicieron grandes peticiones a Dios.

Entre estas oraciones notamos que los salmistas estaban conscientes de la Palabra de Dios. Ellos la leían y estudiaban con el propósito de conocer a al Señor profundamente.

“SEÑOR, muéstrame tus caminos, enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día”, Salmos 25:4-5.

El cristiano vive en constante maravilla de la Persona de Dios.

El deseo de conocer a Dios no tiene agenda. Los motivos no son (o no deben ser) recibir algo, o manipular a Dios. El salmista desea conocer a Dios porque está agradecido. Está diciendo: “Ya que me salvaste, ¡quiero saber por qué! ¿Por qué harías algo así? ¿Quién eres y por qué te preocupaste por mí?”.

El cristiano vive en constante maravilla de la Persona de Dios. Su gracia y bondad surgen de una naturaleza que buscamos entender para apreciarla con toda la capacidad humana que tenemos.

“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo cuides?”, Salmos 8:3-4.

Al conocer a Dios, nuestra oración se convierte en la respuesta natural a su belleza alta y majestuosa. Por eso, la Palabra de Dios, y la teología contenida en ella, es preciosa para el creyente sincero que le busca en oración.

2. Deja que tu corazón crezca en amor por Dios.

Junto con conocer más a Dios viene el crecimiento de nuestros afectos por las finas cualidades de Dios. Al oír de sus proezas, su carácter, y sus obras milagrosas, nuestras emociones se desatan con amor a Dios. Dice el salmista:

“Digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies: todas las ovejas y los bueyes, y también las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares. ¡Oh SEÑOR, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!”, Salmos 8:4-9.

David, el escritor, piensa en lo que Dios ya ha cumplido. Y también considera lo que dice el libro de Génesis acerca del señorío sobre la tierra que Dios ha dado al hombre. Al considerar esto, David exclama al Señor, asombrado por lo que ve. “¡Oh Señor… cuán glorioso es tu nombre!”. Claramente, David se impresionó al estudiar la Palabra, tanto que tuvo que componer un poema, que a la vez es una oración de adoración.

Cientos de ejemplos existen en la Palabra de personajes exclamando apasionadamente su emoción al ver lo que Dios ha hecho.

“¡Aleluya! Alaben a Dios en su santuario; alábenlo en su majestuoso firmamento. Alaben a Dios por sus hechos poderosos; alábenlo según la excelencia de su grandeza”, Salmos 150:1-2.

3. Alaba a Dios con gratitud en todo tiempo.

Estar vivo es estar en deuda con Dios. Tan solo por crearnos y preservarnos, Él ya ha hecho más de lo que merecemos. Pero, por encima de eso, Él también nos ha salvado. Y eso es totalmente inmerecido.

“Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, Romanos 5:6-8.

Nada en nosotros provocó que Dios nos diera su salvación. No fue nuestra fe (“siendo aún pecadores”), no fue nuestra bondad, obediencia, sencillez, gentileza, o lo que sea. Dios nos salvó según su voluntad. Y por esto, el cristiano debe vivir agradecido.

4. Laméntate ante Dios cuando vengan los tiempos malos.

Solo porque eres fiel a estos pasos no significa que nunca vendrá el sufrimiento. La verdad es que para el cristiano auténtico, el sufrimiento está casi garantizado.

“Es para su corrección que sufren. Dios los trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?”, Hebreos 12:7.

Dios usa el sufrimiento así como el escultor usa el martillo y cincel. La vida sin sufrimiento produce un ser humano inmaduro. Entonces, nuestras oraciones durante estos tiempos malos deben ser apropiadas.

El corazón del que ora eficazmente es un corazón que desea lo que Dios desea.

No hay un solo supersanto que pueda soportar tales tiempos sin que se sienta abandonado. La Palabra de Dios anticipa esto, y Él se encargó de inspirar palabras que expresan el sentir en estos momentos.

“Oh SEÑOR, escucha mi oración, y llegue a ti mi clamor, no escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina hacia mí tu oído; el día en que te invoco, respóndeme pronto. Porque mis días han sido consumidos en humo, y como brasero han sido quemados mis huesos”, Salmos 102:1-3.

5. Acude a la salvación provista por Jesús.

Cuando hemos notado todo lo que Dios ya ha hecho por nosotros, alabándole y amándole, agradecidos y probados, podemos entonces elevar nuestros deseos hacia Él. Pero estos deseos no son de uno que busca riquezas o lujos en este mundo. El corazón del que ora eficazmente es un corazón que desea lo que Dios desea.

Aun Jesús, la noche que fue entregado, le pidió al Padre:

“Entonces les dijo: ‘Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quédense aquí y velen junto a mí’. Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: ‘Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa’”, Mateo 26:38–39.

Es importante no minimizar la agonía de Jesús. Al decir: “Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte”, no miente ni exagera. Jesús se estremeció en llanto y dolor, con un temor profundo y traumatizante. En su humanidad, no sabía lo que le esperaba. El sufrimiento espiritual es tan grave, que llega al punto de darse por vencido. Llega al punto de pedirle a su Padre divino y omnipotente que lo libre de la tortura. Y lo pudo haber hecho.

Pero su corazón, perfectamente santo, perfectamente obediente, perfectamente humilde, mejor dice: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt. 26:39).

Si hay un hombre en toda la historia a quien se le concedería toda oración, sería a Jesús. Pero Él rinde su voluntad, y el Padre cumple con lo que sigue: el sacrificio de su propio Hijo. Es este Jesús quien con su sangre nos ha concedido entrada al trono del Padre. Y Él mismo intercede por nosotros.

“Pero Jesús conserva su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre. Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos”, Hebreos 7:24-25.

Oramos confiando en el Espíritu quien nos santifica, acercando nuestros corazones a Cristo, confiando en Jesus, quien vive intercediendo por nosotros ante el Padre, y confiando en el Padre, quien se glorifica en salvar a su pueblo y en ayudar a quien se lo pida.

Qué gran privilegio es poder comunicarnos con Dios como sus hijos. Nos hará bien recordar lo que dijo el apóstol Pablo: “Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios” (Fil. 4:6).


IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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