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Jonathan Edwards tenía un temor intenso por desperdiciar el tiempo. Realmente intenso. Siempre pone mis pies en la tierra leer sus resoluciones. Digo, ¿quién a sus 19 años escribe: “Estoy resuelto a nunca hacer nada que tenga miedo a hacer si supiera que no falta más de una hora para escuchar la trompeta final”?

Pero Edwards comprendió algo que a menudo no entendemos: que la vida es corta y solo significativa si se vive para la gloria de Dios. Él entendió que desperdiciar el tiempo es un síntoma de quitar nuestros ojos del evangelio.

El problema es que sí quitamos nuestros ojos del evangelio, y eso significa que sí perdemos el tiempo, especialmente nosotros los adolescentes. De hecho, todos los días desperdiciamos tiempo. Incluso hay ciertas trampas de tiempo en las que los adolescentes (incluso y especialmente los adolescentes cristianos) caen una y otra vez. Déjame mostrarte cinco.

1. Desperdiciamos el tiempo cuando no hacemos las cosas que debemos hacer.

Como cristianos, somos llamados a una vida de trabajo duro y buenas obras, pero somos tentados a descuidar la responsabilidad. Cada día hay mil cosas que debemos hacer. De lo simple a lo importante, tenemos tareas, deberes y trabajos, así como oportunidades para leer, jugar con nuestros hermanos, atesorar una puesta de sol, lavar los platos, orar, escribir, hacer ejercicio, recoger leche en la tienda, y buscar los frutos del Espíritu (Gál. 5:22-23).

“Porque somos hechura Suya”, escribe Pablo, “creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef. 2:10). Como creaciones mismas —imágenes— de un Dios infinitamente bueno, fuimos creados para hacer el bien. Y Él ha preparado por adelantado estas buenas obras para nosotros.

Así que desperdiciamos el tiempo cuando no buscamos esas buenas obras, o cuando las encontramos y decidimos evitarlas. De una manera dolorosamente condenatoria, Santiago llega a decir que si sabes lo que debes hacer y no lo haces, eso es pecado (Stg. 4:17).

2. Desperdiciamos el tiempo cuando abusamos de los medios de comunicación.

Aquí está el punto que ya esperabas acerca de los medios de comunicación, en el que enumero estadísticas de estudios costosos que muestran cómo el típico adolescente ve 20 horas de televisión por semana, y cómo habremos visto más de 350,000 comerciales cuando cumplamos los 18 años. Eso no incluye las docenas de horas que pasamos en línea cada semana, o los innumerables minutos en nuestros teléfonos.

No me malinterpreten. Estas estadísticas pueden ser útiles en ciertos contextos. ¿Pero para nosotros? Decirme que un equipo de expertos sin rostro afirman que ver demasiada televisión en una semana es malo, no me beneficia ni impacta. Lo más probable es que ya lo sé. Sé que puedo usar las películas, o Pinterest, o Twitter, para hacer a un lado las buenas obras o hábitos piadosos. 

Pero, ¿me doy cuenta de que el tiempo aparentemente inofensivo que gasto en esas cosas a veces puede ser pecaminoso? No lo creo. No me doy cuenta de que soy responsable ante Dios por mi tiempo. Y es por eso que lo desperdicio.

3. Desperdiciamos el tiempo cuando estamos ocupados con las cosas equivocadas o por las razones equivocadas.

En sí mismo, estar muy ocupado no es pecaminoso. Podemos estar ocupados con las cosas correctas por todas las razones correctas. Pero el ajetreo puede llegar a ser malo.

No estoy hablando de un trabajo, o la escuela, o incluso el tiempo pasado con amigos y familia. No estoy hablando del tiempo dedicado a cultivar hábitos piadosos. Estoy hablando del tiempo que pasas en algún lugar al que no debes ir, pasar tiempo con alguien con quien no deberías estar, invertir tiempo en actividades pecaminosas, o dedicar demasiado tiempo a búsquedas que son triviales a la luz de la eternidad.

Y soy culpable muy a menudo de la última categoría. Si bien hay placeres buenos y momentáneos que debemos disfrutar aquí, no pueden reclamar todo nuestro tiempo. Porque podrían hacernos perder las oportunidades del reino. Podrían desperdiciar buenas obras. Entonces, ¿qué podemos cambiar? 

4. Desperdiciamos el tiempo cuando evitamos nuestros problemas.

A veces nos ocupamos demasiado para evitar un problema difícil que no queremos enfrentar. Utilizamos las ocupaciones como una excusa para no tener que lidiar con la realidad. Cuando no tenemos tiempo para sentarnos y cenar como familia, no tenemos que lidiar con el resentimiento subyacente. Cuando no tenemos tiempo para llenar solicitudes de la universidad, no tenemos que lidiar con las expectativas de nuestros padres. Cuando no tenemos tiempo para estudiar con nuestros amigos, no tenemos que lidiar con sus problemas emocionales. Este tipo de ocupación nos da una sensación atractiva de escape.

Pero esa es la manera equivocada de manejar nuestros problemas. Nuestras vidas son parte de algo mucho más grande y más importante que nosotros mismos. Estamos tentados a escapar de los problemas temporalmente a través del ajetreo, pero eso solo retrasa lo inevitable. Aún tenemos que lidiar con la vida. Lamentablemente, los problemas no se resuelven ignorándolos. De hecho, hacerlos a un lado hace más daño que bien: no solo se pierde tiempo, sino que también nos llena de estrés.

5. Desperdiciamos el tiempo cuando no descansamos.

Hay una gran diferencia entre la pereza y el descanso. La pereza es tiempo egoísta gastado en violación del mandamiento de Dios; es perderse en uno mismo y ser ocioso cuando somos llamados a trabajar. El descanso, por otro lado, es un método de adoración dado por Dios que nos permite refrescar nuestros corazones y mentes. La pereza es mala; el descanso es profundamente bueno.

Así que, cuando la actividad te impide descansar, estás violando el mandato de Dios. El descanso es obediencia. Jen Wilkin escribe: “El Dios que nos concede el reposo del alma ordena nuestra adoración en forma de reposo corporal. El adorador es bendecido en obediencia”. Cuando mi familia ora junta por la noche, mi hermano menor frecuentemente pide que Dios nos conceda un buen sueño para que podamos despertarnos y estar preparados para servirle de nuevo por la mañana. Él entiende lo que a menudo yo no: el descanso nos hace mejores trabajadores y mejores adoradores.

La vida es breve

El evangelio cambia todo, incluyendo cómo pasamos nuestro tiempo. La vida es breve, después de todo. Los adolescentes pueden desperdiciarla con tanta facilidad en la actividad pecaminosa, o la pereza, o la distracción, o el descontento.

O pueden usarla para Jesús. Vivir para Él significa que vemos nuestra vida como suya. Y eso significa que con alegría declaramos con el adolescente Jonathan Edwards: Resuelvo vivir con todas mis fuerzas mientras viva.


Nota del editor: Este artículo está adaptado del nuevo libro de Jaquelle Crowe, This Changes Everything: How the Gospel Transforms the Teen Years (Esto lo cambia todo: Cómo el evangelio transforma los años de adolescencia, Crossway, 2017). 
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Raúl Caban.
Imagen: Lightstock
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