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En un pódcast de larga duración con el cómico Theo Von, el CEO de Meta, Mark Zuckerberg, reveló que su empresa está trabajando en compañeros de inteligencia artificial (IA). Según explica, el estadounidense promedio tiene menos de tres amigos, mientras que la necesidad social se acerca más a los quince. Con el dedo en el pulso de la soledad moderna y la cultura de la productividad, concluye: «La persona promedio quiere más conectividad [y] conexión de la que tiene», y «se siente sola mucho más tiempo del que le gustaría». La epidemia de la soledad, sumada a la personalización de la IA, presenta una oportunidad de mercado para las relaciones tecnológicas personalizadas y bajo demanda.

La iglesia, y nuestra cultura en general, parece no estar preparada para lo que se avecina.

Las estructuras de plausibilidad para las relaciones con la IA llevan mucho tiempo desarrollándose. La omnipresencia de la pornografía ha hecho verosímil el sexo virtual. Las aplicaciones de citas han hecho que el romance sin cuerpos sea posible. Las redes sociales en general han redefinido las «relaciones» como un producto de consumo que se acumula y se acomoda a la conveniencia de cada uno.

La vida digital ha moldeado nuestra forma de pensar sobre las relaciones, hasta tal punto que la propuesta de Zuckerberg sobre los «amigos IA» es el siguiente paso lógico. Pero ahora que hemos llegado a este punto, ¿cómo debería responder la Iglesia?

Un tiempo que nunca conocerán

Los niños están creciendo en un mundo en el que la generalización de los chatbots con IA, como ChatGPT y Gemini de Google, ha abierto una nueva vía para las «relaciones» virtuales. Existe una industria en auge dedicada a las «novias de IA», dirigida a jóvenes solitarios que anhelan relaciones íntimas, junto con los «terapeutas virtuales»; dos áreas de interés que Zuckerberg menciona específicamente. Sin duda, no es casualidad que ahora, en medio de una epidemia de salud mental, veamos estos programas dirigidos a hombres y mujeres jóvenes.

Freya India, una de las escritoras más perspicaces de la Generación Z, escribió esto en un artículo titulado «A Time We Never Knew» [Un tiempo que nunca conocimos]:

Estoy lamentando algo que nunca conocí […] A la mayoría de los que pertenecimos a la Generación Z nos dieron celulares y tabletas tan pronto que apenas recordamos la vida antes de ellos. La mayoría de nosotros nunca supo lo que era enamorarse sin deslizar el dedo y sin modelos de suscripción. Nunca supimos lo que era dar el primer beso sin haber visto un sitio web de pornografía primero. Nunca supimos lo que era coquetear y el romance antes de que se convirtiera en enviar mensajes directos o reaccionar a las historias de Snapchat con emojis de llamas. Nunca supimos lo que era la amistad antes de que se convirtiera en mantener una racha de Snaps o utilizarnos unos a otros como accesorios para parecer populares en Instagram.

Pero la siguiente generación, la generación Alfa, nació en un mundo aún más arraigado en la digitalización: «Solo puedo imaginar la pérdida que sentirán», se lamenta India. «Van camino de no conocer nunca la amistad sin los chatbots con IA, ni el aprendizaje sin las aulas de realidad virtual, ni la vida sin mirar a través de un Vision Pro».

La vida digital ha moldeado nuestra forma de pensar sobre las relaciones, hasta tal punto que los «amigos IA» parecen el siguiente paso lógico

Aunque hoy en día todavía existe un estigma en torno a la aceptación de los compañeros de IA, Zuckerberg sostiene que, con el tiempo, empezaremos a verlos como valiosas ayudas en un mundo solitario. La mayoría de la gente todavía no ha llegado a ese punto. ¿Pero dentro de diez años? Tal vez.

¿Cómo llegamos a esto? Una de las razones es que nuestra percepción de las relaciones comenzó a cambiar hace décadas con la llegada de las redes sociales. Jonathan Haidt notó con perspicacia la ironía de los comentarios de Zuckerberg: «Introducir un producto que probablemente perjudicará a los niños con el discurso de venta de que reduce el daño a los niños que causó tu último producto». Se refiere, por supuesto, a las redes sociales, que han contribuido tanto como cualquier otra cosa a la crisis de la soledad. Ahora, la solución propuesta no es otra que más tecnología. Predecible, pero no por eso menos deprimente.

Pero hay una opción más antigua y gratificante: la amistad real.

La doctrina cristiana de la amistad

Las Escrituras y la tradición cristiana tienen más que decir sobre la amistad de lo que podríamos esperar. El pasaje clave para la doctrina de la amistad es Juan 15:13-15:

Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos. Ustedes son Mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre.

La base de la amistad es la restauración de la comunión con Dios a través de Jesucristo. Esta relación desborda en amistad con nuestros hermanos cristianos y con todos nuestros prójimos. En Confesiones, Agustín dice: «Al fin y al cabo, solo amas verdaderamente a tu amigo cuando amas a Dios en tu amigo, ya sea porque está en Él o para que esté en Él».

La base de la amistad es la restauración de la comunión con Dios a través de Jesucristo

Los no cristianos aún pueden tener amistades significativas, pero la amistad es principalmente un ejercicio espiritual, no una inclinación natural. En la tradición cristiana, la amistad no es salir con personas que tienen intereses comunes; es cuando deseamos lo mejor para la otra persona por su propio bien. No es un medio para alcanzar un fin. Es un vínculo entre almas.

Tomás de Aquino explicó que, si deseamos el bien de algo no por sí mismo, sino por nosotros mismos, entonces no se trata de amor, sino de concupiscencia, o deseos desordenados. Deseamos un compañero de IA no por su bien, sino por el nuestro. En el mejor de los casos, puede ser un instrumento, pero nunca puede ser un amigo.

Amigos Siervos digitales

Al igual que la tecnología digital en general, la IA existe para mejorar nuestras vidas a través de la facilidad y la eficiencia. Es una sierva. En un panel del Veritas Forum con Haidt y Andy Crouch, un miembro del público pregunta sobre la IA como una «amiga incorporada». Crouch responde:

El peligro número uno [con la IA] es la simulación de la condición humana […] Tomar un mundo solitario y decirles: «Siempre tendrás un amigo, y es el equivalente de una persona» es cometer un acto realmente profundo de engaño […] Va a causar un daño enorme, sinceramente, a las personas que necesitan el amor de otras personas que necesitan aprender a amar.

Después Haidt pregunta a la audiencia: «¿Cuántos siervos quieren que tenga cada niño?». Les da varias opciones: ¿Un mayordomo? ¿Una empleada doméstica? ¿Un chef? ¿Un chofer? Cuando la audiencia indica que no quiere que sus hijos tengan ningún siervo, él expone su argumento: «Ahora van a tener un número ilimitado de siervos […] Pueden crear tantos como quieran para que hagan lo que ustedes deseen».

Haidt y Crouch tienen razón. Los chatbots con IA no ofrecen a nadie una verdadera compañía. Silicon Valley está vendiendo sirvientes digitales a cambio de un módico precio: la deformación social y moral y una vía de acceso a una vida sin amistad, desprovista de condición humana.

Haz amistades. Organiza fiestas.

En este tipo de mundo, los cristianos tenemos la obligación moral de crear y mantener comunidades personales en nuestros barrios e iglesias. En el pasado, era necesario que los jóvenes cristianos lucharan contra el «ambiente fiestero». Pero, a medida que las reuniones sociales de todo tipo siguen perdiendo popularidad, es posible que la iglesia del futuro tenga que crear un nuevo tipo de ambiente fiestero, donde la gente siga reuniéndose, cenando, riendo, jugando, cantando y pasando tiempo juntos (adicional a la reunión dominical).

La iglesia del futuro tiene que crear un nuevo tipo de ambiente, donde la gente siga reuniéndose, cenando, riendo, cantando y pasando tiempo juntos

La familia de Dios es una comunidad como ninguna otra. Antes incluso de conocernos, estamos unidos en Cristo y destinados a la comunidad eterna. Las diferencias en denominaciones, política, pasatiempos y estilos de comunicación pasan a ser secundarias; todos los comentarios pasivo-agresivos, las traiciones impactantes y las promesas rotas se vuelven perdonables; los más irritantes, aburridos y sin talento se convierten en aquellos a quienes te comprometes a animar y amar. En la iglesia, la compatibilidad no es un requisito previo para la amistad. Es el resultado de ella.

Las relaciones humanas son inconvenientes. A menudo traen consigo dolor y aflicción. Las personas cambian. Las dinámicas se transforman. Eso es parte del gozo y el terror de la fidelidad. Los viejos amigos pueden traer vergüenza y remordimientos debido a los recuerdos comunes de nuestro pasado. Pueden guardar registro de nuestras ofensas y utilizar nuestros defectos como armas. Pero también pueden hablar con paz y perdón, otorgar honor y dignidad, y abrazarnos para sacar el dolor de lo más profundo de nuestro ser. Los amigos no te tratan como a un animal ni como a un dios, sino como a un ser humano. Te humanizan.

Puede que estemos entrando en una fase de la historia de la iglesia en la que lo más atractivo del cristianismo sea una antropología en marcha que valora los cuerpos, las actividades físicas, las comunidades presenciales de compañerismo a veces incómodo y las relaciones profundas y complicadas.

Aunque deberíamos sentirnos inquietos ante las novias o amistades artificiales creadas por la IA, no deberíamos menospreciar a quienes se sienten tentados a utilizarlas. Después de todo, hemos participado en este espíritu de la época cultural en el que los hombres jóvenes son marginados, despojados de su voluntad y abandonados a la conclusión de que la pornografía o las novias falsas son su único consuelo; mientras tanto, los sentimientos de muchas mujeres jóvenes han sido tan invalidados que creen que un terapeuta personal, virtual o no, es el único lugar donde serán escuchadas. Admitámoslo, hagámonos amigos de estas personas, invitémoslas a la iglesia y organicemos algunas reuniones sociales mientras estamos en ello.

La solución a nuestra soledad no está en la personalización, sino en las personas creadas a la imagen de Dios, infinitamente interesantes y frustrantes, y dignas de nuestra atención e incluso de nuestra devoción.

Compañeros de por vida y formación moral

Mis amigos me han amado hasta convertirme en la persona que soy. «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co 15:33), pero las buenas compañías desarrollan buenas costumbres. La amistad es formativa. Fuimos creados para ser moldeados a través del abrazarnos unos a otros.

En la iglesia, la compatibilidad no es un requisito previo para la amistad. Es el resultado de ella

Sí, tus amigos podrían convencerte de saltar por un precipicio. Pero también podrían persuadirte para escalar el monte Everest: a levantarte de la cama por la mañana, a escuchar más de lo que hablas, a tener compasión por los débiles y vulnerables, a ver lo bueno en los demás y amarlos sin cesar, a tener valor en tiempos difíciles, a tener fe en el Señor Jesucristo y buscar «Su rostro continuamente» (Sal 105:4). Dios puede y, en efecto, usa a tus amigos como un medio de gracia en tu vida.

Los cristianos deberíamos enfocarnos en hacer amigos y mantener esas amistades con un compromiso firme con nuestra familia, iglesia y vecinos. La amistad humana inevitablemente causará más fricciones que la compañía sin esfuerzo de un amigo de IA. Pero el lado positivo es la formación comunitaria en la virtud cristiana. Es un intercambio razonable.

Si te rehúsas a rendirte con las personas, y tienes la bendición de encontrar personas que no se rinden contigo, podrías descubrir que todas las cosas tristes dejan de ser verdad en tiempo real. Aprendemos a vivir bien de otras personas, sentándonos a escuchar, riendo, arrepintiéndonos y derramando nuestros corazones. Eso es lo que hacen los amigos. Te enseñan cómo ser humano. Eso es algo que nunca podrás aprender de la inteligencia artificial.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por María del Carmen Atiaga.

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