Vivimos en una época en la que todo nos empuja a querer más: más dinero, más comodidades, más experiencias, más conocimiento, más cosas. La publicidad, las redes sociales y hasta nuestra propia comparación con los demás nos repiten el mismo mensaje: «Lo que tienes nunca es suficiente». Sin darnos cuenta, nos sumergimos en una carrera interminable por alcanzar un ideal de abundancia que nunca llega.
Pero al abrir la Biblia encontramos un llamado radicalmente distinto. Las Escrituras nos invitan a dejar de perseguir un «más» que nunca sacia y a descubrir el descanso que proviene de un «menos» lleno de propósito. El evangelio nos enseña que la verdadera plenitud no está en acumular, sino en aprender el secreto del contentamiento: confiar en que Dios provee lo necesario para cada día.
La trampa de la acumulación
El deseo de tener más rara vez se detiene. Siempre hay un nuevo objeto, una nueva meta o una nueva comodidad que promete llenar el vacío del corazón. Sin embargo, la búsqueda insaciable de posesiones termina convirtiéndose en una trampa peligrosa. ¿Cuántas veces creemos que un nuevo teléfono, un auto más reciente o una casa más grande resolverán nuestra inquietud, pero al poco tiempo vuelve la misma sensación de vacío?
El problema no es la riqueza en sí misma, sino el amor al dinero y la ilusión de que poseer más traerá seguridad y felicidad. El apóstol Pablo advierte con claridad:
Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores (1 Ti 6:9-10).
Aquí vemos que el problema no es el trabajo honesto ni el uso responsable de los bienes materiales, sino el corazón que los convierte en un ídolo.
El rey Salomón, a quien Dios concedió sabiduría extraordinaria, lo expresó de manera contundente: «El que ama el dinero no se saciará de dinero, / Y el que ama la abundancia no se saciará de ganancias. / También esto es vanidad» (Ec 5:10). En otras palabras, nunca es suficiente.
El problema no es la riqueza en sí misma, sino el amor al dinero y la ilusión de que poseer más traerá seguridad y felicidad
De hecho, la vida diaria nos lo recuerda: personas con abundancia económica muchas veces viven bajo una tensión constante. El miedo a perder lo que poseen, la competencia por mantener su estatus o la obsesión de alcanzar nuevas metas les roba la paz. Mientras más acumulan, más tienen que proteger, y mientras más protegen, menos disfrutan de la tranquilidad. La riqueza que promete libertad se convierte en cadenas invisibles que aprisionan el corazón.
La acumulación no libera; esclaviza. No ofrece paz; produce ansiedad. Y lo más grave: desplaza nuestra confianza en Dios hacia las cosas de este mundo.
El llamado al contentamiento
Frente a la trampa de la acumulación, la Biblia presenta un camino diferente: el contentamiento. Este no significa resignarse a una vida mediocre ni suprimir anhelos legítimos, sino aprender a descansar en la provisión de Dios y reconocer que lo que Él nos da es suficiente. El contentamiento bíblico no es apatía, es confianza.
Pablo lo resume así: «Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos» (1 Ti 6:6-8). Aquí Pablo redefine la «verdadera ganancia»: no son las riquezas, sino una vida de devoción a Dios marcada por la confianza en Su cuidado. Y en Filipenses confiesa haber aprendido el secreto:
No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:11-13).
La fuerza de su testimonio es que el contentamiento no dependía de las circunstancias externas, sino de su unión con Cristo.
La acumulación no libera; esclaviza. No ofrece paz; produce ansiedad. Y lo más grave: desplaza nuestra confianza en Dios hacia las cosas de este mundo
Lo que Pablo aprendió en el primer siglo sigue siendo necesario aprenderlo en la actualidad. Hoy también la abundancia produce ansiedad: miedo a perder lo que sea ha logrado, presión por mantener un estilo de vida, cansancio por trabajar más para tener más. Y, por otro lado, la escasez puede llevar a la desesperación y la envidia. El contentamiento cristiano no niega estas realidades, pero nos enseña a vivir en medio de ellas con paz, porque nuestra confianza descansa en Aquel que nunca cambia.
Podemos imaginarlo como el ancla de un barco. El mar de la vida se agita con olas de abundancia y escasez, de oportunidades y pérdidas, pero el contentamiento en Cristo mantiene firme nuestra alma. No importa si el agua está en calma o en tempestad: el ancla sostiene. Así es la vida del creyente que ha aprendido a confiar en la provisión de Dios.
La acumulación lleva el corazón a la ansiedad; el contentamiento conduce al descanso. En vez de preguntar constantemente: «¿Qué más necesito para ser feliz?», el creyente aprende a decir con gratitud: «Lo que tengo en Cristo es suficiente».
La oración de sabiduría
En contraste con el deseo insaciable de «más», la Biblia nos presenta una de las oraciones más realistas y equilibradas en todo el Antiguo Testamento. El sabio Agur clama:
Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas,
No me des pobreza ni riqueza;
Dame a comer mi porción de pan,
No sea que me sacie y te niegue, y diga:
«¿Quién es el SEÑOR?».
O que sea menesteroso y robe,
Y profane el nombre de mi Dios (Pr 30:8-9).
Esta oración refleja un corazón consciente de su fragilidad y de su tendencia a extraviarse tanto en la abundancia como en la escasez. La riqueza puede tentar al corazón a sentirse autosuficiente y olvidar al Señor. La pobreza, por otro lado, puede llevar a la desesperación y a la tentación de pecar para sobrevivir. La sabiduría está en reconocer que ambos extremos son peligrosos y que solo Dios puede proveer lo «necesario» para vivir de una manera que honre Su nombre.
Jesús nos enseñó a orar en la misma dirección: «Danos hoy el pan nuestro de cada día» (Mt 6:11). La enseñanza aquí no es que debes pedirle a Dios que te de todo lo que tiene para ti «hoy mismo» para tú administrarlo, como algunos predican. No se trata de acumular reservas que nos hagan sentir independientes de Dios, ni de vivir en la angustia por el mañana, sino de confiar en que el Padre celestial sabe lo que necesitamos y nos dará lo suficiente para cada día.
Este enfoque nos libera de la carga de la autosuficiencia y nos entrena en la dependencia diaria de Dios. Nos recuerda que la verdadera seguridad no proviene de lo que poseemos, sino de Aquel que nos sostiene.
Cristo, nuestro verdadero tesoro.
El evangelio no solo denuncia la trampa de la acumulación y nos llama a vivir con contentamiento, sino que también nos dirige hacia la fuente misma de ese contentamiento: Cristo. La verdadera plenitud no se encuentra en lo material, sino en Él.
El apóstol Pablo lo expresa con claridad: «Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3:1-2). El cristiano ya no vive dominado por lo terrenal, porque su tesoro y su vida están escondidos con Cristo en Dios.
El evangelio denuncia la trampa de la acumulación y nos dirige hacia la fuente misma del contentamiento: Cristo
Por eso la exhortación en Hebreos es tan relevante: «Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé» (He 13:5). Aquí se nos recuerda que nuestra seguridad no proviene de las riquezas, sino de la presencia fiel del Señor.
En Cristo descubrimos que tener menos de lo terrenal puede significar tener más de lo eterno. La acumulación de bienes no garantiza una vida abundante, pero la comunión con Jesús sí. Él mismo afirmó: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10:10). Esa abundancia no depende de cuentas bancarias ni de posesiones, sino de una relación viva con el Salvador.
¿Tener menos o más?
La cultura que nos rodea insiste en que necesitamos «más»: más cosas, más experiencias, más seguridad material. Pero el evangelio nos recuerda que la verdadera vida no está en la acumulación, sino en el contentamiento que brota de confiar en Cristo.
La pregunta con la que comenzamos sigue siendo pertinente: ¿y si, en lugar de «más», lo que realmente necesitamos es «menos»? Menos posesiones que distraigan nuestro corazón y más confianza en el Dios que provee. Menos ansiedad por el futuro y más descanso en la promesa de que Él nunca nos dejará. Menos afán por lo terrenal y más esperanza en lo eterno.
Al final, el secreto del contentamiento no está en lo que tenemos ni en lo que nos falta, sino en Aquel que nos ha dado todo en Sí mismo. Pablo lo resume de manera magistral: «Y mi Dios proveerá a todas sus necesidades, conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Fil 4:19).
El mundo nos dice que la felicidad está en tener más, pero la Escritura nos recuerda que la verdadera plenitud está en tener a Cristo. Quizás hoy mismo necesites preguntarte: ¿qué pasaría si en lugar de correr tras «más», eliges descansar en lo que Cristo ya te ha dado?