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Yo sé que el título de este post puede sonar extraño al oído de algunos; pero tengo la convicción de que todo verdadero cristiano debe cultivar un pensamiento serio y reflexivo, y entrenar a sus hijos para ello. Escuchen este conocido texto de Pablo en su carta a los Filipenses:

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8). 

Si se supone que el cristiano debe pensar continuamente en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo puro, en todo lo justo, se supone que debemos ser personas reflexivas, personas que hagan un uso juicioso y deliberado de su capacidad de reflexión. Ahora bien, debo aclarar que cuando hablamos de profundidad y seriedad, hay algunas cosas que no estamos intentando decir.

Por ejemplo, yo no estoy diciendo con esto que todos los cristianos están llamados a ser unos intelectuales, en el sentido en que se usa esta palabra hoy día; o que deben tener una gran preparación académica. Cuando se habla hoy de una persona profunda se tiende a pensar en un individuo que posee un alto coeficiente intelectual, un individuo que se encuentra por encima del nivel promedio en lo que a inteligencia se refiere, y que usa esa inteligencia que tiene para indagar en cosas que no interesan al resto de los mortales, cosas muy elevadas y complicadas. Pero no es a esto que yo me refiero. La inteligencia es un don de Dios, y Él no ha repartido a todos la misma medida, ni todos han tenido la misma oportunidad de desarrollarla. Como no todos tienen la capacidad ni el interés de indagar en ciertas cosas.

Por otra parte, tampoco me refiero al hecho de que los cristianos son personas que se dedican a pensar continuamente en cosas que nos arrastran a la tristeza y a la melancolía. Cuando pensamos en un individuo serio, a menudo nos imaginamos a una persona que no posee sentido del humor, con un rostro adusto y encarado, triste y melancólico. Pero no es de eso que estamos hablando aquí. Lo que estoy diciendo es que la imagen que presenta Pablo en este texto de lo que debe ser un cristiano es la de un individuo que hace un uso juicioso de las facultades mentales que Dios le ha dado, cada uno en su nivel, para reflexionar en algunas cosas que son serias y profundas, desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras.

Poniéndolo de otro modo, en un sentido negativo, podemos decir que la imagen que Pablo nos presenta aquí de un cristiano no es la de un individuo ligero y superficial. Hay una serie de cosas en las que el cristiano debe pensar que encierran mucha seriedad.

El alma, por ejemplo. El cristiano es una persona que reflexiona y piensa a menudo en las cosas del alma. De hecho, nadie puede llegar a ser un verdadero cristiano a menos que alguna vez se detenga a considerar seriamente cuál es el estado en que se encuentra su alma delante de Dios. Y esto no es algo que hacemos una vez y para siempre, no. Aún después de su arrepentimiento, el cristiano se detiene a menudo a considerar seriamente si posee aquellas marcas que caracterizan a un hijo de Dios, aquellos frutos con los cuales puede hacer segura su vocación y elección.

El creyente está llamado a reflexionar en el estado general de su piedad, cómo se encuentran las gracias espirituales del alma, para saber si está creciendo o si se encuentra atravesando un proceso de declinación espiritual. “Como creyente, ¿cuál es el verdadero estado de mi corazón en estos momentos? Veo en mí señales alentadoras que me hacen pensar que soy un creyente genuino, pero ¿estoy creciendo a la imagen de Cristo o estoy declinando en mi fe?” El cristiano considera estas cosas, debe considerarlas bien y, por lo tanto, no puede ser una persona irreflexiva.

Por otra parte se espera del cristiano que piense y reflexione a menudo en la Persona de Dios y en Su trato con nosotros. Y un hombre que reflexiona a menudo en el ser de Dios y en los tratos de ese Dios con Su pueblo, no puede ser ligero y superficial. Spurgeon dijo lo siguiente al respecto, y sus palabras realmente merecen ser citadas: “La ciencia más elevada, la especulación más encumbrada, la filosofía más vigorosa, que puedan jamás ocupar la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la persona, la obra, los hechos, y la existencia de ese gran Dios a quien llama Padre. En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. Es un tema tan vasto que todos nuestros pensamientos se pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se hunde en su infinitud… Ningún tema de contemplación tenderá a humillar a la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios. Más, si bien el tema humilla la mente, al propio tiempo la expande. El que con frecuencia piensa en Dios, tendrá una mente más amplia que el hombre que se afana simplemente por lo que le ofrece este mundo estrecho… Nada hay que desarrolle tanto el intelecto, que magnifique tanto el alma del hombre, como la investigación devota, sincera y continua del gran tema de la Deidad” (cit. por J. J. Packer; Hacia el Conocimiento de Dios; pg. 12).

Y yo me pregunto una vez más, ¿puede un hombre dedicarse a la consideración cuidadosa de un tema como éste y ser al mismo tiempo ligero y superficial? Y así podríamos mencionar muchas otras cosas. ¿Puede ser un hombre ligero cuando está llamado a considerar seriamente los peligros espirituales que rodean minuto a minuto su alma inmortal? Pedro nos dice en su primera carta que debemos ser sobrios y permanecer velando, “porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1P. 5:8). Allí no dice que debemos vivir paralizados de temor por causa de los enemigos que nos acechan, pero sí dice que debemos tener sobriedad, que debemos velar, mantener nuestros sentidos espirituales alertas, ser reflexivos a la hora de actuar.

¿O cómo podríamos asimilar las Escrituras si no somos reflexivos? Verdad no meditada, verdad que no será debidamente asimilada. Son muchas las cosas que podríamos mencionar, pero creo que éstas son suficientes para probar mi punto. Los cristianos, más que ninguna otra clase de persona en el mundo, deben ser individuos serios y reflexivos.

Mathew Henry cuenta la historia de un gran estadista en la época de la reina Isabel de Inglaterra, quien se retiró de la vida pública al final de sus días y se volvió un individuo más reflexivo. Sus antiguos amigos, preocupados por el cambio que se había operado en él, vinieron a visitarle y le dijeron que se estaba volviendo una persona melancólica.

“No, respondió él, yo soy estoy serio porque todo lo que me rodea es serio. Dios es serio al observarnos, Cristo es serio al interceder por nosotros, el Espíritu es serio al batallar con nosotros, las verdades de Dios son serias, nuestros enemigos espirituales son serios en su afán por arruinarnos, los pobres pecadores perdidos están serios en el infierno; y ¿por qué, entonces, no deberíamos ustedes y yo estar serios también?” (cit. por J. C. Ryle: Pensamientos para Hombres Jóvenes).

Este hombre captó el sentido de seriedad y de urgencia que implica el creer en las cosas que supuestamente creemos si decimos ser cristianos. Sabemos que en la vida hay tiempo para todo (Ecl. 3:1-8); pero como alguien dijo una vez: “Ser siempre ligero y chistoso es cualquier cosa menos sabiduría”. Hay cosas muy serias a nuestro alrededor, y si decimos ser cristianos esas cosas deben ser motivo de constante reflexión.

En nuestra próxima entrada, si el Señor lo permite, veremos cómo podemos desarrollar un pensamiento serio y profundo; porque si nosotros como padres carecemos de esta virtud, obviamente no podremos ayudar a nuestros hijos a desarrollarla.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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