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¿Sientes que tu trabajo es más una prueba que una bendición? ¿Cada lunes a las 8:00 a. m. estás esperando con ansias que lleguen las 5:00 p. m. del viernes? ¿Sabes cómo servir a Dios en tu iglesia pero no tienes idea de cómo servirle en tu trabajo? O quizá todo lo opuesto: ¿tu trabajo se ha convertido en tu identidad y no puedes imaginar la vida sin él?

Si te identificas con alguno de los puntos anteriores, estás en el lugar correcto. En Toda buena obra, Tim Keller analiza estos y otros problemas, ofreciéndonos una solución con abundante sustento bíblico. En el libro aprenderás sobre la teología del trabajo y encontrarás testimonios sólidos de cómo la aplicación de estas verdades trae satisfacción al corazón y tiene como fruto lo que Keller llama “la integración de la fe y el trabajo”.

Toda buena obra está dividido en tres partes: (1) El plan de Dios para el trabajo, (2) nuestros problemas con el trabajo, y (3) el evangelio y el trabajo.

Toda buena obra

Toda buena obra

B&H Español. 320 pp.
B&H Español. 320 pp.

El plan de Dios para el trabajo

Si has leído alguno de sus libros, sabes que Tim Keller no es un autor de prácticas sin fundamentos sólidos. Por eso, las bases bíblicas abarcan mucho espacio en todos los capítulos, y especialmente en el primero. Esta sección te ayudará a entender la importancia del diseño de Dios para el trabajo, la posición que el servicio a Dios y a la sociedad ocupa en el trabajo, y también la dignidad y la cultura del trabajo.

Dios diseñó la creación como un artesano que hace su obra maestra. Creó al hombre como un ser trabajador que podía desempeñar su labor en santidad y sin aflicción. Con la entrada del pecado en el mundo, se distorsionó la orientación y motivación de esta labor, lo cual produjo extremos no saludables. Uno es el de ver el trabajo como una maldición, y por lo tanto, el ocio o incluso los asuntos “espirituales” son los que le dan sentido a la vida. Otro extremo es: ver el trabajo como la única actividad humana importante, el progreso personal como la única meta, y el descanso como un mal necesario que solo sirve para “recargar nuestras baterías”.

Pero la Palabra nos enseña algo completamente diferente: toda labor (fuera de lo ilegal, por supuesto) puede llevarse a cabo para gloria de Dios y beneficio de la sociedad. Sin embargo, para poder hacer esto, debemos primero identificar las formas de pensamiento o filosofías que han corrompido nuestro concepto del trabajo.

“Tu trabajo es, en última instancia y sin importar el tipo, un acto de adoración al que Dios te llamó y equipó para que lo hicieras” (p. 84).

Nuestros problemas con el trabajo

La segunda parte del libro nos hace sentir que estamos tomando un café con el autor mientras él nos relata todos los problemas que tenemos en el trabajo y se identifica con nosotros. Esta sección te llevará a decir: “¡Eso es justo lo que me pasa! ¡Yo pensé que era el único que pasaba por eso! ¡Oh, ahora entiendo!”.

El pecado ha distorsionado no solo nuestro entendimiento del trabajo y su propósito, sino también el resultado de tan esforzada labor. La experiencia que se suponía fuera de alegría y adoración en Edén, ahora conlleva dolor, conflicto, envidia, y fatiga. Millones trabajan solo para comer y se sienten como máquinas sin valor; otros viven solo para trabajar y generar más dinero que al final no les hace sentirse completos.

La tendencia moderna ha hecho del individualismo el ejemplo, y ha llevado a muchos a pensar que deben conseguir un trabajo que sea satisfactorio, productivo, adecuado a sus talentos y sueños, para que así el trabajador pueda impactar al mundo. Los que no logran alcanzar esta meta se sienten fracasados, mientras que aquellos que sí lo hacen se llenan de soberbia. En ambos casos ese individualismo termina destruyendo a la persona. El trabajo se ha vuelto infructuoso, egoísta, un medio para la idolatría… la pesada labor se siente absurda.

“Una de las razones por las cuales el trabajo es infructuoso y absurdo, es la poderosa inclinación del corazón humano de convertirlo, junto a sus consiguientes beneficios, en la base principal de nuestra identidad y relevancia” (p. 117).

Pero la vida bajo el sol no es todo lo que existe. Hay esperanza, y de eso se trata la tercera parte de Toda buena obra.

El evangelio y el trabajo

En la tercera parte, Keller enfatiza cómo lo que creemos sobre el propósito de la vida afecta enteramente las razones y las metas por las cuales trabajamos. Nos relata testimonios inspiradores de cristianos que han aprendido a deleitarse en su trabajo, sirviendo a Dios, descansando en Él, e impactando a su comunidad espiritual y social debido a su entendimiento renovado.

Dios hace de los cristianos nuevas criaturas y les brinda un nuevo concepto del trabajo, donde este no determina la identidad ni el valor de la persona sino que se convierte en parte de su justo servicio al creador y a su prójimo. Los productos y servicios ofrecidos son iluminados por la luz del evangelio y se caracterizan por la excelencia, calidad, y ética. Los empleados y empleadores se desenvuelven en una relación decente incluso cuando la integridad signifique tener un margen de pérdida. En el negocio inspirado por la cosmovisión del evangelio, ganar dinero es solo uno de los muchos resultados finales.

“Ser un cristiano en los negocios implica mucho más que ser honesto o no acostarte con tus compañeros de trabajo. Implica más que la evangelización personal o el tener un estudio bíblico en la oficina. Más bien, se refiere a reflexionar en las implicaciones de la cosmovisión del evangelio y los propósitos de Dios para tu vida entera de trabajo, y para toda la organización bajo tu influencia” (p. 173).

Conclusión

Toda buena obra es un libro con abundante sustento bíblico. El trabajo de investigación es vasto, de manera que acerca al lector a la opinión de Platón, Sócrates, historiadores de renombre, reformadores respetados, y filósofos europeos, mostrando claramente que nuestro problema con el trabajo no es actual sino que lo enfrentamos desde la caída.

“Que podamos expresar nuestra relación con Dios y Su gracia en nuestra forma de hablar, de trabajar y de dirigir, no como ejemplos perfectos, sino como personas que mostramos a Cristo” (p. 15).

Keller usa con destreza la palabra de Dios, la cual es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Tim. 3:16-17). El autor trae esperanza y un propósito renovado a la vida en el trabajo. La Palabra enseñada en este libro te hará ver el lunes de manera distinta, y levantará tu mirada al cielo para que puedas entender lo que Dios quiere de ti cuando dice: “háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31).

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